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Y ahí estaban, con unos tragos encima y ya bastante entonados por el alcohol en sus sistemas. Todo había pasado tan rápido que no tenían ni idea como habían llegado a ese bar de mala muerte y en que momento se habían embriagado.

Se supone que hace unas horas estaban en la oficina, el peligris rabiando por la insolencia de su jefe y el moreno decaído tras la salida imprevista de su jefe.

—No sé porqué sigo con él — gimoteo mientras se sorbia los mocos.

Ya para esas alturas empezaban a decirse esas verdades que en sobriedad nunca serían pronunciadas y los secretos empezaban a revelarse con suma facilidad. Daichi había empezado a sollozar de la nada después de su ¿cuarto? ¿Noveno? Realmente no sabía cuantos caballitos de tequila llevaban, pero no importaba.

—Yo, te entiendo— continuó Koushi cuando escuchó la primera parte de esa frase —Yo tampoco sé cómo puedo estar a su lado si es un idiota.

—Sí, es un idiota— intervino Daichi entre balbuceos —Lo odio

—Si no fuera porque esto ya es personal entonces yo...

—Si no fuera porque estoy tan jodidamente enamorado entonces yo...— Suga que había levantado su puño en señal de revelación se quedó perplejo ante lo que escuchó y entonces bajo su brazo con suavidad para posar su mirada en su colega asistente

—¿Qué tú qué?— preguntó asombrado, incluso hasta los efectos del alcohol se le habían bajado de golpe ante tremenda confesión.

Eso sí estaba fuerte.

Fijate que enamorarse de un jefe era un hecho impensable, si bien no podía negar que el suyo era bastante atractivo no concebía la idea de un romance de oficina y menos cuando sabía a la perfección que ese despreciable ser humano era bastante imbécil.

No lo soportaría y estaba claro. Pero... Daichi estaba enamorado de Iwaizumi, de ese hombre que parecía mantener su compromiso con Oikawa, no podía imaginar lo mucho que le dolía no ser correspondido.

Pidió otra ronda y le ofreció un trago al moreno para que olvidarán sus penurias. No iba a pedir los detalles, eso sólo lo lastimaria más...

Cambiaron la conversación y de vez en cuando soltaban carcajadas bastante sonoras por los comentarios que hacían y que ya carecían de sentido alguno o por las bromas que habian hechos por telefono con números al azar. La corbata ya la tenían de sombrero y de pronto el bar se había convertido en una zona particular de karaoke.

—If you don't love me now— gritoneó Koushi mientras le pasaba el micrófono a Daichi

—You will never love me again— continuó con la estrofa de aquella canción característica de los años ochenta —I can still hear saying—

—We will never break the chance— soltó un chiflido y se subió a la mesa sintiéndose bastante mareado —Y nunca trabajen de ofinistas, mi amado público — vocifero —Luego se encuentran con jefes idiotas que les hacen la vida imposible—

Y entonces la música se detuvo y se escucharon palmadas llenas de sarcasmo y burla. El platinado dirigió su mirada hacia donde provenía el sonido y dio un respingo

—Es mi jefe idiota que me hace la vida imposible—

—Un excelente espectáculo joven Sugawara. Pero me temo que es momento de irnos— ofreció su mano para ayudarlo a bajar, sin embargo el mencionado se retrajo y dio un paso tambaleante sobre la mesa.

—No quiero. Estoy con Daichi— se defendió y Oikawa volteó a verlo y se dio cuenta que ya se había quedado dormido sobre la barra del bar.

—Joven Sugawara, ya bebió mucho— espetó esta vez con mayor seriedad —baje de ahí y vámonos. Lo llevaré a casa— movió su mano extendida para que la tomará

—No— se cruzó de brazos e hizo un puchero como si fuera un niño pequeño y berrinchudo.

—Arg...— vaya deja vu. Se sostuvo el puente de la nariz con frustración y negó con la cabeza tratando de creer lo que estaba apunto de hacer.

Lo tomó de las piernas y se lo echó al hombro como si fueran un saco de papas

—Lo que no entiende es que no le estoy preguntando— dijo acomodandose al peligris de mejor manera y sentía como su espalda era golpeada en señal de protesta —Es una maldita orden de su jefe idiota que le hace la vida imposible—

—No, no quiero. Bajeme— volvió a pedir —Daichi, no puedo dejarlo

—Oh, no se preocupe. Iwaizumi ya viene para aca— extendió su tarjeta al bartender para pagar la cuenta mientras revisaba todo el lugar con suma atención —Apuesto que no estará muy contento cuando llegue— soltó una pequeña risa y volvió a guardar la tarjeta en su cartera con suma facilidad.

Casi ni parecía que tenía a una persona sobre su hombro que se removia como lombriz en un intento de zafarse del agarre

—¿Por qué lo llamó a él?— reprochó —Es un inconsciente— siguió hablando, aunque después calló al percatarse que quizás el castaño no tenía idea de los sentimientos del moreno por su prometido. Además podría molestarse y despedirlo.

No, no, no. Eso sería peor.

Decidió proseguir con su protesta golpeando su espalda y pidiendo que lo bajarán. Pero Tooru hizo caso omiso hasta que llegaron a su auto, donde lo depositó con cuidado sobre el asiento copiloto.

—Póngase el cinturón, por favor— pidió y se dio la vuelta para meterse en el auto también. Sin embargo cuando entró y vio el lamentable intento del peligris por ponerse el cinturón rodó los ojos con hastío y se acercó para ponerlo el mismo.

—Yo... yo puedo solo— objeto

—Sí, claro— contestó con sarcasmo y siguió con su tarea

—¿Por qué tiene que ser tan idiota?—

Oikawa suspiró. No había sido un buen día y su asistente definitivamente no estaba cooperando para que su suerte cambiara.

Ya estaba cansado y no tenía idea de por qué demonios había ido a buscarlo al jodido bar cuando podría estar en su apartamento disfrutando su soledad.

—Sí, sí, sí— respondió con ironía —¿Podemos ahorranos la parte donde me dice que me trae ganas en mi auto, pero que como soy un imbecil simplemente no lo hará? No tengo ganas de alardear — regresó a su asiento cuando se aseguró que el cinturón estuviera bien colocado y tomó su celular cuando escuchó la notificación de Iwaizumi.

Ya había llegado al bar y estaba estacionado detrás de él.

Menos mal...

—Joven Sugawara ¿Dónde vi...?— oh mierda, se había quedado dormido de nuevo.

Se quedó mirando el pavimento unos minutos preguntándose porque su suerte estaba tan jodida y la vida lo odiaba.

¿Qué iba hacer?

Mi jefe es un idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora