46. Eres tan jodidamente, tu.

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Desperté en mi habitación, con la boca seca y una sensación agridulce en el pecho. Respire hondo para intentar apaciguar el temblor de mis manos.

Recordé lo que había sucedido, había cortado lazos con personas a quienes quería y al final habían mostrado su verdadera cara. Quería creer que solo era el sopor del momento y que su hijo estuviese detenido, pero no iba a engañarme. Así actuaba el dinero en las personas.

Y yo, era una piedra en su camino.

Los Besson, habían demostrado ser más del montón y estaba tan decepcionada.

La puerta fue abierta y Keith entró en la habitación con una bandeja en las manos. Sus ojos me miraron y me escanearon, una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Hasta que despiertas, ya iba a comenzar a preocuparme. —Dejó la bandeja sobre la mesita de noche y tomó asiento a mi lado, en la cama.

—¿Qué hora es?

—Es muy tarde —dijo y mire por las correderas. Donde un cielo estrellado me guiñó el ojo.

—¿Has estado todo este tiempo aquí?

—No me iba a apartar de ti, hasta que despertaras —dijo y lo mire y él me sonrió.

—Debes estar cansado.

—No, no lo estoy. Estaba preocupado —me miré las manos—. No te preocupes pitufina, nada de esto es tu culpa. Los Besson por fin mostraron su verdadera piel ¿Qué harás con la grabación?

—Aun no lo sé, por los momentos, la guardaré en caso que quieran incurrir en mi contra —me encogí de hombros.

—Deberías comer un poco —dijo y mi estómago protestó dándole la razón.

Keith me paso la bandeja y comí todo de ella, ante su atenta mirada.

Después de comer y verificar que todo estuviese en orden decidí darme una ducha. Tome mi pijama y la lleve conmigo al baño.

—Pff aguafiestas —grito Keith y yo reí.

Una vez lista, salí del baño con el cabello húmedo y volví a recostarme sobre mi cama.

—El doctor dijo, que debías descansar, que todo era debido al agotamiento mental —me toco la mejilla y se levantó de la cama—. Y como estás bien, creo que puedo volver a casa... —ambos nos miramos, debatiéndonos entre sí decir algo o no. Él señaló la puerta, dio media vuelta y se dirigió a ella.

Mi boca se abrió antes de poder contener el flujo de palabras:

—¿Puedo pedirte un favor? —Él se detuvo y me miró.

—El que quiera, pitufina... —me miré las manos y luego a él.

—¿Puedes quedarte esta noche? —Pregunté y él me miró detenidamente. Yo me sonroje de pies a cabeza— pero si tienes algo que hacer, no hay...

—Pitufina. Lo único realmente importante en mi vida en este momento, eres tú —dijo y sentí mi corazón latir desbocado—. Pero antes iré a la habitación de Cameron —dijo y salió sin decir más.

Media hora después, Keith entró en mi habitación, se notaba que se había duchado y suponía llevaba un pijama del armario de Cameron. Un pantalón de chándal y una camisa básica blanca.

Ambos nos miramos y yo me hice a un lado, para que él ocupara espacio en mi cama... y él no lo dudo.

Él nos cubrió con el cobertor y nos recostamos de costado, mirándonos directamente. Pasó un mechón de mi cabello detrás de la oreja y ninguno de los dos dijo nada, sobraban las palabras.

Por eso me gustaba Keith, había aprendido a entenderme con solo observarme, aunque algunas veces era un idiota y no comprendía las señales. La mitad del tiempo sabía lo que quería.

—No sabes cómo me muero por besarte —murmuró y su respiración acarició mis labios, enviando un torrente de emociones por todo mi cuerpo.

—¿Por qué no lo haces? —murmure devuelta. Me miró como si le estuviese costando mucho, el tener que contenerse.

—Aun no me he ganado ese derecho.

—Eso tengo que decidirlo yo ¿No crees? —él sonrió de medio lado.

—Sí, pero dije que me ganaría tu corazón nuevamente y no quiero aprovecharme.

Aprovéchate todo lo que quieras.

Tu enserio tienes problemas

¿Acaso soy la única que se muere por un beso del? No ¿Verdad? eso pensé.

Tomando un poco de valentía, fui yo quien dio el primer paso. Coloque mis manos en sus mejillas, acerque mi rostro al de él y al no recibir una negativa, me permití rozar nuestros labios, el suspiro y cerró los ojos. Oportunidad que aproveché para terminar de juntar nuestros labios en un beso. Ese beso que ambos deseábamos. Él no tardó en responderme. No fue algo urgente, desesperado, ni desenfrenado, fue más bien dulce, demasiado dulce, como si temiese lastimarme y yo lo disfrute como nadie. Sus labios se movían con delicadeza y despertó todas mis terminaciones nerviosas, cuando posó una mano en mi cintura, porque la camisa se había levantado un poco y sus manos suaves estaban frías al tacto por lo que me provocó un escalofrío. Él se separó de mí y junto su frente con la mía. Me dio un beso, y después me miró.

—Eres tan jodidamente tú —dijo y yo reí, ante eso.

Pasó sus manos por mi cintura y me atrajo a él, acoplándonos el uno al otro, coloque mi cabeza en su pecho y escuche el retumbar de su corazón.

Éramos jodidamente un caos.

Y como me encantaba serlo.



Cortito, pero bonachon.....

Volvi, pero ya me voy

Amanecer En ColoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora