20 | Se juntaron los peores

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20| Se juntaron los peores

Deneb:

—Hazme el favor de abrir la puerta.

Me levanté de mala gana de la cama y retiré el pestillo para encontrarme a un Koen recién salido de la ducha frente a mí. Tenía el cabello empapado, la toalla envuelta alrededor de su cuello y unos pantalones de traje con los que me sorprendió verlo, pero no me dio tiempo a preguntarle, porque desde el minuto en que abrí la puerta ambos sabíamos que sería él quien lideraría la conversación.

—Vístete.

—¿Por qué?

Caminó delante de mí, ignorando mi pregunta y mis ojos siguieron el camino de gotas que caían de su cabello en el suelo de mi habitación. Cuando llegó a la puerta de mi armario, lo abrió de par en par y comenzó a rebuscar entre mi ropa.

—Koen. —Al ver que no me respondía, pregunté—: ¿Se puede saber qué estás haciendo?

—Buscarte algo bonito —respondió hasta que sus dedos se detuvieron en la tela de un vestido largo—. Tu color favorito era el blanco, ¿no?

Asentí un poco confundida y él sacó el vestido con vehemencia y lo dejó caer encima de mi cama.

—Pues bien, vístete.

—No me apetece salir.

—Me da igual.

—Koen.

—No has comido —dijo dándome la espalda. Después de soltar un suspiro con pesadumbre se volvió para mirarme—. Estoy cansado de verte sufrir por una persona ajena, Pandora. Tienes suficiente con el daño que te haces a ti misma. No voy a dejar que pases un solo día más encerrada en una habitación, ignorando a Enzo y machacándote por los comentarios hirientes que te hizo mi prima. Me niego a verte sufrir más.

No tuve más remedio que contarle lo que había pasado entre el bajista, su prima y yo el otro día, cuando llegó a mi habitación para darme las buenas noches y se encontró mi puerta cerrada.

No le conté toda la conversación, le expliqué que Enzo había venido a disculparse, disfracé la droga con alcohol y le resumí que Anna nos había visto y había sacado sus propias conclusiones.

Le dije que me sentía presa de mi mente de nuevo. Que Anna me había devuelto a la realidad. Que estaba engañando a Enzo y a los demás.

Que no podía más.

Y él pasó gran parte de la noche intentando hacerme ver que me equivocaba, que no llevaba la razón.

Pero el que se equivocaba era él.

Me preguntaba si eso era lo que hacía el amor: jugar con la mente de los demás como un parásito, causando un daño agonizante cuando te dabas de bruces con la realidad y te dabas cuenta de que habías sido engañado gran parte de tu vida.

Quizás, si Koen veía en mí una parte de lo que yo veía en él o en Enzo, eso era lo que le llevaba a pensar que yo tenía razón o salvación.

Quizás, yo era el parásito de su cabeza.

O el de su corazón.

Por eso esperaba que Koen no sintiera nada hacia mí, ni siquiera algo mínimo, porque no podría cargar con el peso de destruir tres corazones, el mío, el de Enzo y el suyo.

—Deneb, vístete —me instó antes de marcharse de la habitación, cerrando la puerta a su paso.

Permanecí ahí de pie, observando el vestido que había escogido del armario, mientras me aferraba a la manta que me había echado por encima cuando el frío de la noche logró darme escalofríos. No tenía ni idea de adónde iríamos, pero lo que sí sabía era que no quería pasar otra noche sola, dándole vueltas al tema.

Los desperfectos del amor ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora