38 | Quién soy en realidad

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38| Quién soy en realidad

Deneb:

El tiempo es un concepto peligroso. Una guerra que nadie nos enseña a combatir, una en la que hay que ser un ingenioso estratega.

El tiempo es una mentira. Un arma de doble filo en la que nunca nos paramos a pensar hasta que es demasiado tarde y los minutos se escurren entre nuestros dedos como la arena del desierto.

Nunca reflexionamos sobre lo necesario que es tener consciencia del tiempo que disponemos y de la poca atención que le prestamos. Valoramos los momentos y las experiencias de las que disponemos, la valía con la que cuantificamos nuestra vida, pero nunca cuantificamos el tiempo hasta que es demasiado tarde y ya no podemos hacer nada para evitar la catástrofe, salvo suspirar resignados y obedecer al destino para ganar la guerra contra él con el menor número de heridas posible.

Una de las características que más me intrigaban del tiempo era su relatividad. El tiempo podía parecer lento cuando esperábamos con ansias algo que deseábamos, pero pasaba volando cuando estábamos disfrutando de momentos felices.

El tiempo confortaba con su paso inexorable y la inevitabilidad del cambio.

Y yo deseaba poder estirarlo hasta poder desgastarlo tanto que resultara imposible continuar permaneciendo atrapada en él. Odiaba anhelarlo tanto y que me negase aquella petición. Quizás, si hubiera medido bien el tiempo desde el principio, las cosas habrían sucedido de otra manera y yo habría podido cambiar nuestro destino.

Pero era demasiado tarde para empezar ahora.

Y también demasiado tarde como para redimirse.

Siempre me ha gustado creer que los acontecimientos de nuestra vida suceden porque el destino, una de las marionetas del tiempo, mueve sus hilos acorde a los ritmos que este marca para que se cumplan sus voluntades de una manera cronológica, en la que todo encaje. Y me resulta imposible desprenderme de la idea de un destino manipulador y a veces injusto porque aquello me dejaría con la única opción de culpabilizarme por los resultados de mis acciones y sin razones para agradecer los pequeños momentos buenos de la vida.

El destino había jugado sus cartas, el tiempo había jugado su papel y yo había terminado siendo su prisionera, una marioneta más de la que aprovecharse. Una a la que le habían robado el corazón sin piedad y con destreza.

Sin embargo, de aquella batalla perdida había aprendido que nunca jamás debía dejarme engañar por las pasiones o posponer mis decisiones.

Después de la derrota, había que seguir adelante y recuperarse para poder luchar en otras batallas, por lo que suponía que debía aferrarme a aquellos pequeños momentos para continuar hacia delante e intentar ser feliz aprendiendo a amar la vida por ellos.

Después de la derrota había que aprender a ser el estratega que no supimos ser. Había que empezar a tomar decisiones.

Y había que seguir intentando combatir el tiempo de miles de maneras diferentes.

Salvar un corazón era una mierda.

Aparté la vista del libro que estaba leyendo cuando escuché unos golpes en la puerta. Mi mano no dejó de juguetear con la cadena que Enzo me regaló hacía unos días en el conservatorio cuando su voz hizo acto de presencia, opacada tras la puerta.

—¿Puedo pasar?

—Claro —respondí, cerrando el libro y dejándolo a un lado en mi cama. Me incorporé despacio cuando lo vi cerrar la puerta a su espalda.

Hoy era, probablemente, el día más importante de su vida. Esta noche, el directivo de una de las discográficas más importantes del continente había confirmado su asistencia entre la clientela de Prince y su vida y la de 305 estaba a punto de cambiar para siempre.

Los desperfectos del amor ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora