35 | Llorar por ti

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35| Llorar por ti

Deneb:

Volver a la librería la tarde anterior había sido todo lo que necesitaba. Para el momento en que los médicos me hicieron las pruebas pertinentes y me dejaron marchar, Enzo ya no estaba.

No supe describir lo que había sentido al no verle ahí.

Luego, Koen me explicó que él había sido el que le había pedido que se marchara a casa con Nicola. Había escuchado de primera mano que no quería hablar con el bajista ni permanecer cerca de él y había decidido actuar para mantenerme tranquila y dejarme espacio para procesar y meditar los acontecimientos de la noche anterior.

Por otro lado, Nicola y Sam se habían quedado solos en la fiesta aquella noche, y los tres sabíamos lo frágil que era el guitarrista de 305 en aquellos momentos. Por lo que Enzo había terminado por hacer caso y encargarse de problemas que podía solucionar en aquellos momentos.

Hoy el día había sido distinto. Había dedicado todo mi tiempo en el hospital a dormir y a reposar, por lo que, al caer la noche, mis ojos eran incapaces de cerrarse. Mi mente, por otro lado, había decidido mantenerse ocupada reproduciendo los acontecimientos del baile y mi corazón se había vuelto dañino al otorgar sentimientos a sucesos imaginarios.

También había pasado parte de la noche viendo cómo mi móvil se iluminaba con mensajes del bajista que no llegué a responder.

Esta mañana, a pesar de mi falta de sueño, me encontraba más despierta que nunca. Koen había decidido convertirse en mi chef personal y no había hecho otra cosa más que comer arroz y purés que me dejaban hambrienta la mayor parte del tiempo.

Así que, harta de estar acostada y en un intento para dejar de escuchar a mi estómago rugir, le pedí al pelinegro dejarme a cargo de la librería hoy. Por lo tanto, Koen se había ido y yo había pasado horas organizando libros en el carrito para poder colocarlos en los estantes. Koen dijo que quería ir al gimnasio y me había pedido que no me subiera sola a una de estas escaleras durante su ausencia, porque todavía tenía el estómago reventado de hacía unos días, pero aquí estábamos.

Y me sentía tan... idiota.

¿En qué momento había permitido que todo aquello sucediera?

¿Tenía que beber tanto y no prestar atención a la comida?

La respuesta a eso no estaba clara, porque no sabía si el alcohol decidió por mí aquella noche o si, en lugar de eso, habría actuado de la misma manera en su ausencia.

Y lo peor de todo era que había reaccionado como una estúpida inmadura con Enzo, en lugar de dejar que se explicase.

¿Estaba intentando sabotearnos?

¿Por qué estaba tan enfadada si de todas formas iba a perderlo igual?

No me dio tiempo a reflexionar sobre aquello, porque, como si lo hubiera invocado con tan solo pensar en él, Enzo apareció en mi campo de visión.

Fingí que su presencia pasaba desapercibida y que estaba demasiado ocupada colocando libros en los estantes más altos del rincón de ficción, porque, honestamente, no sabía qué decirle. Una parte de mí seguía muy enfadada por lo que había sucedido, no solo con él, sino conmigo misma.

—¿Cómo estás? —preguntó entrando por la puerta.

No le respondí, hice oídos sordos mientras me estiraba para colocar otro libro.

—Estamos solos y lo sabes, no finjas que no me oyes. —Al ver que seguía sin responderle, añadió—. Estrell...

—No me llames así.

Los desperfectos del amor ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora