31. ¿Acaso te gusta el sado?

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—Estoy bien así, no me fracture nada —repliqué. Mientras él me sostenía de las caderas, como si fuese a caerme en cualquier momento.

—Déjame ayudarte ¿quieres?

—Pero estoy bien.

—Vale te dejare tranquila —en eso sufrí un pequeño mareo y me sostuve de él—. ¿Ves como si me necesitas? —puse los ojos en blanco.

—Ya apártate, solo fue un mareo —él se apartó y levanto las manos en señal de rendición.

—Gracias —suspire aliviada abriendo la puerta de mi habitación.

—¿Qué harás? —dijo mirando a mi alrededor, como si hubiese algún peligro que el desconociese.

—Mirar alguna serie o leer algún libro.

Después de pasar la noche en el hospital, regresamos al internado. El director nos había dejado el día libre y nos incorporaríamos al siguiente. La señora Claire estaba acompañando a Cameron, por lo que Keith se tomó el atrevimiento de acompañarme a mi habitación y estaba siendo una lata.

Aunque no negábamos, que nos gustaban sus atenciones.

No, eso no.

Pero, no me gustaba como si fuese a caerme y a romperme un hueso.

—¿Qué libro leerás? —Preguntó y sus ojos se posaron en mi rostro.

—No lo sé, cualquier cosa. Quizás termine cincuenta sombras de Grey... —dije sin pensar.

—¿Cincuenta sombras de...? ¿Leíste ese libro? ¿Acaso te gusta el sado? —me sonrojé de pies a cabeza y negué. Él sonrió de lado, sus ojos lucían divertidos y yo me enfurruñe

—Parece que no fui la única —murmuré y juro a ver visto un sonrojo en sus mejillas.

—¿Sabes que sería mejor que leerlo? —Preguntó de pronto y lo mire confundida.

—¿Ver la película? —él negó y se acercó dos pasos a mí, ladeo la cabeza y cuando sus ojos estuvieron a mi altura, estos brillaron.

—Ponerlo en práctica —murmuró, muy cerca de mis labios y todos los vellos de mi cuerpo se erizaron. Una sonrisa adornaba su rostro y yo no sabía a dónde mirar. Un calor espeso nos envolvió.

Ahora sí que era mushu andante.

¿Y dónde está Jack Ross?

Pides demasiado.

Es tu culpa.

—Eres un idiota —dije y el soltó una carcajada.

—Venga no te pongas así, pitufina. No es como que sea algo nuevo —volví a sonrojarme. Él detuvo su risa y me miro. Me miro tanto que pensé debía tener algo en el rostro— ¿o sí? —lo miré confundida.

—¿De qué hablas?

—¿Eres virgen? —Preguntó y volví a sonrojarme. Fruncí el ceño.

—Ahora sí que te ganaste el premio al mayor idiota —refunfuñe.

—Responde.

—No. vete —dije y me adelante a empujarlo, pero él era más grande, por lo que era como mover una pared. Cuando logre empujarlo hasta la puerta, en un movimiento rápido el giro y mi frente quedo pegada a su pecho—. Eres un bruto, Keith —dije sobándome la parte afectada. Él me tomo de las caderas y me coloco sobre sus pies, y yo me sostuve de sus brazos, quedando un poco más a su altura. Nuestros cuerpos demasiado cerca y nuestros rostros muy juntos.

Amanecer En ColoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora