26 - Anya Holloway

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El baile ha empezado.

Conseguí moverme por la pista a trompicones hasta llegar a las gradas porque se me hizo imposible encontrar a Vero o a Sammy con tanta gente apelotonada en el gimnasio. Además, a más de la mitad de los que están aquí no los he visto en mi vida, así que es fácil deducir que ya se habrán colado los de otros cursos u otros institutos. ¿Cómo ha podido salir todo tan mal? Si lo pienso detenidamente, nunca salió bien de verdad. Resoplo apartándome un mechón fino de cabello de la cara.

Estoy entre dolida, enfadada y resignada.

El gentío crea espacio en el centro de la sala para que las parejas hagan el baile de graduación, que es un vals lento. La música cambia adaptándose al ambiente y las luces se atenúan para iluminar solo a quienes bailan. Puedo sentir cada paso en mi cuerpo porque lo ensayé tanto como ellos con la esperanza de tener con quién hacerlo cuando llegase el día. O de poder hacerlo con Asher. Sin embargo, es imposible que pueda ocupar el lugar de esa chica que lo abraza con cariño y sonríe descansando la cara en su torso. Me muerdo el labio inferior y desvío la mirada a un lado. Veo en las gradas a otros compañeros, con los móviles o charlando entre ellos. No soy la única plantada, cosa que debería alegrarme. Pero todo me da igual.

De hecho, esperaré a que termine el baile para confesarme.

Así. De la nada. Decidido.

Como si Verona hubiese tomado el control de mi cabeza, porque no me cabe duda de que este habría sido su consejo. Me confesaré y acabaré con esta tortura que me lleva persiguiendo desde antes de comenzar el curso. Estoy harta. Enfadada más que triste. De repente, la veo salir con Jeff a la pista de baile y me tranquilizo al saber dónde está. Ella me lanza una mirada que significa «no te muevas de ahí». Estoy deseando que ese capullo la suelte para correr a su lado. Los minutos de la canción se hacen interminables. Luego, Vero se aparta de su novio y se sujeta el vestido para no arrastrarlo mientras sube las gradas.

—Ven aquí —me ordena extendiéndome la mano.

—¿Qué?

—El baile no ha terminado.

Miro a Jeff, ceñudo, está con los brazos en jarra esperándola.

—Vero, tu novio...

—Olvídate de él. Dame la mano y vamos a bailar. Juntas siempre, ¿o no?

La vista se me nubla antes de que pueda darle la mano, me restriego con cuidado las pestañas para atrapar las lagrimillas que se me han escapado y sonrío conmovida mientras bajamos las gradas a toda prisa para estar preparadas antes de que comience la siguiente canción. Jeff se ha esfumado. Casi puedo oler el enfado que se habrá pillado por el plantón que le ha hecho Vero. Ni de lejos pienso sentirme culpable o mal. Son todos unos capullos.

Vero alza la mano que nos hemos cogido, me sujeta la cintura con la otra mano para acercarme a ella y ocupar el papel masculino, y poso la palma sobre su hombro. A ambas se nos dibuja una amplia sonrisa en los labios cuando comienza a sonar Gramophone de Eugen Doga. Se me olvida Asher, me centro en los pasos. Adelante, atrás. Adelante, atrás. Los ojos verdes de Vero cuando me sonríe transmiten un brillo especial, un calor reconfortante, nada que ver con la frialdad de él. Niego en silencio para sacarme de la cabeza los pensamientos sobre Asher y me esfuerzo por seguir los pasos sin perder al coordinación.

—Ese capullo... —musita Vero con el entrecejo arrugado y aprieta los labios—. Te debe explicaciones.

—Lo sé —afirmo triste y enfadada a la par.

—¿Qué harás?

—Confesarme.

Ella alza las cejas. Adelante, atrás. Damos una vuelta y el público vitorea.

—Será mi despedida —le revelo.

En el fondo, una pequeña vocecilla me dice que sería increíble que dejase a Rose tras mi confesión. Vero asiente orgullosa de que haya tomado esta decisión.

—Procura que se acuerde de ti unos días. Que se joda.

Acallo todas las posibilidades que mi cabeza trata de hacerme creer que tengo. Sigo concentrada en el baile, pero no le pierdo la pista a la pareja modelo para, en cuanto se quede él a solas, hacer acto de presencia y desquitarme de estos sentimientos. La canción termina, nos apartamos sin intercambiar palabras, mis pies controlan mis siguientes movimientos de camino al baño para chicas. He visto a Asher soltar a Rose para salir por la puerta trasera del gimnasio.

Sin un solo segundo que perder, entro al baño repleto de chicas que se retocan el color de los labios. Ríen ebrias como hienas. A algunas las conozco, pero no me detengo a saludarlas. Me enfrento al temido espejo para recolocarme el vestido, atusarme los cabellos que se han salido del semirecogido. A diferencia de otros momentos de bajón, me veo bonita cuando finjo la última sonrisa que le regalaré a Asher Harper. No será para conquistarlo, sino para que, como ha dicho Vero, se acuerde de mí. Las pecas desordenadas están ocultas bajo una fina capa de maquillaje. Me doy varias palmaditas en los mofletes y abandono decidida el baño.

Entonces, salgo del gimnasio por la puerta trasera y miro en todas las direcciones posibles. Los que fuman se ríen de los que están vomitando el exceso de alcohol ingerido durante la fiesta. No está, no está. Se me ocurre que puede estar al girar la esquina del edificio, donde tenemos los contenedores de basura, así que no dudo en dirigirme allí cuando, de repente, oigo algo. ¿Un sollozo?

Me acerco con cautela, por alguna razón siento miedo. Lejos de parecer un sollozo, parece un... gemido. Cuando me asomo, contemplo incrédula cómo Rose se sujeta al cuello de Asher mientras se besan con desenfreno. Tiene el vestido subido por la parte delantera. Él, el pantalón desabrochado y su mano bajo la delicada tela con plumas que le cubre el cuerpo a Rose. Horrorizada, abro los ojos y me llevo las manos a la boca para silenciar el grito sofocado que acaba de escalar mi garganta. Ambos se sobresaltan y, aunque Asher saca la mano con rapidez de las partes íntimas de su novia, no se alejan.

Algo dentro de mí se ha roto. Más.

—¿¡Qué coño...!? —vocifera Rose hecha una furia.

—¡Lo siento, lo siento! —me disculpo con la voz quebrada, las mejillas ardiendo y mi mente cortocircuitando.

Estoy mareada y no es del alcohol. Doy un paso atrás muerta de vergüenza, de un incontrolable miedo. Mis pies retroceden a punto de tropezar, pero me sujeto a la pared al girar la esquina. No me siento las manos al tocarme el pelo para deshacerme de las horquillas y tirarlas al suelo mientras camino de forma atropellada a la salida del instituto. La melena me cae sobre la espalda. El corazón me pesa. Las lágrimas me resbalan por la piel para reunirse en mi barbilla. Ya no las contengo. Tampoco controlo la respiración agitada que me empeora el mareo, que me asfixia con un horrible nudo en la garganta.

Me aprieto el pecho. Duele. La escena se repite en mi mente una y otra, y otra vez. Y me cuesta ver con claridad. Con rabia me esparzo todo el maquillaje mezclado con llanto por la cara, por las mejillas húmedas. Los tacones me estorban, así que me deshago de ellos antes de hacerme un ovillo agachada en la carretera y pedir un taxi para volver a casa.

O no volver. Solo quiero desaparecer.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora