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Los primeros rayos del sol se colaron por las persianas de aquella habitación y le brindó cierta calidez a la pareja que había pasado toda la noche en una entrega mutua llena de fervor y de todo su deseo.

El primero en abrir los ojos fue Sawamura, quien al ver a su pareja aún dormido no pudo evitar sonreír y sonrojarse al recordar todo lo que había pasado hace tan solo unas horas.

—¿Quieres recordar más vividamente?— se escuchó la voz ronca y mañanera de Iwaizumi y automáticamente sus orejas se pusieron coloradas sacandole una carcajada al moreno.

Daichi le pego juguetonamente con la almohada y se colocó encima de él poniendo su mejor sonrisa.

—Oikawa debería embriagarse más seguido— comentó con diversión —¿Quién diría que te pondría tan colaborador un hecho así?

Iwaizumi sonrió coquetamente y pasó sus manos alrededor de su cintura.

—El sentimiento de la venganza es realmente placentero— contestó —Ver caer a quien siempre tira es... estimulador para el ego—

—Hajime, me resultaste muy travieso— Daichi se acercó para besarlo y comenzar con ese jugueteo previo que los llevaría a entretenerse unas cuantas horas más en la cama. Sin embargo, el molesto sonido del timbre interrumpió toda intención.

—Quizás se vaya— el moreno se negó ir abrir la puerta, quizás era un jodido vendedor y no valía la pena perder la oportunidad sólo por alguien que no tiene respeto por el horario ajeno.

Por desgracia... el timbre volvió a hacer su gran entrada y esta vez fue más insistente.

Iwaizumi se levantó bastante molesto directo hacia la puerta para decirle unas cuantas verdades.

Más le valía al idiota que estuviera preparado para afrontar las consecuencias fe sus viles actos.

Sólo había un hijo de perra que se atrevería a tanto, un bastardo que seguramente había hecho una estupidez o en su defecto por fin se había dado cuenta de lo que tanto se negaban y ahora estaba en pánico.

Sólo había un maldito que...

—Escucha ShittyKawa...— pero no era el hijo de perra, ni el bastardo en pánico, no era el maldito... —¿Sugawara?

Eso era nuevo.

Se supone que tendría que estar con el bastardo ¿por qué estaba frente a su puerta?

Escuchó un ladrido y bajó la mirada para ver a Zeus muy quieto y dispuesto a saltar le encima en cualquier momento.

Oh, era por eso.

—¿Suga?— el moreno volteo y vio a su pareja colocándose una bata encima y chasqueo la lengua.

Ahí iban sus ilusiones de tener un buen polvo esa mañana.

Zeus ladró de nueva cuenta y se safo dem agarre del platinado para ir directamente hacia el otro asistente, quien por lo repentino no toleró su peso y cayó de espaldas.

—Pensé que el dueño era Oikawa— bufó Hajime y Koushi se sonrojo de la vergüenza.

—Lo es, sí— asintió —Pero no creo que sea buena idea molestarlo tan temprano. Seguramente tiene resaca y estará de mal humor si le llevo a Zeus—

—¿Entonces pensaste que yo no estaría de mal humor si lo traías a mi casa?—

—Yo...— Sugawara ya no supo que decir. No podía admitir que no había ido a dejarlo porque le daba vergüenza mirar a su jefe a la cara después del beso. Estaría acabado.

Además se sentía como idiota, pues durante toda la noche no pudo pegar el ojo porque no dejaba de pensar en ese momento y en la sensación escandalosa que sentía en su corazón.

Arg... seguramente el lunes sería objeto de sus burlas.

—Espera...— Frunció el entrecejo —Conozco esa mirada— y entonces sonrió socarronamente —Algo pasó entre ustedes y no puedes mirar al imbecil ¿cierto?—

—No, señor, no eso...— sus mejillas se ruborizaron a tal grado que lo delataron

—Hajime, déjalo en paz— Daichi regañó —nosotros nos haremos cargo de Zeus hasta que la resaca le baje a Oikawa —

—Gracias y lo siento mucho, yo...—

—No te preocupes. Ve a descansar, seguramente aguantar al jefe no fue fácil ¿verdad?— ahora era el turno de Sawamura de molestarlo con comentarios doble sentido y eso le sacó una carcajada a Iwaizumi.

—Daichi, eso no...

—Pequeño pillo— el moreno lo interrumpió y después le cerró la puerta en la cara.

Oh, mierda.

El que su intención era mantener en secreto lo que había pasado y fue descubierto al minuto uno de su llegada. Sí que era el maestro del disimulo.

Chasqueo la lengua y regresó sobre sus pasos para dirigirse de nueva cuenta a su casa y prepararse mentalmente para el día siguiente.

Mierda...

No quería verlo a los ojos, porque sentía que en cualquier momento se hundiría en ese abismo profundo. No quería verlo, porque si lo hacía tendría que aceptar que...

Y no quería hacerlo, no ahora que tenía un trabajo estable y todo empezaba a mejorar. No quería, pero...

¿Estaba teniendo otra opción? Tal vez su jefe no era tan idiota.

Mi jefe es un idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora