27 | Propuestas
Deneb:
Había pasado un mes desde que Sam y yo comenzamos a vivir temporalmente juntos.
Gran parte de mis cosas estaba todavía en la librería porque pensaba volver. No podía ser su compañera infinita y aprovecharme de todas las cosas de su casa. Además, no sabía qué excusas darle a Peter y Koen se estaba quedando sin ideas, según me había dicho Nicola.
Lo había visto varias veces desde que empecé a vivir con Sam. Resulta que no habían definido nada entre ellos, pero continuaban viéndose a menudo. El guitarrista incluso me agradeció haber pasado ciertas noches en la asociación, porque eso le había facilitado la tarea de entrar por la ventana por las noches, sus palabras, no las mías.
Otras veces había venido de visita y había terminado bebiendo como desquiciado solo para poder hablar conmigo. Al parecer, Sam había traspasado esa barrera de timidez del rubio, y me alegraba por él.
Por lo general, la presencia del rubio había alegrado mis noches. El procedimiento era siempre el mismo: llamaba a la puerta, nos saludaba tímidamente, le daba una palmada en la espalda al pelirrojo, que iba directo a la cocina para prepararle algo para beber y, se limitaba a hacerles gestos a sus compañeros en el salón. Luego bebía un par de vasos y lo siguiente que sabía era que terminábamos todos jugando al Monopoli en el salón y el rubio siempre ganaba haciéndonos gestos obscenos que nos distraían de la partida.
Durante esas noches me había vuelto adicta a observarlo. Su felicidad era contagiosa. Verlo saltar de su asiento cada vez que alguien estaba a punto de ganarle, ver cómo se levantaba mientras bebía de su botellín y empezaba a señalar a sus oponentes para hacer ver que estaban haciendo trampas o cada vez que terminaba bailando como si no existiéramos porque una jugada me había salido mal y a él le daba ventaja era como formar parte de una película.
Era como ver a dos Nicola completamente distintos.
En un punto durante una de las noches de juegos que hicimos terminó cantando una canción en español y haciéndonos bailar a todos con él.
«Vamos juntos hasta Italia,
Quiero comprarme un jersey a rayas,
Pasaremos de la mafia
Nos bañaremos en la playa...».
Llevaba días recordando la canción entre risas y cantándosela por las mañanas en las que se había quedado a dormir sobre Sam para dejarme espacio a mí. Siempre terminaba observándome sin entender lo que estaba sucediendo e incapaz de articular palabra, pero nunca rechistaba a la hora de acompañarme a la cocina de madrugada para seguir bebiendo.
Nicola para mí seguía siendo un misterio, pero había descubierto que me gustaba su forma de ver el mundo. Cuando no estaba borracho su personalidad quedaba opacada por su tendencia a ser un chico reservado, pero, cuando bebía, aquellas normas rígidas autoimpuestas en su mundo desaparecían y me hacían descubrir cosas sobre él que me dejaban anonadada.
Ahora sabía que le encantaba bailar, que cantaba en francés, inglés, español y en italiano y que lo odiaba porque no soportaba a la gente. Que le gustaba hacer senderismo y los deportes extremos. Que odiaba la playa porque tenía talasofobia y que su pasión por la música derivó de su abuelo, que era guitarrista de una banda de rock muy famosa en Sídney durante los setenta.
Sabía que le gustaba molestar a Sam y tocarle el culo de manera inesperada porque adoraba la manera en la que el color de sus chapetas imitaba al de su cabello.
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Los desperfectos del amor ✔
RomantikCon una identidad magullada y un pasado doloroso, Deneb tendrá que embarcarse en la mayor aventura de su historia para descubrir cuál es su propósito en la vida. Y cuando se tope con 305, la banda que revoluciona a toda la ciudad de Sídney, sus prob...