14- Cabrón

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Cerró los ojos, dando el primer sorbo a su bebida y sintiendo la fabulosa sensación de calma que solo aquella barra de bar le podía dar después de todo el trabajo que había estado haciendo.

La música fuerte y la charla monótona de los extraños con los que no iba a empatizar de ninguna manera le relajaba cuál baño caliente.

Eso de jugar a ser un buen novio le estaba dejando tan seco y desganado que no deseaba volver nunca a casa.

Acostumbrarse a un estilo de vida rutinario y aburrido no era para nada lo que había planeado durante toda su vida. Quería a su hijo, sin espacio a dudas, pero la espera estaba tardando demasiado y las responsabilidades que implicaba comenzaban a cansarlo.

Algunos días después del incidente con el chico de la navaja, Izana había comenzado a notar comportamientos distintos en la mamá de su hijo.
Los síntomas comunes de la muchacha eran mucho más intensos, solía tener pesadillas que los despertaban a mitad de la noche y aunque las primeras veces intentó sobrellevarlo, ayudándole en lo que podía, realmente estaba cansado.

Shinichiro lo había regañado varias veces por equivocarse en las cosas más simples que tenía a su cargo.
Estaba distraído en todo momento y realmente se había hartado de escuchar cientos de dudas que le planteaba la muchacha a pesar de que sabía que solo quería pedirle su opinión.

Había estado tardando todo lo posible en el taller para no volver a casa, porque sentía tanta paz estando solo que no quería portarse pesado con _______.
Ella estaba feliz, teniendo su barriga creciendo y la ilusión de tener a su bebé siendo tan grande que la desconocía completamente.

Probablemente estaba enojado por la reciente frustración sexual que tenía, ya que la chiquilla se había negado sutilmente a abrir sus piernas para él con razones que más bien parecían excusas baratas.
Había intentado entenderla, pero su cerebro se cegaba en sus necesidades y olvidaba que él controlaba sus instintos y no estos a él.

Su escape continuo se estaba convirtiendo en pegar a los jóvenes delincuentes que fanfarroneaban delante de la tienda de cuando en cuando. Tirarles uno o dos dientes conseguía tranquilizarle, incluso si los mocosos solo habían olvidado darle los buenos días mientras caminaban frente a la tienda. Estaba siendo una buena terapia, pero sabía de sobra que ya no era un mocoso y no podía solucionar sus problemas pegando a otros.

Así que había elegido el camino que cualquier adulto responsable hubiese elegido: Sentarse tranquilamente con una cerveza en la mano a lamentarse por su miserable vida.

Sin la pequeña vocesita hablandole de pañales y dolor de espalda se estaba sintiendo realmente bien.
Eso era todo lo que su cansado cuerpo necesitaba.

Quería hacer algo más, irse a recorrer Yokohama a las 3:00 de la mañana sin preocuparse de que el móvil le sonara cada veinte minutos para preguntarle si volvía pronto a casa.

Extrañaba tanto irse a pelear a roppongi, arruinandoles la fiesta clandestina a los cabrones de Ran y Rindou antes de convocar a una reunión improvisada en la que solo tenía ganas de ver a todo el mundo cansado y desvelado mientras lo escuchaban parlotear por horas sobre absolutamente nada.

—Desearía tanto no haberla metido esa maldita noche
Pensó en voz alta, mirando la mitad de su cuarta cerveza vacía entre sus manos

El mayor de los Haitani giró hacia él, creyendo que estaba bromeando por la nueva vida a la que se estaba acostumbrando.
—Claro, tener un culo calientito que te espera todas las noches debe ser terrible
Dijo con sarcasmo, codeando a Kakucho al otro lado de la mesa para compartir la broma, ya que su hermano parecía bastante entretenido pinchando botones en la mesa de mezclas como para hacerle caso.

Un hijo para IzanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora