60 - Todo en su lugar

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_________ abrió los ojos, sintiendo el cuerpo tan pesado y adolorido en cada una de sus extremidades como si acabara de venir de la guerra.

Le costó recordar dónde estaba, intentando tocarse la barriga con pánico al recordar pequeños destellos de lo que había sucedido.

Su enorme panza había desaparecido casi por completo y no podía sentir a su hija tan cerca como siempre.
-Mi bebé...
La somnolencia no ayudaba, los ojos se le cerraban por si solos.

-Tranquila
Escuchó la voz lejana dirigirse a ella.
Parpadeó varias veces, intentando aclarar su visión.

El ruido aumentó, haciéndose más fuerte en sus oídos poco a poco hasta que logró comprender un poco del movimiento a su alrededor; Tal y como se lo había prometido, los ojos púrpuras la miraban desde arriba, tocándole la frente para apartarle el cabello que se pegaba en su frente.

-La bebé está bien, cálmate- Sintió el tacto caliente en sus brazos -Tuviste un poco de fiebre, te pusieron algunos medicamentos, así que no te muevas.

Trato de abrir más los ojos, descubriendose en la camilla con agujas pinchandole los brazos.
No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, así que necesitaba respuestas.

-¿Dónde está Kuro?
Atinó a articular con la lengua adormecida.

El calor de sus brazos cambio a su mejilla, donde el platindo colocaba su mano con cariño y cuidado sobre ella.
-Él está bien, no puede entrar, pero podrás verlo en cuanto las den de alta.

Ella intentó enfocarlo, sintiendo el beso suave sobre su frente. Suspiró, masajeando su vientre con los dedos, descubriendo las puntadas en dirección contraria a las que le había dejado el nacimiento de Kuro.

Se sentía realmente cansada, pero ni siquiera eso la hizo quitar las manos de su vientre.
Izana lo notó de inmediato, llevando su mano libre sobre las de ella.
-No te esfuerces. El doctor dice que sigue siendo una cirujía riesgosa, así que tienes que descansar.

Izana observó la acción por unos segundos, notando como cerraba los ojos con calma.

Le sonrió levemente, no queriendo molestarla en su situación vulnerable; Estaba notablemente cansada, con las fuerzas por el suelo y aún así le parecía la mujer más bonita del mundo.

El rostro de su hija le vino a la mente entonced, tan pequeña e hinchada como la había visto hacía unas horas a través de la ventana de los cuneros.
Había pasado casi media hora pegado al cristal sin darse cuenta, moviéndose solamente hasta que una enfermera le había llamado para pasar a ver a su esposa.

Sonrió sin notarlo.

-Nuestra hija es preciosa como tú.
Le dijo acercándose a besar sus labios, intentando transmitirle todo el agradecimiento que sentía en su corazón tras haber visto el pequeño proyecto de dos kilos y medio que ella había estado fabricando por nueve meses.

La muchacha asintió débilmente.
-Quiero verla
Hizo una pausa, sintiendo que estaba haciendo demasiado esfuerzo cuando su cuerpo protestó.

-¿Cuándo iremos a casa?- Su voz flaqueó un poco -Quiero dormir junto a mis hijos hasta mañana.

El moreno la escuchó atentamente, sin interferir en su narración mientras ella divagaba un poco sobre las cosas que quería hacer y las muchas quejas de dolor que no parecían incluirlo en el pequeño monólogo.

La muchacha guardó silencio, sintiendo la boca seca.
Miró a su esposo con ojos cansados e hizo una nueva pregunta.
-¿Podemos irnos a casa?

Izana notó el cambio en su voz, apresurandose a tomar la botella con agua que les había dejado la enfermera, ayudándola a beber un poco de agua con calma.
-Ayse podrá salir en unas horas más, pero el doctor quiere que te quedes al menos hasta mañana para que te termines otro más se esos.
Señaló el cabestrillo con suero que hacía su camino desde la intravenosa hasta su brazo.

Un hijo para IzanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora