11- El pasado no se va

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Acompañar a Izana mientras hacía las compras en el mercado era bastante entretenido para _____, observando una faceta distinta del muchacho que tanto amaba.
Veía muy de cerca el mundo fuera del departamento, el cual no se había detenido ni un segundo mientras ella permanecía entre las paredes de su hogar cuidando de su embarazo.

Cinco meses parecían muy poco tiempo, pero la barriguita había comenzado a notarsele ya y se sentía tan orgullosa de ello que no podía evitar ponerse ropa que asentuaba su condición. Las manos descansando sobre la pancita o dándose pequeños masajes también se habían convertido en una costumbre rápidamente.

Pensar en que cuidaría muy pronto de un bebé la ponía feliz a pesar de que se había asustado tanto al principio.

Pensar en cómo sería su nueva vida la ponía nostálgica, recordando sus ayeres como si hubiesen sido hacía miles de siglos.
Extrañaba mucho sus días como ayudante en el orfanato, cuando podía salir a pasearse por el mercado con el resto de los chicos mayores para ayudar en lo que se pudiera.

Recordaba como a Izana le gustaba perder el tiempo y distraer a Kakucho, haciendo que obviamente ella descuidara sus labores tonteando con ellos.

Ver el drástico cambio a hombre responsable del futuro papá era admirable.
Comprar las verduras para el estofado y pensar en lo que necesitarían para esa semana la ponía bastante feliz a pesar de no poder cargar nada de las bolsas por la situación delicada de su embarazo.
Salir de casa después de no haberse podido levantar de la cama durante un tiempo era reconfortante.

Izana le tomaba la mano para andar por la calle mientras con la otra sostenía el carrito donde iban poniendo todo.
Él era quien llevaba el manejo de los insumos mientras se adentraban entre los puestos, pidiéndole de vez en cuando quedarse junto al carrito mientras regateaba los precios o se aseguraba de que los pesos en las básculas fueran los correctos a la hora de pagar.
Le compraba algún bocadillo entre los puestos de dulces cómo si fuera una niña y seguían adentrandose en el mercado ambulante.

Shibuya en sí no era un lugar totalmente seguro, pero al menos no había tanta delincuencia violenta y cruda como en Ueno, la ciudad en donde ella había nacido en realidad.
Conocía de primera mano lo que era la marginalidad; Cuando su madre la llevaba al jardín de niños debían rodear la zona cercana al zoológico para evitar a los vagabundos que dormían por todo el lugar y que a veces robaban o les exigían dinero de manera violenta.

No podía recordar mucho de los años que vivía con su madre, ya que su muerte repentina la había llevado a caer con su pariente más cercano: Su padre.
Un hombre bastante mayor que no podía hacerse cargo de ella y la había puesto en un orfanato, ya que no quería saber absolutamente nada de una niña a la que ni siquiera sabía que tenía hasta que protección infantil le había hecho llegar un citatorio.

No le tenía rencor a su padre, ya que él y su mamá se habían conocido en una discoteca de Ueno cuando él estaba en un viaje de negocios, se habían acostado y ella no tenía forma de contactarlo después, cuando se enteró que la estaba esperando.

Su mamá no tenía la peor suerte tampoco, siendo hija de padres divorciados recibía una pensión que le permitía mantener a una bebé en lugar de pagar la matrícula de la escuela; A sus padres en sí les daba igual, así que cuando ella había decidido "mudarse a un sitio más cercano al campus", ellos prácticamente la habían dejado a su suerte.

Y ________ había crecido con una buena madre a pesar de no tener muchos recursos.

Salir de Ueno para ir a Yokohama había sido un paso enorme en su vida, pues ahí había conocido al amor de su vida y futuro padre de su bebé.

Sonrió, pensando que era afortunada por al menos tener al muchacho que siempre había querido a su lado.

—Esperame aquí, olvidé que tenía que comprar aceite de sésamo
Dejó el carrito a su lado, revisando la billetera rápidamente y caminando a prisa en la dirección en la que habían venido anteriormente.

La muchacha obedeció, moviéndose a un lado para permitir que las demás personas pasaran mientras esperaba a que su pareja volviera, distrayéndose con la gente que pasaba entre los puestos y las mercancías que estos tenían a la venta.

—¡Hey! ¡Gaijin-san!
Escuchó de un grupo a su lado, reconociendo perfectamente la risita que acompañaba el apodo despectivo a los extranjeros acompañado del honorífico.

Lo ignoró, sujetando el carrito de compras con un poco más de fuerza para no ponerse nerviosa.
No era la primera vez que alguien hacía aquella observación sobre ella, ya que su apariencia, en concreto no japonesa, le había ganado un par de lloriqueos siendo más pequeña. Pero ahora era una adulta y no se dejaría llevar por un par de cabrones llamándola "gaijin" para llamar su atención.

Buscó con la mirada a Izana, aunque este no parecía regresar por el camino que había tomado todavía.

Se tocó la barriga, acentuandola un poco más para denotar que estaba embarazada y que los mocosos la dejaran tranquila si no querían meterse en problemas.
Sin embargo, el efecto fue completamente contrario, al sentir una mano tocando sobre la suya de un segundo a otro, haciéndola saltar del susto ante la voz poniéndose a su lado.

—Eres la hermana de Kurokawa-san ¿Verdad?
Intentó apartarse inmediatamente, viéndose atrapada entre el carrito y el muchacho sonriéndole en la oreja.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! Error mío— Dijo alejándose un poco —Los rumores decían que tenía una hermana bonita que parecía extranjera, pero no pensé que en serio fueras tú.

Ella cayó en cuenta entonces de que la confundían con Emma, volviendo a respirar de nuevo.
—Oh, no no. No somos hermanos— Se rió todavía nerviosa —Su hermana es mucho más bonita que yo

El chico a su lado se rió, volviendo a acercarse a ella de forma confianzuda.

—¿Qué parentesco tienes con él entonces? ¿Eres su novia o algo así?— Preguntó con la misma expresión amable —Había oído que por fin alguien había conseguido ponerle la correa al cuello

Ella no pudo evitar reírse, aflojando el tenso agarre que había puesto al carrito hasta hacía un segundo.

—No creo que deberían decirlo de esa forma
Se apenó, observando la sonrisa del tipo ensancharse

—Lo sabía. Eres la novia, no la hermana
Dejó de verla a los ojos, señalando con una mirada satisfecha su barriga, dónde el filo de una navaja que no había notado hasta el momento, se apoyaba disimuladamente, haciendo que la sangre de todo su cuerpo bajara hasta sus pies.

—Felicidades, perra suertuda
Le tiró de la camisa, empujándola para que caminara con él, fuera de los puestos.

Un hijo para IzanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora