41 - Anya Holloway

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La ilusión y la incomodidad de esta cita, a partes iguales, han desaparecido para dar lugar a una neutralidad que dista mucho de lo que esperaba en una primera cita con Asher. Incluso con besos incluidos. Al menos, respecto a cómo había imaginado que podría ser. Desde que me enteré de la historia de él con Kai, lo único en lo que he podido pensar es en cómo un padre puede amar a un hijo e ignorar al otro. Y, lo peor, en cómo Asher ha podido presumir de ello. Me ha parecido tan frío como escalofriante.

De todos modos, no conozco la historia completa, así que me esfuerzo por reservarme los prejuicios para cosas de las que sí esté segura. Aparte de que, en cierta manera, me molesta pensar mal de Asher.

El cuello me duele del balanceo de mi cabeza por el sueño durante el trayecto del tren de vuelta a casa. El helado me ha sentado mal, tengo el estómago revuelto. Nos bajamos del vagón y nos dirigimos al residencial. Silencio absoluto. A Asher parece importarle un bledo que ninguno medie palabra, así que para qué me voy a preocupar yo.

Ha anochecido, pero en los jardines sigue habiendo vecinos con sillas plegables y aperitivos varios disfrutando del ambiente mientras vigilan a sus hijos, otros juegan a cartas en el césped o mantienen conversaciones animadas y luego estamos nosotros, que llegamos al punto medio entre nuestros portales como dos almas en pena. Carraspeo para despedirme, pero Asher se adelanta:

—¿Te gustó la heladería?

—Cualquier helado de tarta de fresa suele gustarme, sea de donde sea —me limito a responder.

—No es de mis heladerías favoritas. —Se encoge de hombros con una mueca de fastidio—. Pero es la más cercana que conozco.

—Gracias por enseñármela.

—Espero que te sientas mejor.

—¿Cómo?

—Por lo del otro día, digo.

—Asher —lo nombro rotunda, con un atisbo de molestia—. ¿Por qué le das tanta importancia al tema?

Abre los ojos, incrédulo, como si no se le hubiese pasado por la mente preguntárselo a sí mismo antes, y hunde el ceño.

—Me sorprendió ver la expresión que hiciste.

—¿Solo por eso?

—Supongo.

—Quiero decir, si hubiésemos sido diez personas las que os hubiésemos visto en ese momento, ¿nos habrías invitado a las diez?

Su boca se tuerce en un gesto de disgusto al parecerle mi pregunta lo más extraño del mundo. Uno de los dos debe de estar malinterpretando esta situación.

—Por supuesto que no —contesta a secas.

Podría haberme ahorrado el largo suspiro que estoy exhalando, pero mis neuronas están al límite. Me cruzo de brazos y él da un paso al frente al percatarse de lo incómoda que me siento cada vez que menciona el tema.

—¿Qué es lo que no entiendes? —inquiere, buscando conectar con mi mirada.

¿Qué es lo que no entiendes tú?

—Elige la mentira piadosa o la verdad vergonzosa —espeto sin apartar la vista del jardín.

Me toca el codo para descruzarme los brazos y me guía hasta la esquina entre la puerta de mi portal y la pared de la derecha, y se coloca enfrente de mí con su típico semblante de hielo capaz de congelarte de un vistazo.

—Primero la mentira.

—No te entiendo a ti.

Pestañea asimilando que le haya repetido lo mismo de hace un rato, aunque a mí me repatee admitirlo porque desde que dejé de ser invisible para él siempre quise comprenderlo. O, al menos, tener alguna excusa para justificar su actitud.

—¿Y la verdad vergonzosa? —me anima a hablar.

—La verdad vergonzosa, Asher... —Resoplo y me restriego los ojos. Estoy cansada, de dormir poco y de callármelo todo. El tiempo me pasa por encima y yo sigo en el mismo sitio de siempre, así que dejo de pensar y lo suelto como si estuviese acostumbrada a hacer lo que haré—: Es que me gustas, seguramente lo sepas, y aun así...

De repente, me sujeta la barbilla con una mano y aproxima su boca a la mía hasta que hacemos contacto. Noto el roce de nuestros labios suave, frío y me sobresalto al sentir que me está desagradando. Ni siquiera sé con qué sentimientos o intenciones me ha besado nunca. Si le gusto, si no o si lo hace por aburrimiento. Su lengua se topa con mis labios cerrados y el beso apenas dura unos segundos porque intervengo poniendo las manos en su torso para apartarlo. Suelto el aire lento, entrecortado. Los labios y el corazón me tiemblan con la misma maldita intensidad. Lo observo nerviosa, a centímetros.

—Y aun así, sigues haciendo cosas que me confunden —termino la frase anterior.

—Deberías dejar de hacerte tantas preguntas —responde en bajito, acelerado, y endurece la mirada al decir—: Sabes que me iré a Alemania.

Las pulsaciones se me ralentizan con decepción por la principal razón que debería tener en cuenta y que había querido olvidar hasta ahora. ¿Qué más da saber si le gusto o no? Tiene razón. Da igual la respuesta que me dé, nada cambiará el hecho de que desaparecerá después de verano. Asiento en silencio, sin nada que añadir.

Asher me entrega su móvil con la pantalla desbloqueada y el teclado numérico abierto.

—¿Me lo das? —pregunta igual de bajito.

Vuelvo a asentir, shockeada. Marco mi número de teléfono, le entrego el móvil y lo guarda en un bolsillo resoplando. Me pregunto para qué lo quiere, aunque me ahorro la pregunta porque siento que hablamos idiomas diferentes y, por mucho que indague, jamás entenderé del todo sus respuestas. Observo sus labios, húmedos por el beso, me habría gustado que este beso o que los de antes en el parque supiesen como el primero que nos dimos. Que él hubiese tratado de comprender los sentimientos que yo le estaba declarando antes de lanzarse a mi boca. Me habría gustado no haber sido testigo de aquel momento en el baile. Porque algo entre nosotros.

O puede que solo haya cambiado en mí.

—Buenas noches, Asher.

Él no dice nada.

Como aquella noche, el sabor a menta con chocolate me invade los labios. Sin embargo, esta vez ha dejado de ser dulce para volverse amargo.

©Si nos volvemos a ver (SINOSVOL) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora