24 - Anya Holloway

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Me pregunto si estos vaivenes de ánimos también forman parte de ser adolescente.

Siento unas ganas desbordantes de ir al baile, aunque sea sola, de beber y disfrutar. De decirle lo que siento a Asher, de besarlo. No sé si la charla con Verona me recompuso por completo o si es la valentía de querer confesarme la que me empuja a tener mejor actitud hasta que llegue el momento. Nunca me he confesado. Puede que sea la motivación de tener una buena excusa para acercarme a él.

Como sea, sonrío feliz y observo cómo Vero me peina frente al tocador de mi dormitorio. Ya me he puesto el vestido que compré por Internet, corto con tul, escote de barco y de color rosa palo. Ella se ha decantado por un vestido largo de raso, con tirantes y de un verde claro que conjunta a la perfección con sus ojos y el cabello ondulado peinado hacia un lado. En los altavoces suena Osadía de Hela Luna. Vero es una friki de sus canciones y se sabe las letras de memoria; yo me limito a tararearlas porque disfruto más escuchando a Hela Luna que escuchándome a mí.

—¿Con quién irá Sammy? —cotilleo rompiendo la concentración de Vero al ponerme las horquillas en el semirecogido.

—Irá solo, dijo algo sobre conocer chicos nuevos.

—Le gusta demasiado el juego como para atarse —expongo y ella me lo confirma en silencio con un baja y sube de mentón.

—Listo —declara tras colocarme la última horquilla y soltarme un pequeño mechón a cada lado del rostro—. A Asher se le van a caer los pantalones cuando te vea.

Ojalá. Espero. Y miles de palabras más que denoten ese deseo. Me contemplo ante el espejo y es de esas pocas veces que me veo espectacular. Sin un mínimo defecto, como si nada pudiera salir mal solo por lo bonita que me veo. Ya me había maquillado antes del peinado, así que con el semirecogido resaltan el brillo rosáceo en mis labios, la sombra oscura en mis párpados y el eyeliner que enfatiza mi mirada y me espesa las pestañas.

Qué haría sin ti —me burlo y le acaricio las manos, que descansan en mis hombros.

—Nada —contesta siguiéndome la broma y se agacha para poner su cara a la altura de la mía—. Estás y eres preciosa, cualquier chico listo se moriría por tus huesos.

—Vamos a bailar —digo entusiasmada por la graduación.

—Vamos a reventarlo.

Antes de salir de casa, nos hacemos una foto delante del espejo de la entrada y se la mandamos a mi madre a través del móvil de Vero. Estamos espectaculares y me encanta caminar con tacones. Me sube la autoestima al instante. Además, parezco tener la misma estatura que Vero, que ha optado por zapatos planos para no verse demasiado alta. Solo espero no torcerme el tobillo ahora que el pie no me duele. Al atravesar los jardines de la urbanización, me anclo al brazo de Vero y entiende que quiero aligerar el paso para evitar encontrarme con Asher hasta que hayamos llegado la baile de graduación.

—¡Qué dos princesas se han montado en mi coche! —comenta el padre de Vero cuando nos subimos a los asientos encuerados de atrás y me inclino para darle dos besos—. ¿Cómo están tus padres? ¿Y el restaurante? Hace mucho que no te pasas por casa.

—Los exámenes —me justifico.

—¿Cómo los llevas? —pregunta mientras pone el coche en marcha y la imagen de la carretera empieza a deslizarse por las ventanillas.

—¡Papá, hoy no se habla de exámenes!

—Está bien, está bien.

Nos reímos por bajini y entrelazamos nuestros dedos nerviosas porque en el fondo sabemos que este baile, además de significar un cierre de etapa y de dejar el instituto atrás, también es el inicio de una nueva. De mudanzas y de universidad. Porque todo el mundo empieza a emprender un nuevo camino, su propio camino, a partir de este momento. Le aprieto la mano con la vista en las luces de las farolas que alumbran la autovía. Vero me devuelve el gesto y el pecho se me inunda de felicidad. Aunque se vaya en un mes, estaremos juntas hasta el final. Por un instante, siento un incómodo cosquilleo en el estómago por lo que sé que haré esta noche, algo que no he hecho nunca: confesarme. Tengo curiosidad por ver qué tipo de expresión hace. Por ver cómo va vestido, por saber qué respuesta tendrá para mí.

Un sutil codazo de Vero desvía mi atención a la pantalla encendida de su móvil. Se ríe leyendo en susurros la contestación de mi madre a nuestra foto:

—Siempre que estés con Anya estaré más tranquila.

Es una lástima que eso se vaya a acabar pronto.

—Tu madre es muy graciosa —dice en voz baja.

—Dice cosas raras —le resto importancia.

—Tienes razón —responde y sonríe—. ¿Recuerdas lo que nos dijo cuando le contamos que a mí también me gustaban las chicas?

—Recuerdo que tenía gastroenteritis y os dejé a solas porque me fui corriendo al baño —expongo entre risas.

Vero se tapa la boca para ahogar la carcajada que le ha provocado mi comentario.

—Dijo que, si a ti te gustaran las chicas, haríamos buena pareja.

—¿¡En serio!? —exclamo y el padre nos mira a través del espejo retrovisor con las cejas alzadas, pero enseguida sube el volumen de la música para no entrometerse en charlas de chicas—. Pues dice cosas más raras de las que pensaba.

—Tu madre quiere ser mi suegra —se mofa con la risa contenida.

—Qué triste que no respete la orientación sexual de su hija —le sigo la broma.

Las risas sobre viejos comentarios se acaban cuando vemos el edificio del instituto alzarse al fondo de la carretera. Ambas nos tensamos al instante. Fuera, en los aparcamientos, hay multitud de jóvenes de nuestra edad haciendo coros alrededor de coches con botellas y vasos en las manos. Bolsas desperdigadas por el suelo y una música que procede del gimnasio reservado para los que nos graduamos este año. A pesar de la tensión, se me escapa una sonrisa de ilusión al ver a algunos de nuestros compañeros encaminándose a la puerta del gimnasio. El padre de Vero detiene la marcha y nos despide dándonos un apretujón de manos después de pedirnos que tengamos mucho cuidado.

—Móvil siempre disponible —nos exige—. Si necesitáis cualquier cosa, vengo enseguida.

Bajamos una detrás de la otra, volvemos a juntar nuestros brazos y partimos rumbo a la cola que han formado en la puerta del gimnasio para comprobar las entradas y que pertenecemos al grupo de graduación, aunque todos sabemos que a medianoche cualquiera de los que están aquí fuera bebiendo podrá colarse en la fiesta. La música retumba dentro del edificio, la gente vitorea contenta y nuestros compañeros, al vernos, nos reciben con abrazos llenos de emoción por haber llegado al final de este curso.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora