23 | Puertas cerradas y entreabiertas

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23| Puertas cerradas y entreabiertas

Deneb:

Mi padre se marchó días después, tal y como me prometió, después de un almuerzo en su habitación de hotel en el que reí muchísimo escuchándolo recitar las ideas absurdas que tenía para sus nuevas y posibles últimas canciones.

A lo largo de la semana había pensado mucho en Koen y en aquella conversación sin terminar que ambos tuvimos previamente a la llegada de mi padre. Era consciente de que ambos queríamos seguir hablando del tema, pero había sido imposible interceptar al pelinegro fuera del horario de trabajo por los ensayos de 305 y me negaba a discutir un tema tan personal delante de la clientela.

Sin embargo, había una frase en la que sí que había pensado reiteradas veces a lo largo de la semana y que tenía relación con Anna y Enzo.

«Estrechando su relación».

¿Sería ese el motivo por el que lo vi abandonar su habitación la semana pasada? ¿Por qué habían vuelto?

Aquella idea me generaba un malestar en el corazón que no sabía cómo interpretar exactamente.

Estaba rodeada de colores y de prendas y aquella frase era lo único en lo que todavía era incapaz de pensar. Seleccioné los únicos vaqueros que había en el camerino y, una vez me puse la ropa interior que Niamey me había asignado y los vaqueros, me obligué a respirar y apartar la imagen de Enzo y Anna de mi cabeza.

Koen y yo habíamos pasado una semana preparándonos para la sesión. Según me había contado de camino en el coche, el pelinegro pensaba presentarse solo con su «carisma y musculatura», cosa que, según él, conquistaría a toda la ciudad y reventaría la campaña de promoción de lencería de la diseñadora con la que Niamey estaba trabajando. Pero la fotógrafa insistió en que debía de haber una química fácilmente reconocible en las fotos, así que, como yo era la persona menos fotogénica del mundo, el pelinegro intentó enseñarme a trasladar mi «carisma natural» —según lo llamaba él— a la cámara.

Después de miles de intentos, decidimos que, como mi cara no podía salir en las fotos, improvisaríamos, porque por lo visto, carecía de ese carisma natural.

Me pinté los labios de rojo, tal y como las instrucciones que Nia había dejado para nosotros en cada uno de nuestros cuartos indicaban. Las mías estaban escritas en un papel que estaba pegado en el espejo y, después de eso, eché un último vistazo a mi ropa y me dispuse a salir del camerino grande, que Koen me había cedido a mí.

Él ya estaba esperándome, hablando con Nia pacíficamente, y por un momento los envidié porque ahora yo parecía muy lejos de poder tener una así con Enzo. Luego aparté aquel pensamiento cuando ella y el pelinegro me encontraron. La fotógrafa me aplaudió mientras el pelinegro silbaba haciéndome sonrojar.

Llegué hasta Koen sujetando mis pantalones vaqueros para que no se me cayesen. Niamey me había dejado unos pantalones enormes y me había dado un sujetador muy pequeño para resaltar mis pechos, aunque el pelinegro no apartó en ningún momento la mirada de mis ojos mientras me observaba caminar torpemente hacia él.

Estaba sentado en una butaca, con otros vaqueros similares a los míos que terminarían desapareciendo en cuestión de minutos según Nia nos había informado.

—Guao —dijo—. Parece ser que no soy al único al que le han dado unos vaqueros que le están enormes.

Reí. Deteniéndome a un metro de distancia. Niamey llegó corriendo con la cámara colgando del cuello.

—¿Ya estáis listos? ¡Qué bien! —exclamó, levantando los brazos. Si no la conociera pensaría que se había bebido cuatrocientos cafés en lugar de ser hiperactiva—. Enzo y Nicola han dicho que se pasarían después a por un café.

Los desperfectos del amor ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora