5 - Anya Holloway

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«Adelante», me dijo Asher sin inmutarse de mis reacciones extrañas.

Me muevo como si fuera mi propia casa porque la distribución de las habitaciones es la misma, excepto por la terraza de la cocina, que es exclusiva de los áticos. Abro los muebles hasta dar con los vasos y elijo uno transparente con fresas en los bordes. No me extrañaría que este vaso fuese de Rose, suspiro porque no paro de darle vueltas al asunto, lo lleno de agua del grifo y salgo a la terraza.

El viento espeso del verano me azota el rostro desde una octava planta con vistas a la colina que hay detrás de la urbanización. Más allá de esa colina, la carretera para salir de la ciudad está colmada de lucecitas de coches. Si supiera conducir, me largaría varios días de aquí tras las pruebas de acceso finales. Bebo un trago y me siento en el suelo de la terraza, con la espalda apoyada en la pared junto a la puerta y un armario blanco con olor a recién pintado. Aquí fuera también huele a una mezcla entre dama de noche y tabaco.

Escondo la cara entre los brazos cruzados y suspiro agobiada. Siento como si me hubiesen arrebatado todas las esperanzas que había mantenido durante este tiempo; el mismo día que por fin podemos empezar a conocernos también me entero de que después del verano no podremos seguir haciéndolo. Asher Harper tiene fecha de caducidad. Ojalá el agua arrastre el nudo que tengo en la garganta y lo haga desaparecer. Bebo lo que queda de agua y dejo el vaso a un lado para contemplar las estrellas.

—Para un chico que me gusta de verdad... —musito desconsolada mientras me abrazo a mí misma para deshacerme de la sensación de frío.

Qué mala suerte tienes, Anya. Siempre ha ocurrido lo mismo. Como si tuviese una maldición acechándome que hace que me enamore de chicos imposibles o que se fijen en mí chicos de los que nunca me enamoraré. A lo lejos veo un avión; al fondo, un mar de estrellas. Hay tantas... ¿ninguna de ellas es para mí? La noche está en blanco y negro, como mi interior desde hace mucho. Si Verona me viese ahora mismo, me sacaría a rastras de esta casa y me prohibiría volver a ver a Asher. Me limpio las lágrimas y sorbo fuerte.

—¿Quieres un clínex? —oigo a mi lado.

El llanto se me corta de golpe. Abro los ojos aterrorizada porque no veo a quien me acaba de hablar. Ha sido una voz grave y masculina, de eso estoy segura. El corazón me va a mil, no sé si debería coger el vaso para utilizarlo como arma frente al ente invisible que me ha ofrecido el clínex.

—Estoy a tu derecha, al otro lado del armario —dice y percibo que está riéndose mientras habla.

Asomo la cabeza casi con miedo a encontrarme con algo no humano, pero enseguida vislumbro el perfil de un chico de mayor edad que está sentado de la misma manera que yo, solo que el armario entre nosotros le oculta gran parte del cuerpo. De repente, las mejillas me arden. Ha estado ahí todo el tiempo, no me lo puedo creer.

—Tranquila, no he visto cómo llorabas —se burla llevándose un cigarro a la boca y lo enciende con un mechero que saca de la sudadera. Luego, saca un paquete de clínex y me lo ofrece—. Puedes quedártelo.

—No estoy llorando —contesto molesta.

Ya podría haber salido de su escondite un poco antes. Me habría ahorrado las lágrimas y lo que he dicho en alto. Lo observo un solo instante al agarrar el paquete de pañuelitos, pero no consigo verlo bien por la oscuridad. De normal me daría bastante vergüenza sonarme la nariz delante de un chico, pero lo hago igualmente y, además, con más fuerza para que se entere bien de cómo me quito los mocos. Ojalá le desagrade el sonido, se lo merece por haberme espiado. No entiendo qué hace en una esquina de la terraza fumando en completo silencio. Odio el olor a tabaco. Entonces, caigo en la cuenta de que, si no es un ladrón, debe de vivir aquí.

¿¡Es el hermano de Asher!? Hago memoria, pero no recuerdo haberlo visto. Es cierto que en esta urbanización viven muchas personas y no las conozco a todas. Dios mío, el hermano de Asher pensará que soy una marrana sonándome la nariz de ese modo. Estoy condenada a pasar vergüenza. Me iré de aquí antes de que me vea la cara y pueda reconocerme. Le tiro el paquete de clínex, cojo el vaso y me pongo en pie. Cuando estoy a punto de entrar en la cocina, la persona desconocida me habla:

—Por si te sirve de algo, le encantan los bombones de menta.

—¿A quién? —espeto tratando de modular la voz de enfadada para parecerle simpática a mi posible futuro cuñado, si es que es su hermano.

—Al chico que te gusta de verdad —contesta tras expulsar el humo.

La ráfaga de olor a tabaco viene a mí y cierro las manos nerviosa. Odio varias cosas en esta vida: el olor a tabaco, que vean lo rota que estoy y las personas que me ponen de mal humor. Desde aquí no puede verme la cara y lo prefiero, porque ahora mismo está cumpliendo todas las condiciones que lo hacen insoportable. Entre las opciones que mi cabeza crea sobre cómo terminar este encuentro, sé que la más correcta sería darle las gracias por el clínex y el dato de que a Asher Harper le gustan los bombones de menta. Sin embargo, cruzo la línea que separa la cocina de la terraza y me voy sin decir nada. Guardaré la simpatía para otro momento, si nos volvemos a ver. Solo me aseguro de no tener rastro de lágrimas en las mejillas para cuando llegue al salón a despedirme nadie se dé cuenta de que me ha dado un bajón sentimental en la terraza de Asher Harper. «Me duele el estómago», diré eso y la cagaré una vez más perdiendo la oportunidad de pasar tiempo con él.

Y le pido al Universo queme dé la oportunidad de enmendar este error si Asher y yo nos volvemos a ver.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora