A causa de la acción más ofensiva, que para 𝗜𝗺 𝗕𝗼𝗿𝗮 resultó siendo graciosa, solo fue la fuente para qué la intriga, y el deseo de pecar, se apoderara de ella.
Ni mucho menos para la pobre víctima, el famoso boxeador 𝗝𝗲𝗼𝗻 𝗝𝘂𝗻𝗴𝗸𝗼𝗼𝗸...
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Im Bora
Alguna vez tuve la esperanza de viajar a Hawái, y era irreal pensar, que estaba justo en mi lugar soñado.
No tuve la oportunidad de apreciar el sitio, ya que Jungkook y yo llegamos por la noche, directamente para dormir, justo a Honolulú, una isla preciosa y la más famosa para visitar entre los turistas.
Terminé de desayunar, para luego encontrarme con el hermoso e imponente mar de fondo. Podría bajar, así ver un poco más, pasar a comprar o algo, pero seguro Jungkook me querría acompañar, así que prefiero ir sola.
Todo lo que ha ocurrido en estos días, yo, aún me siento extraña, es como si quisiera saber lo que sucede, pero no tengo respuesta alguna. Esta mañana, al despertar, algo dentro de nosotros se olvidó de los problemas, nos sentíamos bien, pero...
—Ojalá te hubieras metido a la bañera conmigo —Se trataba de un Jungkook en shorts y el torso desnudo. Había visto su cuerpo tantas veces, que no podía acostumbrarme a lo que me imponía— Ah, veo que ya desayunaste.
Se acercó a mí, dando un beso en mi cabeza, para luego sentarse en la silla de enfrente, viendo por la ventana, la vista que antes apreciaba. Desde aquí, olía tan bien, a flores y a algo dulce. Mi mirada bajó desde sus labios hasta su pecho, de ahí a sus abdominales, para volver a sus ojos.
—¿Comerás algo?
Negó. Quedamos en silencio y me sentía incómoda. No hablamos mucho desde que nos besamos en Las Vegas, las conversaciones eran cortas y cerradas, es como si él esperara a que yo preguntara algo, pero no me sentía valiente. Este tipo de situaciones, me ponían en fuera de lugar, y mi parte de ser directa, desaparecía.
Al tener la vista baja, volví a su torso, donde pude percatarme de un moretón cerca de sus costillas. Sus heridas aún no sanaban del todo, obviamente, habían pasado apenas dos días. No había nada inflamado en su rostro, solo una leve cicatriz en su labio y un rastro del morete en su pómulo, que me cautivó a hablar.
—¿Tomaste las vitaminas que te dijeron?
—Sí, después de comer, deberé tomar otras.
Y antes de que dejara de verme, me decidí.
—Quisiera preguntarte, ¿por qué? —Su silencio inundó la habitación, revolviendo mi estómago. Relamí mis labios, para volver a hablar— Quisiera saber...
—No quiero hablar de ello.
Quedé perpleja. Sin mirarme, tomó el vaso con pajilla que bebía anteriormente, y bebió, despreocupado. La impotencia me cegó, por qué me había enojado.
—¿No quieres hablar de ello? Ha pasado una semana desde que descubrí que eras el hermano de mi mejor amigo, ¿acaso eso no es suficiente para hablar?, dime.