45 - Anya Holloway

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Han pasado treinta minutos largos desde que los médicos le cedieron una silla de ruedas a Vero para trasladarla a la sala de urgencias. El trayecto en el coche de Kai lo pasó dormida sobre mi hombro mientras yo le sujetaba el paño fuerte contra la herida para evitar que al despegarse sangrara de nuevo.

Resoplo, con un mar de nervios revolviéndome el estómago mientras mi pierna toma el control y se mueve inquieta sin parar ni un segundo. Estamos sentados en unas sillas de plástico en medio de un pasillo a metros de la sala de urgencias, desde donde escuchamos cómo Vero emite quejidos y discute con los médicos. Le he enviado un mensaje a Sammy para ponerlo al tanto, pero la última vez que se desconectó fue hace casi tres horas. Me siento culpable porque, de haber ayudado a mi amiga a ignorar a aquella arpía, seguiríamos en la discoteca bailando y disfrutando de nuestro viernes.

—¿Por qué le pegaste a esa chica? —me pregunta Kai en bajo para respetar el silencio que exigen los carteles colgados en las paredes.

—Es una historia muy larga —contesto, escueta, porque contarle que a mi mejor amiga le han puesto los cuernos está lejos de entrar en mis planes.

Además, me molesta que este tío termine enterándose de todos mis problemas.

—Tenemos tiempo de sobra —comenta y señala la puerta de la salita con el pulgar—. Hasta que tu amiga se deje coser la herida.

—Qué más te da —mascullo.

—Puedes contármelo a mí o a la policía, lo que prefieras.

Me giro hacia él con los ojos entornados para dedicarle una de mis peores caras, es increíble que tenga que aguantarlo después de todo lo que ha ocurrido esta la noche. Entorno aun más los párpados al caer en la cuenta de que lo realmente increíble es que esta persona siempre aparezca en los peores momentos. Es un talismán humano, pero de la mala suerte.

—¿Me estás amenazando? —inquiero con un ápice de desafío en el tono.

—Te estoy dando a elegir —me responde de brazos cruzados.

Sus ojos avellanados me contemplan curiosos. Me cuesta aceptar que esa maldita coleta le favorezca más de lo que debería y que la camiseta interior, que se ciñe a su abdomen y deja al descubierto su torso y brazos algo musculados, invitaría a la imaginación de cualquiera. Debe de haberse percatado de que, por un instante, se me ha ido la atención a su cuerpo en lugar de a la conversación, porque se le asoman unos atractivos hoyuelos a cada lado de la boca al formársele una sonrisa pícara.

—¿Y bien? —insiste acercándose a mí y vuelve a la broma del reservado—: ¿Cariño?

Trago saliva. Está loco si piensa que voy a seguirle el rollo esta vez.

—Esa tía trató de humillar a mi amiga.

Ouch —se burla llevándose una mano al corazón—. Pensaba que ibas de chica mala y resulta que ibas de chica heroína.

Por acto reflejo, frunzo el ceño y me preparo para pegarle un puñetazo débil en el brazo, pero me detiene sin inmutarse. Afianza los dedos alrededor de mi muñeca, que se queda suspendida en el aire, obligándome a encararlo de frente. Sus labios se amplían con malicia, igual que si acabase de aplastar a un insecto.

—Pensé que habíamos quedado en buenos términos la última vez.

—¿Yo? ¿Contigo? —le vacilo para luego escupir una risa seca—. Me subestimas.

Cuando él sonríe resignado y cierra los ojos, repaso con rapidez la forma de sus labios extendidos, esos hoyuelos, la mandíbula marcada y perfectamente afeitada, y... Por primera vez, no encuentro rastro de un parecido con su hermano, pero el corazón se me altera. Quizá por recordar cómo me besaba aquella noche. Me cortaría la lengua antes de admitir que fueron los mejores besos de mi vida.

—Sería interesante saber por qué te empeñas en ser tan grosera —dice aflojando los dedos para devolverme la movilidad de la muñeca.

Eso me ofende, porque quizá él no lo sepa, pero con pocas personas he sido grosera. De hecho, he pecado toda mi vida de ser la típica chica tonta que se come los marrones de los demás por callarse cosas que debería gritar. Respiro profundo y el olor a perfume masculino de su camisa, la que llevo puesta, me embriaga todos los sentidos.

—¿Te has planteado que puede que me caigas mal? —intento sonar dura.

—¿En serio? —Se sorprende falsamente, con un brillo astuto en las pupilas—. ¿Después de verte llorar o... de que me suplicaras que te besara?

—¡Dijiste que...! —vocifero, aunque me obligo a bajar el volumen si no quiero que me echen también de aquí—. Que aquello no pasó nunca.

Su boca se amplía, mucho, al hacer el mismo recorrido con la mirada que hizo con sus labios por mi cuello, por mi mentón y aterrizarla en mis ojos. El calor me sube de pies a cabeza y se me instala en las mejillas como una bomba que me amenaza con explotar en cualquier momento hasta que Kai emite una risa triunfal porque me he puesto colorada. Y me ha puesto, a secas. Me quema el cuerpo por donde ha paseado su mirada, como si mi maldita cabeza loca pidiese a gritos revivir aquel momento. Aparto la vista simulando que me interesa más el pequeño chillido que ha pegado Vero al otro lado de la sala que él. ¿Que si me fastidia que se haya burlado de esa vulnerabilidad que tanto detesto y de la que fue testigo aquella noche? Mucho.

Todavía me pregunto si eso que pasó entre nosotros ayudó a que las imágenes de Asher con Rose perdieran gran parte de su importancia. Me muerdo la lengua un instante, pero al final pronuncio entre dientes:

—Mentiroso.

Aprieto los labios. Reclinado hacia delante para descansar los codos en sus rodillas y con los párpados entrecerrados, Kai me contempla en silencio, indescifrable.

—¿Te arrepientes? —inquiere, directo.

Antes puede que hubiese un rastro de broma en sus palabras; ahora, en cambio, su voz suena tan contundente, como cuando se dirigió a aquel hombre en el reservado, que trago saliva, inquieta, bajo su atención exigente. Cavilo entre ser sincera o mantener mi orgullo. El aire entre nosotros se ha vuelto pesado.

—¿Acaso eso importa? —le contesto para desviar el tema.

En el fondo, muy en el fondo, admito que me habría gustado escuchar su respuesta. Sin embargo, en cuanto las puertas se abren de par en par dando paso a una Vero en silla de ruedas con el delineado corrido por los mofletes de haber llorado durante la sutura de puntos, su mano cae sobre mi cabeza para regalarme una sutil caricia que termina despeinándome y murmura para nosotros dos:

—Tranquila, aquello no pasó nunca. —Un ápice de decepción le atraviesa el rostro—. Ni volverá a pasar, sé que te gusta mi hermano.

Recuerdo aquel juego en el que me tocó besar a Asher, me retracté como una cobarde y al segundo me arrepentí de haber salido tan rápido del aprieto. Pues así. La misma sensación me recorre el cuerpo en este momento por haber perdido la oportunidad de decirle que, ahora que me lo ha preguntado cara a cara, sé que no me arrepiento en absoluto de haber ido a aquella terraza con él. De hecho, soy consciente de que su compañía me salvó. No obstante, mi rostro no refleja nada de lo que pienso mientras avanzo hacia Vero para abrazarla y los médicos nos dan la noticia de que no ha sido nada grave, que en un par de semanas estará recuperada si guarda el reposo correspondiente.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora