41- Talón de Aquiles

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Había pasado los 20 minutos más tétricos de los últimos meses formada en una farmacia con su maleta al lado mientras pedía la prueba de embarazo en la caja y veía como la empleada de unos 50 años le sonreía mientras marcaba el precio en la máquina registradora con un *pip*.

Las manos le temblaban para poner el nip de su tarjeta de crédito, pero consiguió terminar con la operación para volver a tomar un taxi que la dejara en el motel donde se hospedaba regularmente cuando no podían acomodarla en algún vuelo extra.

El guardia le sonrió al verla llegar, ya comenzaba a identificarla por sus visitas regulares y aunque no le molestaba, no pudo regresar más que un asentamiento apresurado al afectuoso saludo verbal del hombre en la recepción mientras le entregaba la misma llave de habitación que otras veces.

Entró directamente al baño después de cerrar la puerta, dejando la maleta y sus cosas botadas por todas partes.
Se sacó la parte superior del uniforme, desabotonado la camisa hasta el pecho para poder respirar porque se sentía sofocada.

Ya había estado en una situación similar en el pasado, mirándose al espejo con mil pensamientos en la cabeza mientras rompía con desesperación la caja con la prueba de embarazo.

Dió golpecitos al plástico en su palma una vez que consiguió sacarla, debatiendose sobre qué carajo iba a hacer si estaba embarazada otra vez.

Cerró los ojos, imaginándose a su yo de hacía cinco años en la misma situación, con las clavículas todavía más marcadas y la preocupación enfocada en qué le diría a Izana si había un pequeño bebé de ambos en camino.

En esa ocasión estaba preocupada por cómo le daría la noticia para que no enloqueciera de rabia, pero en el momento presente solo podía pensar en de qué forma podría ocultarselo para que ni de asomo fuera a enterarse.

No podía seguir con esa incertidumbre por siempre. Desabrochó su falda para sacarsela por complet, ya que no la necesitaría después.
Bajó su ropa interior y se dispuso a hacer pipí en la punta del palito plástico hasta que cambiara de color.

Dejó reposar la prueba mientras miraba el instructivo: Una línea y todo estaría bien, dos líneas y tendría el hermanito de su hijo gestándose en su útero.

Estaba desesperada, caminando de un lado a otro después de tirar de la cadena del váter.
Salía y entraba del baño, mirando su teléfono cada minuto para convencerse de cuánto tiempo había pasado.

Tenía cuarenta y seis mensajes sin leer de Izana que se sintió tentada a abrir para matar el tiempo, pero se convenció a sí misma de no hacerlo.

Leyó nuevamente su bandeja de entrada al correo, repasando letra por letra lo que la directora del instituto de Kuro le había enviado días atrás, considerando aquello una buena excusa para volver a casa y poder ver a su hijo por unos minutos.

Apagó la pantalla, teniendo la ansiedad por mirar el resultado a flor de piel a pesar de que apenas y habían pasado diez minutos exactos.

Regreso al baño, tomando la cajita mientras manifestaba mentalmente que hubiera una sola línea rosa marcando el test.

Dos líneas

Realmente estaba embarazada.

Se dejó caer poco a poco por la pared, llegando al suelo entre las imágenes de toda su vida pasándole por la cabeza.

¿Se estaba muriendo? Porque era la misma forma en la que la gente describía que pasaban sus últimos segundos.

Sabía que no era que estuviera sufriendo un infarto, porque lo que más se repetía en su cabeza eran los meses de sufrimiento que había pasado durante su primer embarazo, pero ni bajo esa primicia dejaba de sentir como si miles de vidrios punzantes le perforaran cada parte del cuerpo con saña.

Un hijo para IzanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora