No tengo tazas con asa porque están todas en el lavavajillas esperando a que alguien decida pulsar el botón para encenderla, así que me estoy quemando los dedos con los que sujeto estos dos vasos cutres de camino al salón. Sin embargo, Anya se ha escaqueado.
Me doy media vuelta, tratándose de ella no me extrañaría que se hubiese metido en el baño a lloriquear o que... El corazón me da un brinco al ver la puerta de mi habitación más abierta de lo que la dejé. Camino deprisa, casi irritado porque no permito que nadie entre en mi burbuja, pero me detengo sin aliento al llegar al marco de la puerta.
Veo a Anya de espaldas, sentada en el taburete del escritorio con mi cuaderno de bocetos abierto y un lápiz entre los dedos haciendo trazos espontáneos. El sonido de la fricción del carboncillo me lo confirma. La melena cobriza le cae por la espalda como una cascada de fuego. Un fuego que tira más al color del caramelo o de la miel, no tan rojo. Se yergue un poco para contemplar el cuadro que pinté antes y vuelve a bajar la vista al cuaderno.
Está tan ensimismada en lo que sea que esté haciendo que ignora el sonido que hago con los vasos al posarlos en la cómoda junto a mi cama. Me cruzo de brazos, apoyo el hombro contra el marco de la puerta y carraspeo para hacerme notar. Su pequeño cuerpo da un respingo que me arranca una sonrisa.
—¿Se puede saber qué haces aquí? —me quejo fingiendo que me molesta que haya entrado en mi habitación así, ahora, de buenas a primeras y sin permiso.
En realidad, no sé qué me impresiona de esto cuando la conocí metiéndose a hurtadillas en mi terraza para sonarse los mocos a todo volumen. Al girarse sobre sí misma sentada aún en el taburete, frunce el ceño en una expresión de fastidio como si el error fuese mío por haberla interrumpido y me pide unos segundos de silencio con los dedos. Los mechones de cabello despeinados le revolotean por el rostro mientras dibuja algo que no quiere mostrarme. Se los aparta soplándose y tengo que carraspear de nuevo para contener la sonrisa que me tira de las comisuras.
—Solo un segundo —dice, con el atrevimiento del mundo a sus pies, al escucharme carraspear.
Me gustaría decirle que, si carraspeo, es porque me pone nervioso tenerla en mi dormitorio, el único lugar seguro de mi vida, y porque descubrir facetas nuevas de ella me genera una especie de ansiedad interior que me nubla el juicio. Cojo mi vaso de té y me siento al borde de la cama evitando hacer ruido. No me molesta que se haya adueñado de mi habitación, de mi taburete o de mi cuaderno de bocetos. Por el contrario, podría quedarme aquí viéndola dibujar el resto del día.
Empieza a sonar Dietro casa de Ludovico Einaudi.
Por fin, esboza una sonrisa de satisfacción, suelta el lápiz y alza el cuaderno en el aire. Es un cielo con distintas tonalidades grises, nubes que parecen flotar sobre el papel y diminutos pajarillos sobrevolándolas. Una imagen en blanco y negro, pero con más vida que cualquier cuadro de los míos. Abro los ojos, perplejo, alternando la vista entre mi cuadro y su dibujo al darme cuenta de que son el mismo paisaje desde perspectivas del arte diferentes.
—A lo de «¿se puede saber qué haces aquí?» —me imita con tono impertinente mientras le cedo su vaso de té y lo acepta como si se hubiese coronado reina a sí misma—: Demostrarme que también puedo hacerlo.
Analizo el boceto, no tenía ni la más remota idea de que supiese dibujar de esa manera. De hecho, me reafirmo en lo que pensé antes. Podría verla el resto del día imitar cada uno de mis cuadros y disfrutar de su versión. Ojalá yo supiese hacerlo así. Anya devuelve el cuaderno al escritorio mientras le doy un sorbo al té por mantenerme ocupado, porque me ha desarmado como solo ella sabe hacerlo desde que la conocí, y me quemo la lengua.
—¿Por qué tendrías que demostrarte eso?
—Siempre quise pintar así —declara apuntando a mi cuadro—, pero nunca fui valiente para hacerlo. Quería demostrarme que, por lo menos... sé hacerlo en blanco y negro.
—Anya, no sé si estoy desubicado o es que te explicas fatal.
Ella arranca a reír, aunque le dura poco porque sospecho que delante de mí le gusta hacerse la dura. Para compensar la cantidad de llantos suyos de los que he sido testigo, supongo. Y, entonces, sonrío yo.
—¿Cómo demonios puedes tener esas inseguridades?
—Me da miedo el color —confiesa enredando sus dedos.
—Espera aquí.
Me apresuro a coger la silla del dormitorio de Asher, la coloco frente al caballete, quito la lámina de su dibujo del cuaderno y la intercambio por mi cuadro. Ya tengo un vaso con agua y pinceles dentro de haber estado pintando antes, así que descuelgo un delantal del perchero de mi puerta y se lo tiendo a Anya, que observa mis movimientos amedrantada. Me siento en la silla e ignoro la gran posibilidad de salpicarme la ropa de pintura porque quiero aprovechar cada segundo de este momento.
—Ponte eso y arrastra tu taburete hasta aquí —le ordeno señalando el hueco que he dejado a mi lado enfrente del caballete con su dibujo.
—No creerás que voy a...
—Anya, no es una petición —digo conciso. Ella aprieta los labios queriendo contradecirme y, a la vez, sé que no—. Vienes aquí o te traigo yo.
Me obedece atándose el delantal a la espalda. No dudo en coger un pincel del vaso con agua, lo seco levemente dando toquecitos en un paño y remuevo en el azul oscuro de mi paleta de colores. Luego, le cedo el pincel y le sujeto con delicadeza la mano poniendo mis dedos sobre los suyos. Al principio, los pelos bañados de azul se deslizan por el cielo con temor y precaución. Luego, Anya busca mi aprobación mirándome de soslayo y, cuando asiento bajando el mentón, va tomando el control del movimiento horizontal del pincel sobre la lámina.
—Es el turno del azul cian —expongo.
Su mano se separa de la mía para enjuagar el pincel y empaparlo de pintura cian. Sonríe para sí misma, con la inocencia y felicidad de estar cumpliendo algo parecido a un sueño, hasta que detiene el pincel frente a la lámina.
—¿A qué altura debería...?
—Deberías mantener unas proporciones —le aconsejo—, pero en tu cuadro eres tú la que decide qué color, en qué lugar y cómo.
Comienza a mitad del dibujo, reservándole gran parte al azul oscuro. Quizá porque quiera agregarle profundidad o quizá porque se sienta más atraída por los colores oscuros. Como yo ahora mismo hacia ella.
—No sabía que supieses dibujar —murmuro.
Su pintura cesa para mirarme a los ojos con una sonrisa.
—Yo sí sabía que pintabas —expone orgullosa y suelta una risilla—. Me lo contó Asher hace un tiempo, aunque se me había olvidado hasta hoy.
—Así que coqueteabais hablando de mí —me burlo, en realidad, porque no quiero romper este momento mencionando a mi hermano.
—Serás tonto —escupe Anya, divertida, retocando un extremo del dibujo con la yema del dedo—. Creo que hablábamos de la carrera en la que me matricularía.
Un cosquilleo me sube directo al pecho. Dime que no es cierto.
—¿Y en qué carrera te matricularás?
—En Bellas Artes.
La siguiente sonrisa que se le traza en los labios al oírme decir que yo estoy estudiando en la misma universidad se me incrusta en la retina. El tiempo se detiene, pero solo para mí, porque sé que a ella el tiempo solo se lo detiene mi hermano Asher.
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©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)
Romance🧡FINALISTA WATTYS2023🧡 Anya Holloway ha estado enamorada de Asher en secreto durante más de un año. Sin embargo, cuando empiezan a correr los rumores de que Asher ha roto la relación con su famosa novia, la mejor amiga de Anya organiza una quedada...