| Prólogo

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Deneb:

A veces me pregunto qué tan etérea puede ser la vida, que siempre nos sorprende cuando menos lo esperamos, tomando decisiones que pueden destruirnos en cuestión de segundos con la mayor sutileza del mundo.

Quizás sea algo que nunca descubra.

Quizás, forme parte de un plan para el que no estoy preparada y termine siendo presa de unas cadenas tan fornidas y tangibles como las que siento, a pesar de que sean invisibles.

Pero una cosa tenía clara.

Solo se podía cambiar el futuro rompiendo las cadenas, incluso cuando podemos terminar siendo presos de otras por el camino.

Así que ahí estaba, observando un papel y notando cómo la mirada indecisa de mis padres se clavaba en mi figura al otro lado de la mesa, mientras esperaban una respuesta y yo me preguntaba una y otra vez si la cuestión de lo etérea que era la vida iba a terminar por salvarme en aquella situación.

Era evidente que no.

Así como también era evidente que mis padres no interferirían con mi decisión.

—Será todo el tiempo que necesites —dijo mi madre desde el otro lado de la mesa—. Pero eres consciente de que tienes que irte y te lo digo precisamente porque te quiero.

Mi padre, que la observó durante unos segundos al escuchar su voz temblorosa, intervino.

—Esto era lo que querías. Recuerda que es imposible crecer sin hacer sacrificios, estrellita.

Y aquello fue todo lo que necesité para hacerme una última pregunta:

¿Por qué estaba luchando? No tenía un futuro y mi presente era, cuanto menos, abrumador. No quería estar en mi casa y al mismo tiempo abandonarla me parecía escabroso y aterrador. Pero tampoco quería ligar mi vida a algo que no me pertenecía.

Sin darle demasiadas vueltas, firmé con vehemencia el contrato de alojamiento que había sobre la mesa y escuché a mi padre soltar el aliento que estaba conteniendo desde que nos habíamos reunido en aquella habitación.

—Está hecho, supongo.

Asentí y cuando me sonrió supe que todo iba a estar bien porque ellos me ayudarían a estarlo.

—¿Qué nombre escoges? —preguntó mi madre tendiéndome la mano para apretar la mía.

Y, tras una pausa, tragué grueso y les ofrecí mi respuesta:

—Deneb. Deneb Parks.

Los desperfectos del amor ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora