67 - Kai Harper

1.8K 208 3
                                    

El móvil vibra a primera hora de la mañana. Me despierto de golpe y acepto la llamada de Simon para contarle que nos hemos quedado encerrados aquí con cuidado de no despertar a Anya. También protesto al soportar las regañinas que debería aplicarse a él mismo de vez en cuando. Le pido que traiga un par de sudaderas de su casa y que busque una ventanilla en el edificio de Artes del campus, donde estamos nosotros. Le mando ubicación por si es tan lerdo de perderse. En cuanto cuelgo, me encuentro absorto en la imagen que tengo a centímetros.

Anya Holloway duerme plácida al lado, con mi camisa vaquera y las manos posadas en mi torso al descubierto. El cabello cobrizo le cae por el rostro lleno de esas pecas que me encantan mientras mueve los labios rosáceos intentando balbucear algo en sueños. Es jodidamente preciosa. Cierro los ojos al recordar que esta chica era virgen hasta esta noche y no puedo creer que quisiese seguir adelante conmigo. Tampoco entiendo demasiado bien qué habrá ocurrido con Asher en estos meses desde que la conocí en la terraza de mi ático. ¿Acaso ya no le gusta?

Parpadeo varias veces contemplándola como si de esa manera pudiese guardar este momento en mi retina. Le acaricio el perfil del mentón, los labios rojizos y vuelvo a recostar la cabeza sobre la de ella sintiendo los latidos gritando en mi pecho. Me encantaría pintarla en un lienzo por si no nos volvemos a ver, porque se me instala un nudo en la garganta si pienso que lo de anoche puede quedarse simplemente en eso, en una noche. Y porque no sé qué diablos he hecho sabiendo que me voy a Barcelona dentro de poco. Desde luego que llegará el día en que no nos volvamos a ver.

Sí, Anya Holloway, me supones un enorme problema.

Cuando una piedra choca con el cristal de la ventanilla, me doy cuenta de que me había quedado dormido abriendo los ojos de golpe y distingo a Anya poniéndome un dedo en la boca para evitar que haga algún ruido.

—Tranquila —digo y le alejo el dedo—, debe de ser mi amigo.

Ella suspira, angustiada.

—Pues dile a tu amigo que a este paso va a romper la ventana.

—¿Cuánto tiempo lleva ahí?

—He contado seis piedras —apunta en bajito subiendo los dedos.

Sonrío, es adorable incluso recién despierta. La ventanilla está demasiado alta para alcanzarla, así que cojo a Anya en los hombros mientras intento acallar sus protestas porque anoche le rompí las bragas y no tiene con qué cubrirse sus partes íntimas. Le doy el manojo de llaves y ella asoma la cabeza cautelosa de que nadie que pueda meternos en problemas la vea.

—¿Tu amigo Simon es rubio? —me pregunta dándome varias palmaditas en la frente. Asiento y lo llama—: ¿Simon?

—Dile a ese capullo que voy a matarlo —lo oigo decir.

—Cállate y escúchame, no hay tiempo —se queja ella y tengo que tragarme una carcajada porque ya me imagino la expresión de él—. Tienes que entrar por el aula del club de arte y llegar hasta la piscina.

—¿Y por qué no habéis salido vosotros solitos con estas mismas llaves?

—Kai no tiene las de la piscina, pero dice que cree que se puede abrir desde fuera sin llaves.

—Kai es un grano en el culo —gruñe él.

Acto seguido, Anya me da varios toques en la cabeza para que la baje, me escudriña con sus ojos de miel y me pega un puñetazo en el brazo tan flojo que ni lo noto.

—Tendrás que esforzarte más si quieres hacerme daño —me burlo.

—Reza para que no pillen a tu amigo.

—No lo harán.

—Y para que mi vestido esté seco —murmura encaminándose a ese vestido de florecillas que ha colgado de un armario.

—Lo estará. —Toca la tela y me fulmina con la mirada—. Lo está, ¿verdad?

Me jacto al verla inflar los mofletes porque tiene que darme la razón. Se quita la camisa vaquera de espaldas, que me la tira directa a la cabeza y la cojo al vuelo, y se pone su ropa mientras contemplo de brazos cruzados la melena sobre su espalda hasta frenar la atención en el trasero.

—Ahora reza tú para que no tengas que agacharte —bromeo.

Va a propinarme un segundo puñetazo, pero la puerta de la piscina cruje y ambos nos tensamos. Escondo las bragas rotas en la toalla bajo mi brazo, asomamos con cuidado la cabeza a través de la puerta del vestuario femenino y el suspiro de alivio al ver la cabellera rubia de Simon también asomándose nos sale al unísono. El tío no tarda en darme un leve empujón al hombro repitiendo que soy un grano en el culo, luego se acerca a Anya y le estrecha la mano con una amplia sonrisa.

—¿Tú eres la del otro día? La que estaba con esa chica morena tan guapa.

—Se llama Anya —intervengo.

—¡Eso, Anya! ¿Me la presentarías a cambio de haberos sacado de a...?

—Olvídate de ella —espeta ella con el ceño fruncido—. Además de que me tendrías que caer muy bien para que yo te la presente, se ha ido a Estados Unidos.

—Joder, menudo carácter —ríe Simon y centra la atención en mí—. Pero me cae bien, tienes buen gusto.

—Ah, y tiene novio —añade dejándonos atrás.

Simon y yo compartimos la misma expresión al enarcar las cejas porque sí que tiene carácter. Más del que yo imaginaba. Salimos a toda leche del edificio recorriendo el mismo camino que hicimos para llegar aquí y Anya aprovecha para coger el cuadro que había pintado ayer, que está casi seco. Lo guarda en mi maletero mientras me encargo de tirar en un contenedor de basura la toalla y las bragas, después nos ponemos las sudaderas que trajo Simon, que analiza cada una de nuestras acciones perplejo, y Anya sube al coche.

—Tenemos una charla pendiente —me advierte él una vez a solas.

—Lo que tú digas.

—Por supuesto, ya me debes dos favores: el de anoche y el de esta mañana.

—Por todos lo que te he hecho yo a ti, estamos en paz —me despido palmeándole el hombro—: Nos vemos, tío.

—¡Y una cerveza! ¡Me debes una cerveza! —vocifera tras de mí.

Suelto un largo suspiro al sentarme en el asiento del conductor. Al menos, hemos salido ilesos del problema, aunque tengo otro mayor a mi lado y tiene el nombre de Anya. Ese mismo problema me observa expectante con un brillito en los ojos que me hace sentir peor que esta mañana cuando el asunto de Barcelona tomó relevancia. Ladeo la cabeza y desvío la vista hacia ella. No quiero arruinarle esa sonrisa tan bonita. Podría decírselo directo, tampoco creo que vaya a importarle demasiado. Seguramente lo de anoche no haya significado nada más que una experiencia sexual para Anya. Su primera experiencia, me martirizo. No sirvo para estas cosas. Entreabro la boca, dispuesto a que este sea nuestro último encuentro. Entonces, ella se adelanta:

—¿Y ahora qué?

—Ahora... —contesto petrificado.

Joder, quiero volver a verte. Me agarro fuerte al volante. Resoplo, necesito un cigarro, recuperar las horas de sueño en mi cama, un día entero a solas. Me siento tan imbécil como pensé que lo era mi hermano queriendo conocerla aun sabiendo que se iría a Alemania. Y no sé por qué cojones no he pensado todo esto antes.

—Ahora a casa, Anya.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora