77 - Anya Holloway

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Al despuntar el alba, antes de que Kai abra los ojos, comienzo a dibujarlo en una libreta de bocetos que tenía encima del escritorio, absorta en cada detalle de su rostro para plasmarlo en blanco y negro. Se merece los colores más bonitos de cualquier paleta de pintura, pero prefiero regalarle trazos del talento que domino.

Le perfilo la punta de la nariz y luego la mandíbula, ensimismada en la noche de ayer. Recordar su voz alcanzando el orgasmo me excita incluso ahora, aunque sin duda lo que más me ha gustado es que hayamos dormido juntos de nuevo, abrazados, tomándole la temperatura de vez en cuando y obligándolo a tragarse esas pastillas que odia con todas sus ganas. De hecho, amanecer con el sonido de su corazón en mi oreja ha debido de ser lo mejor.

Esta mañana volví a hurtadillas a mi casa para darme una ducha, cambiarme de ropa y simular que había dormido allí. Cuando salí de mi habitación con el móvil y las llaves, dispuesta a volver junto a Kai, mi padre estaba untándole mermelada a su tostada en la cocina. Entrecerró los ojos examinándome de abajo arriba y me dijo con una gran sonrisa de amenaza que no iba dirigida a mí: «Si tratas mal a mi niña, te romperé las piernas. Dile eso». Ni siquiera me detuve a contradecirlo porque mi madre habría llegado a la cocina tras vestirse y ella no es tan abierta de mente en cuanto al tema de los chicos. La prueba de ello yace en que prefiere que me case con mi mejor amiga a tener que entregarme a un chico.

Debo contarle a Vero, en cuanto tenga su nuevo número, esta historia con Kai. Confesarle también que estoy pensando en cómo citar a Asher para rechazar su proposición de conocernos de forma seria, serle sincera, porque soy incapaz de imaginar a su hermano mayor fuera de mi vida.

Me río en silencio mientras dirijo el lápiz a la zona de las pestañas del Kai dormido que estoy dibujando. El canturreo de los pajaritos que sobrevuelan el residencial entra por la ventana de su habitación. Encojo las piernas y respiro llena de paz. Hacía tiempo que no me sentía así de plena, feliz o el sentimiento que sea que me haya estado abandonando estos meses atrás. Luego de perfeccionar las pestañas, me enfoco en el cabello, la parte que se me suele complicar y, en efecto, se me complica. Porque los pelos deben tener una dirección específica para que resulte natural y a mí eso se me da un poco mejor que fatal. Coloco el cuaderno en el suelo con cuidado de no hacer ruido, me acerco al escritorio y rebusco entre sus estuches en busca de cualquier goma de borrar que me sirva. Pero Kai pinta, no dibuja.

No la encuentro, suspiro impaciente, quería terminar el boceto antes de que se despertara. Lo que sí encuentro es su móvil y me doy el capricho de agregarme a su lista de contactos como «la chica de los pañuelitos» porque sé que me apodaría así si hubiese podido elegirlo él en lugar de hacerlo yo. Además, esta vez no esperaré a que se digne a escribirme para tener su número. Realizo una llamada perdida al nuevo contacto y voilà. Podría haber desistido de mi empeño en encontrar una goma de borrar, y lo iba a hacer, pero el encabezado de una carta abierta sobre el escritorio me llama la atención por el dibujo de un museo en su esquina. No la cojo, simplemente me inclino para poder ver de cerca los trazos de ese edificio cuando a su izquierda alcanzo a leer «Propuesta de empleo, Barcelona».

Miro a Kai, luego a la carta, y no puedo resistirme a atraparla para leerla. ¿Acaso trabajó en un museo en Barcelona? Sigo leyendo. Mi corazón comienza a bombear estrepitoso acompañado de un leve mareo por el vértigo que me provoca haber descubierto esto. No, él no trabajó en ningún museo en Barcelona.

Trabajará. En menos de un mes.

Y juro que soy capaz de oír las risas del Destino burlándose de mí por haber creído que todo marcharía bien a partir de ahora. Los nervios se adueñan de mis movimientos.

—Kai, despierta —lo llamo zarandeándole el hombro, aterrada de que todo lo que está escrito en este papel sea cierto—. Despierta, por favor.

Primero, abre un ojo con dificultad, listo para mandarme al infierno por haberlo despertado de esta manera. Sin embargo, cuando le pongo la carta por delante, se incorpora de inmediato y empalidece al instante. Repasa, atónito, cada una de mis facciones como si quisiese averiguar qué efecto ha tenido en mí la dichosa noticia. No puedo esconder que me tiritan los labios al hablar.

—¿Cuándo pensabas contármelo?

—Déjame explicártelo —me pide revolviéndose la cabellera y comprueba la temperatura de su frente.

—¿Qué vas a explicarme? ¿Que te vas? ¿Que te molesta que quede con otro chico aun sabiendo que te irás?

—Ese otro chico es mi hermano —me corrige.

—Entonces, ¿eso es lo que te molestó? ¿Que fuera tu hermano y no otro?

La vista se me nubla. No puedo creer que esté sucediendo esto.

—Cálmate —me exige sujetándome de los brazos—. Estoy aquí, te voy a dar todas las explicaciones que necesites.

Agacho la cabeza, me restriego la humedad de las pestañas y respiro bajito mientras él se levanta de la cama resoplando con disimulo. Lo sigo hasta la cocina, donde prepara té en silencio y lo sirve en dos tazas que lleva a la mesa del salón. Tomo asiento a su lado sin mediar palabra, con la taza ardiendo entre mis dedos porque siento que el mundo se ha vuelto frío de repente. Me aterroriza ver el gris ciñéndose sobre mí de nuevo.

—Es mi último curso de carrera y, para las prácticas, he solicitado trabajar en varias empresas de España —comienza a explicar. Saca de la caja las pastillas para el resfriado y se las traga sin agua—. Me han ofrecido una propuesta de empleo de lo más cutre en Madrid y otra muy jugosa en Barcelona.

—¿Por cuál te decantarás? —casi me ahogo con el té al preguntárselo.

—Por la de Barcelona —declara poniendo en tensión los músculos de la cara—. No tiene sentido aceptar la propuesta de Madrid.

—¿Y vendrás aquí algún día? ¿Algún fin de semana? —lo interrogo recordando la decisión de Asher, ansiosa por aferrarme a cualquier esperanza que no me separe de Kai.

—Yo... —murmura. Su mirada se pierde en su taza en vez de encararme mientras pronuncia las palabras—: No creo que vuelva, no hay nada que me retenga aquí en Madrid.

Aunque me cueste admitirlo, comprendo que yo no forme parte de ese «algo» que lo retenga aquí. No soy tan importante ni razón suficiente para que Kai quiera volver a Madrid en algún momento teniendo su vida en Barcelona. Hago el esfuerzo por respirar hondo, por aguantar las ganas de llorar porque no soportaré que me ofrezca un último clínex. Me muerdo los labios, temblorosos, y pestañeo aclarándome la vista.

—Te entiendo —me obligo a decir—, y me alegro por ti.

Kai coloca la taza en la mesa para sujetarme las manos, pero las aparto.

—Eso no significa que esté dispuesta a clavarme un puñal a mí misma —sentencio con mi voz a punto de romperse.

Yo entiendo su decisión de elegirse a sí mismo, espero que él entienda la mía. Su mirada se torna amarga, impotente porque sabe que esto es lo correcto, cuando le entrego mi taza y me levanto para recoger el móvil y las llaves antes de marcharme. No quiero hacerlo, me grito por dentro que retroceda en mis pasos y, al menos, me despida de Kailen Harper con un abrazo por todo lo que ha hecho por mí. Por todo lo que hemos hecho juntos, a pesar de que haya sido breve. Sin embargo, en esta ocasión elegiré cuidar de mí. Abro la puerta de su piso, ahogo el llanto. Él no me detiene.

Mi corazón me asegura que estamos cometiendo un error. En cambio, mi cabeza le da las gracias en silencio por dejarme ir.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora