10 - Anya Holloway

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—¡No me jodas! —grita mi queridísima amiga y me muerdo el labio inferior por la vergüenza que me hace pasar cada vez que le cuento algo—. ¿En serio te ha hecho ese lacito?

Me encojo de hombros y me despejo la cara recogiéndome el pelo tras las orejas. Aparte de ser gruñona, es lo contrario a discreta. Hemos decidido esperar a que la clase se quede vacía para poder salir sin prisas ya que, por motivos obvios, tiene que acompañarme a la estación de tren cargando con mi mochila y uno de mis brazos anclado a su cuello.

—Creo que es demasiado amable —me miento, porque creer otra cosa no tendría sentido.

Una carcajada de ironía escala la garganta de Verona, que se peina el cabello oscuro con los dedos para hacerse una cola de caballo. Tiene una figura espectacular y un rostro sobresaliente, aunque su carácter de bruja asusta a los demás. Nunca le han interesado los chicos, excepto Jeff Wain. Cuando lo conoció como capitán en el club de atletismo, su inclinación hacia el género femenino se vio eclipsado por él.

—¿Qué hay de tu decisión de alejarte?

Tuerzo los labios, no ha sido una buena pregunta. Me apetece cualquier cosa menos volver a pelearme con mis pensamientos contradictorios. Respiro hondo y Vero pone los ojos en blanco porque sabe que no voy a responderle. Una vez la clase se queda vacía, ponemos en marcha nuestro plan y atravesamos el instituto rumbo a la salida. Solo dos cruces me separan de la estación, aunque el camino se hace eterno porque tengo el pie pidiendo auxilio a través de unas vendas que lo asfixian. Miro las vendas, el lazo concretamente, y se me ensancha la sonrisa como una tonta.

—Supongo que abortas misión —comenta, vuelvo mi atención hacia ella y frunce el ceño—. La misión de alejarte de Asher, digo.

—Ah, eso sí —se me escapa.

Vero abre los ojos y empieza a reírse negando con la cabeza.

—No tienes remedio.

Lo sé, soy un caso perdido. Por mi caso perdido. Llegamos a la estación repleta de gente que atraviesa los tornos y a la que tenemos que esquivar para que no me pisen o nos empujen. La verdad es que tengo serias dudas acerca de cómo voy a alcanzar el andén con vida. Verona me cuelga con cuidado la mochila en la espalda, resopla y me acaricia la cabeza.

—¿Estás segura de que no quieres que te acompañe a casa?

—Tienes clase de atletismo.

—Lo sé, pero...

—Tranquila, lo conseguiré. —Aprieto el bíceps y me hago la fuerte, aunque un soplo de viento podría tirarme al suelo ahora mismo—. Son unas cuantas escaleras hasta el andén.

—Avisa a tus padres para que te recojan en tu parada.

—Claro —miento.

Nos despedimos y le mando un besito al aire mientras trato de sobrevivir a pata coja. No me apetece llamar a mis padres, están muy ocupados en el restaurante y necesito pensar a solas, porque me conozco y ese pequeño detalle de Asher puede incendiarme no el corazón, sino el sistema nervioso por completo. Estoy acostumbrada a enamorarme de chicos imposibles, con novias, inalcanzables, con orientaciones sexuales que no me incluyen... Me río al recordar cuando conocí a Sammy. Su cabellera repleta de rizos morenos y los labios carnosos lo hacían súper atractivo y, claro, las primeras semanas se me caía la baba con él. Hasta que me hice su amiga, descubrí que era homosexual y que yo solo era su pequeña cómplice de cotilleos.

Bajo las escaleras abrazada a la barandilla con la esperanza de que mi pie bueno se mantenga estable, sin patinar, y no me mate días antes de graduarme. Consigo plantarme en el andén y me doy varios minutos para recomponerme y dejar de jadear. Mientras tanto, veo cómo el tren se va en mis narices porque no puedo saltar los metros que nos separan en los segundos que dura su parada.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora