78 - Asher Harper

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Hay una gran diferencia entre la mansión de Rose y su hermano Fletcher y la de mis padres: aquí no hay empleados.

Hundo malhumorado la cuchara en el café y remuevo para disolver el comprimido de edulcorante. El primer sorbo me quema el paladar. Por la cristalera que ocupa gran parte de la pared de este dormitorio entran ráfagas de luz que cambiaría encantado por un día nublado con relámpagos y truenos que hicieran retumbar los cimientos de este lugar hueco. Hay una butaca que ocupo junto a la ventana, un espacioso armario vacío y dos camas individuales, perfumadas por el típico olor a ambientador de flores que me recuerda al hogar en el que me crie. Le doy un trago al café y suelto un largo suspiro.

—¿Se puede saber cuánto te queda? —grito irritado.

—¡Me ducho rápido! —vocifera Rose asomándose al marco—. La verdad es que tardaría menos si pudiese ducharme en el baño de esta habitación.

Da un paso al frente y entra en este cuarto de invitados, donde me quedé a dormir ayer para evitar malentendidos con la rubia de las revistas que tiempo atrás fue mi novia. Aún me pregunto qué me gustaba tanto de ella; el físico y solo el físico, supongo.

—No te hagas ilusiones —me quejo—. No te he dicho que puedas.

—Tampoco necesito que me des permiso, es mi casa. —Me saca la lengua y se desmelena de camino al baño envuelta en una toalla—. Borra esa expresión de amargado, solo quiero charlar mientras me ducho.

—Date prisa.

—¿Qué tal en Alemania?

Abre el grifo, pero no ha cerrado la puerta del baño.

—Arreglando papeleo —contesto.

Me bebo el resto del café y dejo la taza en el suelo.

—¿Papeleo?

—Sí, Rose, papeleo —hablo impaciente con la atención anclada en algún punto indeterminado del paisaje montañoso y ella se ríe—. Estaré viniendo los fines de semana para aprender a dirigir la empresa de mi padre, ya sabes.

De repente, Rose aparece desnuda por la puerta abierta del baño y debo contener el aliento para que no se percate de lo perplejo que estoy, aunque sé de sobra que conociéndola como la conozco no debería de sorprenderme este tipo de cosas. Desvío la vista y sacudo la cabeza cuando sus pasos se dirigen al butacón en el que estoy sentado.

—¿Significa eso que tenemos una oportunidad? —insinúa coqueta dejando caer las manos en el reposabrazos de este asiento.

—Nuestra relación se quedó sin oportunidades hace mucho.

—Vamos, Asher, ¿a quién quieres engañar?

—Dúchate y vámonos.

—Sé que me deseas —me musita al oído.

La miro alzando una ceja, retándola a que me demuestre de dónde se ha sacado ese planteamiento.

—No seas ridícula.

—¿Soy ridícula? —pregunta con astucia—. ¿Estás seguro?

Su mano aterriza en mis partes por encima del pantalón. Es cierto, físicamente siempre me ha encantado y no puedo ocultar mi erección, que se endurece con el roce de sus dedos. Los pasea lentos hasta llegar a mi mano y me la coloca entre su pubis y el ombligo incitándome a tocarla.

—Vamos, tócame —me susurra. Una parte de mí me aconseja que me incorpore para acabar con esto, la otra...—. Soy tuya.

La otra se muere por sucumbir al deseo carnal porque los sentimientos siempre se me han dado mal. Le agarro las caderas y tiro de ella para sentarla en mi regazo. Entonces, sin dudarlo ni un segundo, me rodea el cuello con las manos y pega sus labios a los míos con una desenfrenada pasión que no comparto ni por asomo. Al contrario de la atracción física que recordaba sentir hacia Rose, mi cuerpo sufre un bajón. Su beso me sabe a nada, a unos labios que no son... los de la chica que me gusta ahora. Esa chica a la que le propuse conocernos en serio. Y aún no me ha contestado. ¿Qué demonios estoy haciendo?

—Detente, por favor —le suplico a Rose.

—¿Es por lo de tu padre?

—No, Rose. Me gusta alguien.

—¿Ibas a follarme pensando en otra?

Ella se aleja enarcando una ceja en una mueca de asombro y asco mientras se cubre los pechos con las manos. Me paralizo ante la posibilidad de que la faceta dramática de Rose me arruine el día, pero de repente se troncha de risa como una desquiciada y tengo que pestañear para cerciorarme de que es real y no una alucinación por la falta de sueño.

—Vamos, Asher, que ya no me muero por tus huesos —se burla entre risas, me guiña un ojo y se destapa los pechos—. Me visto y te llevo al hospital.

Se apresura en ir a su habitación, oigo un traqueteo y enseguida aparece en zapatillas de deporte y un chándal rosa ceñido al cuerpo. Me hace un gesto para que la acompañe al coche, cosa que no dudo en hacer porque estoy deseando largarme de aquí, al mismo tiempo que se atusa la melena con los dedos. Por el camino reina el silencio, ni siquiera nos molestamos en encender la radio y tampoco es que nos importe el ambiente de mierda que haya entre nosotros.

—¿Esa chica que te gusta es la pelirroja del baile? —inquiere dando palmadas en el interior de la guantera hasta que localiza un paquete de tabaco.

—Quién sabe.

—Está bien, no me importa —dice y se lleva un cigarro a la boca—. Pásame el mechero de ahí.

Voy asimilando la cantidad de cosas imprevisibles que está haciendo hoy a marcha forzada. Persigo el movimiento que hace con el pulgar al rodar la piedra del mechero. Se enciende el cigarro, inspira con fuerza y expulsa el humo con una mano al volante.

—¿Desde cuándo fumas?

—¿Desde cuándo te importo? —Me observa de soslayo un instante antes de volver a la carretera—. Empecé a fumar cuando me dejaste, supongo.

Desapruebo su nuevo vicio meneando la cabeza, aunque parece darle absolutamente igual. Esboza una sonrisa triste con la vista al frente y vuelve a fumar tras bajar las ventanillas.

—A decir verdad, llevo un tiempo ocultándote algo porque pensé que nuestra relación no tendría futuro si te enterabas. Sin embargo, luego tomaste una decisión similar y apenas te afectó hacerme añicos el corazón. —Me fijo en que la mano al volante le tiembla y no es debido a los baches que el coche atraviesa—. Hace meses que firmé un contrato de modelaje en París para mediados de octubre, así que este año no me he matriculado en tercero de carrera. La dejo. Y dejo Madrid, para siempre. A ti también, aunque me siga doliendo lo frío que eres conmigo incluso ahora.

Lo cierto es que, más que frío, estoy en shock.

—También quiero que sepas que me parece injusto que dejes a tu hermano fuera de esto —prosigue. Una mala sensación se me incrusta en el pecho. Le da una calada al cigarro atrapado entre sus dedos índice y corazón—. Tiene derecho a saber que su padre ha sufrido un infarto y me he tomado la libertad de contárselo todo esta mañana.

—¿Le has contado que mi padre...?

He pasado del asombro a la rabia en cuestión de segundos. Trago saliva, ella me dedica una sonrisa que me confirma lo cínica que fue y seguirá siendo.

—Sí, Asher. Tu hermano ya está en el hospital.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora