50 - Anya Holloway

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No he podido ocultar la alegría que he sentido al saber que Kai está cursando cuarto de carrera en mi futura universidad. La sonrisa se me ha desbordado, aunque he recurrido al «piensa algo negativo» para adoptar una postura neutral, como la de quien ha recibido una noticia interesante, pero tampoco para saltar de felicidad.

Aunque, si lo pienso, tampoco sé por qué me he emocionado tanto.

Presiono los pelos del pincel en el color blanco y me dispongo a colorear las nubes que tienen un tono grisáceo por el carboncillo que difuminé con la yema del dedo. Kai, de repente, parece absorto en otra galaxia. Ni siquiera le presta atención a lo que estoy haciendo.

—¿Cuántos años llevas pintando? —inquiero.

Sí, me da curiosidad, y también quiero que vuelva a este instante. Quiero que me cuente de él, que esté presente.

—Toda la vida —responde, taciturno—. ¿Y tú dibujando?

—Ni siquiera recuerdo cuándo empecé —le cuento, un par de pinceladas y... desastre. Me sentencio—: Lo sabía.

Sabía que ocurriría. Me he salido de la línea del dibujo y la nube ha adquirido una forma extraña. Me muerdo el labio inferior, disgustada. Kai chasquea la lengua y, cuando creo que va a quejarse por haber arruinado la pintura, me sujeta la mano. Sus dedos largos y masculinos se entrelazan con los míos mientras aumenta el tamaño de la forma repasando los bordes.

—Relájate, ignora los bordes que trazaste —me susurra casi al oído—. El arte se trata de esto, de expandir la mente, de hacerlo diferente. No todo tiene que ser como pensabas que sería al inicio.

Su voz y la firmeza con la que habla me estremece cuando se acerca más a mí. Unos pocos centímetros me separan del olor a cítricos y tabaco que lo caracteriza. De repente, tengo la sensación de que quien pinta es él y no yo, porque he dejado de prestarle atención a lo que debería de estar haciendo con el pincel. Lo veo pintar sobre mi mano y...

Me aparto, sobresaltada por los propios latidos de mi corazón.

—Los colores... no se me dan bien —me excuso.

Ni los sentimientos, ni las emociones, ni los colores de la vida.

—Inténtalo de nuevo otro día —me sugiere.

No tardo en reincorporarme y desatarme el delantal para devolvérselo. Kai respeta mi decisión abandonando el pincel en el vaso de agua antes de levantarse para volver a colgar el delantal en el perchero.

—Me gustaría llevarte a la universidad y enseñarte algo.

—¿Algo?

—Solo te diré que está relacionado con lo que estudiarás. —Se encoge de hombros.

—¿Tengo que aceptar tu propuesta para descubrirlo?

—Eso es. Lo tomas o lo dejas —se burla con las comisuras extendidas y sus hoyuelos a cada lado, traviesos.

Hago un mohín de duda, aunque no tenga duda alguna de que aceptaré, me muerdo el labio inferior para reprimir una sonrisa y bajo el mentón en señal de afirmación.

—Lo tomo, entonces.

Alza las cejas, como si se hubiese esperado cualquier otra reacción menos esa, y les da vía libre a sus labios para sonreír sin contenerse.

—¿Tienes algo importante esta semana? —me pregunta de camino a la entrada.

—Una fiesta, el jueves.

—No me jodas —contesta al instante, se detiene y suelta una carcajada de exasperación mientras se frota la cara con las manos—. ¿La de Rose?

—¿Tú también vas? —inquiero, asombrada porque últimamente lo veo hasta en la sopa.

Aunque me resulta gracioso. De hecho, me gusta saber que estará allí.

—Conozco a Rose desde hace un tiempo, posó para algunos de mis cuadros de exposición en la universidad.

Le quita el cerrojo a la puerta, la abre y salgo al pasillo del edificio pasando por debajo de su brazo.

—Pues tendré que aguantarte en la fiesta, qué remedio —me mofo.

—Me llevaré clínex para cuando te dé el bajón —ironiza.

Me dedica una media sonrisa que me termina haciendo sonreír a mí también.

—Búrlate lo que quieras, pero que sepas que poca gente me ve manchurrones negros por la cara de llorar.

—Estás bonita incluso así. —Las mejillas se me incendian en cuestión de un instante. Él enseguida se aclara la garganta y añade—: ¿Cómo está tu amiga?

—Recuperándose, el viernes la verás. —Kai reniega con un movimiento de cabeza y levanto la mano en señal de despedida—. Te he dejado la bolsa con la camisa del otro día en el salón. Gracias por lo de hoy.

—Gracias a ti. Hasta el jueves, Anya —se despide él también. Sin embargo, cuando doy varios pasos en dirección al ascensor, su voz me detiene—: No sé qué te preocupa de Asher, pero si no te responde a los mensajes es porque está de campamento.

—¿Cuándo...?

—Vuelve este jueves.

Las puertas del ascensor se abren, adelanto un pie y me introduzco sin responder. Escuchar su nombre me obliga a tragar saliva, a reordenar mi cabeza. A pensar en por qué me había olvidado de él hasta que lo ha mencionado Kai.

A pensar en por qué, en cierta manera, me fastidia que Asher tenga una buena excusa para no haberme escrito y seguir habitando mi mente.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora