65 - Anya Holloway

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Creíamos que lo peor sería que descubrieran que habíamos entrado sin permiso en la piscina, que nos denunciaran, y de hecho podría ser lo peor sin duda. Lo que no nos esperábamos en absoluto es que nos encerraran aquí. Después de que la luz de las linternas y las voces tras la puerta se alejaran, escuchamos un click. El sonido de una llave girándose en el interior de una cerradura.

—¿Nada? —pregunto en susurros cuando Kai vuelve al vestuario femenino, donde nos hemos escondido.

—Nada, ninguna de mis llaves sirve para abrir esta maldita puerta.

—Genial.

Estoy empapada, el cabello no deja de gotear allá por donde piso y tengo el vestido junto al sujetador hecho una bola contra mis pechos desnudos para cubrirme sin mojar la ropa. Kai, aún en bóxer, coloca el manojo de llaves en el suelo y rebusca en los bolsillos de su pantalón hasta sacar el móvil. Parece querer contactar con alguien sin éxito, chasquea la lengua y se restriega la cabellera húmeda con la mano antes de que su atención recaiga en mí.

—Lo siento —se disculpa fastidiado—, la única persona que podría sacarnos de aquí es la misma que está supliéndome esta noche.

—Eso significa...

—Eso significa que tendremos que pasar la noche en este vestuario hasta que salga de trabajar.

Yo tampoco tengo a quién llamar y me estoy helando de frío. Sé que ponerme el vestido y pasar horas con la ropa húmeda es la última opción que debo considerar, así que me hago un ovillo apoyando la espalda en la pared del vestuario. Suspiro abrumada por cómo ha acabado nuestro baño a hurtadillas.

—¿Tienes frío?

—Mucho.

—Joder.

Lo veo ir de un lado a otro trasteando en cada armario del vestuario con el bóxer ceñido a su trasero por el agua. La piel le brilla aún húmeda resaltando los músculos del cuerpo a la poca luz que entra por la diminuta ventana que hay cerca del techo. Reprimo la risa al ver que bufa desesperado y me lanza una mirada acusativa, casi culpándome por haber venido a la piscina. Enarco una ceja, dispuesta a discutirle que la mala idea se le ocurrió a él.

—Espera aquí, debe de haber algo —dice entonces.

—Tampoco puedo ir demasiado lejos —gruño poniendo morritos.

—Te voy a arrancar esos labios si vuelves a quejarte, Anya —me amenaza desde la puerta.

Y me da la espalda de camino al vestuario masculino sin ver que le acabo de poner morritos a su trasero. Dejo el vestido y el sujetador a un lado para abrazarme las piernas e intentar entrar en calor mientras lo oigo rebuscar en los armarios de allí. Es gracioso pensar en que uno de los dos debe de tener la mala suerte acechándole porque siempre acabamos en algún lío. Reflexionándolo mejor cualquier chica con buen gusto querría quedarse atrapada en un campus en plena noche con un Harper.

Abro los ojos, impactada. ¡La cita de mañana! En un segundo les rezo a los dioses para que mis padres no vayan a mi dormitorio tras llegar del restaurante y para que alguien nos saque de aquí antes de la cita con Asher. De repente, me arrepiento de haberle dicho que sí al plan de ir al cine, el estómago se me revuelve. No entiendo por qué siento que me gustaría que nadie nos sacase de aquí hasta el lunes. Estas ganas de huir... No, a la que no entiendo es a mí. Kai regresa con dos toallas en las manos y me las enseña alzándolas en el aire como si hubiese conseguido un premio.

—Utilizaremos una para tumbarnos encima y otra para secarnos.

—Qué bien. —Le aplaudo sin ganas, él refunfuña.

—Ven aquí —me ordena.

—Tengo frío.

Ladea el rostro y suelta aire por la nariz en un gesto de impaciencia.

—Está bien, cerraré los ojos.

—Nada de trampas.

La realidad es que no me da vergüenza que me vea los pechos de nuevo, es solo que estar cerca de él me confunde. Mi mente se nubla, dudo de lo que quiero. Y al mismo tiempo, sé a la perfección qué es exactamente lo que quiero. Me levanto del suelo helado, camino lenta hacia Kai, que ha tirado una toalla al suelo y me espera con la otra en la mano. Tiene los ojos cerrados, la piel erizada del frío, pero apuesto lo que sea a que prefiere secarme a mí primero para no dejarme la toalla húmeda. También me siento confusa, triste de que nos hayan interrumpido antes. Me niego a esperar a que otra situación nos una de esa manera de nuevo. Cuando llego a él y se prepara para arroparme, pego mi torso desnudo al suyo en un abrazo que me revela lo rápido que le bombea el corazón.

Inspiro profundo, no soy consciente de cuánto me gusta hasta que nuestro contacto me aprieta el corazón frenético. Me impulso sobre la punta de mis pies, le rodeo el cuello aproximándolo a mí y beso sus labios con suavidad, casi temerosa de a dónde quiero llevar esto.

—Déjame abrir los ojos —me pide sonando a súplica.

—Ábrelos.

Y lo hace. Clava sus pupilas indescifrables en mí. Parece que quiera hacerme alguna pregunta; en cambio, me rodea la cintura con los brazos, me dirige de espaldas hasta toparnos con la pared del vestuario y sube una mano a mi cuello para alzarme el mentón. Luego, atrapa mi aliento en un beso profundo, incluso romántico, y me acaricia el vientre rumbo a mis partes íntimas.

—¿Creías que te habías librado de mí porque nos hayan interrumpido? —pregunta con un atisbo audaz.

Contengo un gemido al notar sus dedos jugueteando con el borde de mis bragas.

—No quiero —respondo débil a su roce.

—¿No quieres el qué?

—Librarme de ti.

—Entonces... —murmura acariciándome el pubis, provocándome que fantasee con que siga bajando—. ¿Qué quieres, Anya?

El calor de la vergüenza se adueña de mis mejillas. Sin embargo, el fuego del deseo que me consume es más fuerte. Estoy cansada de ser correcta, de ser la niña buena. Lo quiero todo, ahora.

—Quiero que bajes.

Lo hace y mi cuerpo se agita al sentir el movimiento de sus dedos dentro de mí. Los besos pasan a un segundo plano cuando acelera el ritmo y me arde todo por dentro.

Nunca he masturbado a un chico, así que me dejo llevar por mi instinto. Dirijo una mano a su bóxer, precipitada y conteniendo como puedo el placer que me está volviendo loca. No juego con la tela, no lo provoco, sino que directamente se los deslizo hacia abajo, introduzco la mano y le sujeto el miembro para me sienta a mí también. Acompaso el ritmo de sus dedos con el de mi mano y Kai se aparta de mis labios para soltar un gemido sofocado que me eriza la piel.

Entonces, deja de tocarme y sujeta el borde de mis bragas con ambas manos.

—¿Le tienes afecto a tus bragas de fresitas? —me pregunta en la boca y sonríe con malicia.

—Más que a ti —me mofo.

—Es cierto, me dijiste que te caigo mal. —Su sonrisa se amplía triunfal. Noto que sus dedos se afianzan a mis bragas—. Pues creo que voy a caerte peor después de esto.

Tira con fuerza y el sonido de la tela rasgándose y cayendo al suelo, lejos de asustarme, me excita aún más.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora