31 - Kai Harper

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Maldita mocosa.

Mentiría si dijera que las cosas que hace no me provocan más interés del que me había despertado su faceta taciturna deambulando por los jardines de nuestro residencial. Y mentiría si dijera que las cosas que hace me molestan porque, al mismo tiempo, me divierten. Tanto que estoy deseando ver cuál será su próximo movimiento. O quizá lo haga yo para ver su cara de derrota como ella acaba de ver la mía.

Las puertas del ascensor se apartan. Anya está a la izquierda, apoyada en la pared. Se peina las puntas de su melena cobriza con los dedos mientras espera su turno en la cola de cinco personas. Alza la vista y reprime una sonrisa que detecto al instante, aunque intente disimularla.

—Ya era hora —se queja.

—Debí haber llegado hace un par de minutos —contesto divisando quién es el segurata de la entrada.

—¿Y eso? ¿Mucho tráfico en la autopista? —se hace la sorprendida con burla.

—Las compañías que se encuentra uno en la calle no siempre son de fiar —digo con ironía y pongo mi brazo por delante para que se sujete—. Conmigo evitaremos cola.

La mueca de asco que hace cuando parece imaginarse la escena en la que camina conmigo cogida del brazo es épica. Se recoloca los mechones tras las orejas y niega en silencio escondiendo las manos en los bolsillos tras el tul de su vestido.

—Anya, deben pensar que eres mi novia o algo por el estilo. De lo contrario...

—Vale, vale —arrastra la última vocal como si fuera a complacerme al anclar su brazo al mío y esboza una sonrisa sincera que, por un instante, me punza el pecho.

Aunque se lo he pedido yo, me asusto cuando acepta de buenas maneras y relaja la expresión de su rostro para acompañarme hasta la puerta. Esta mocosa es tan impredecible que me pone nervioso.

—Si te pregunta, tienes veintiuno.

—Tu voz impide que me siga imaginando que eres mi mejor amiga —me manda a callar y se me escapa una risa irónica.

Y yo que pensaba que había enterrado el hacha de guerra.

—Dudo que tu mejor amiga mida un metro ochenta y seis y huela a tabaco.

—Enhorabuena, por primera vez tienes razón.

—Siempre tengo razón —zanjo contundente. No me quedo satisfecho y añado—: Mocosa.

Se dispone a seguir discutiéndome, pero levanto el brazo al llegar al atril de recepción para que alguien venga a atendernos y el joven, que se acerca ligero al verme, abre los ojos con la emoción que le falta a esta mocosa gruñona. Aprovecho los segundos que tarda en llegar para acercarme a Anya.

—¿Ves eso? —le susurro al oído—. Se llama sonreír. Deberías intentarlo, seguro que lo consigues.

Recibo un codazo por lo bajo que me saca una sonrisa, aunque mi antiguo compañero cree que lo hago porque me alegro de verlo. Enseguida nos separa al abalanzarse para darme un abrazo que me deja sin respiración y que se ahorraría si supiese que, durante el tiempo que trabajé aquí, nunca me cayó bien.

—¡Kai, colega! ¡Cuánto tiempo! —grita sin prestarle atención a la gente que espera en la cola. Luego, se aparta y centra su atención en Anya. Cuando creo que va a poner pegas, le coge las manos y amplía la boca—. ¿Y tú?

—¿Y yo? —repite ella en shock.

Me muerdo la lengua para contener la risa porque veo en los ojos de Anya el pánico de no saber qué decir.

—¿Quién eres? —le pregunta él.

—Viene conmigo —contesto en su lugar, sujetándola por el hombro para acercarla a mí—, supongo que ya lo intuías.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora