07 | Necesitamos cascos, tengo urticaria

213 14 171
                                    

07| Necesitamos cascos, tengo urticaria

Deneb:

Cuando me desperté me sentía tan pesada que creí que había abandonado mi cuerpo para entrar en el de otra persona. Todos mis músculos ardían en desesperación por aliviar mi peso y la cabeza me dolía a horrores.

Para cuando decidí que no vomitaría al levantarme, me di cuenta de que la razón por la que me sentía pesada era porque había alguien encima de mí. Y al ver aquel distintivo cabello afro sonreí al darme cuenta de que se trataba de Niamey.

Aunque no sabía cómo había acabado ahí.

Anoche cerramos Prince. Fuimos los últimos en irnos después de tanto jolgorio y nuestros pies estaban hechos un desastre, aunque todos salvo Niamey hubiésemos llevado calzado cómodo.

Koen había bebido tanto que nuestra única opción para volver a la librería había sido que yo llevase el coche, dado que Enzo me había devuelto de manera exitosa a mi estado de sobriedad. Pero el pelinegro se había empeñado en conducir, así que, después de media hora esperando a que se le pasara la cogorza, logramos volver.

De ahí a cómo había aparecido Nia en casa, no supe qué responder, porque no recordaba haberla traído y mucho menos invitarla a dormir conmigo.

—Nia... —le susurré, moviendo su hombro—. Nia, me da igual si sigues durmiendo, pero quiero ir a hacer pis.

Murmuró algo como «joder, Koen» que me hizo sonreír, pero finalmente se echó hacia un lado, aunque primero tuve que impedir que se cayera por ir hacia el lado equivocado.

Cuando salí del baño me decidí a ir a la cocina a por algo de comer y, al pasar por la habitación de Koen, me asomé para ver si seguía durmiendo. Efectivamente, lo estaba, al igual que su ropa estaba desparramada por el suelo de su habitación.

Esperaba que por lo menos conservase sus calzoncillos para dormir y, si la respuesta era completamente negativa, di las gracias a los cielos por hacer que la oscuridad de su habitación me hubiese tapado las vistas.

Cuando llegué a la cocina, me hice una infusión caliente y me senté sobre la mesa antes de revisar mis mensajes. Eran las una de la tarde, por lo que Peter seguramente estaría abajo, encargándose de sus gestiones. Sam me había escrito hacía varias horas para avisarme de que ya había comenzado a arreglar los problemas de anoche y yo solo pude volver a darle las gracias.

Mi cabeza quiso recordar otros momentos de la noche, como cuando Nicola y yo nos apostamos con unos chicos que éramos capaces de bebernos cinco chupitos seguidos en menos de un minuto y Koen, Enzo y Niamey quedaron tan petrificados como ellos cuando perdieron la apuesta y el rubio y yo ganamos cuarenta pavos.

Después de aquello, Enzo tuvo que hacer de botellero durante una hora, pero lo hizo con gusto, o al menos, eso me dijo.

Bajé los escalones de la librería y fui hacia la oficina de Peter, que me saludó un tanto sorprendido cuando me vio entrar por la puerta.

—No estás resacosa. —Fue su manera de darme los buenos días.

—Lo estoy. Aunque lo estaría más de no haber sido por Enzo —le dije—. Koen está peor.

Sonrió.

—El pobre chaval necesita desconectar, las cosas con la banda no están yendo muy bien últimamente.

—¿Y eso?

—Agobio. Al final todo se reduce a lo mismo: cuando acaba de trabajar aquí no tiene más remedio que ir a ensayar. ¿Por qué te crees que os he dado el día de descanso? Sé que estáis hechos polvo.

Los desperfectos del amor ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora