09 | Soledad y suficiencia

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09| Soledad y suficiencia

Deneb:

Observar cómo se alineaban las estrellas por la noche siempre había sido uno de mis pasatiempos favoritos.

Desde que era pequeña había fantaseado con la idea de recorrer el firmamento saltando de estrella en estrella, y de hecho, las contaba cada vez que no podía dormir para cerciorarme de que, de alguna manera u otra, no estaría sola.

Fue durante una de esas noches que me di cuenta de que podría llegar el día en el que mis padres no estuviesen, pero que las estrellas siempre estarían ahí, observándome y ofreciéndome métodos efectivos para dormir en las noches en las que el insomnio no me dejaba tranquila.

Encontrar consuelo en algo material y tan distante no debería ser tan reconfortante, pero era lo que me mantenía segura y por tanto, a lo que me aferraba cada vez que atravesaba un bache turbulento.

Sin embargo, aquella noche parecía que ellas también me habían abandonado. Porque, sentada en el tejado de la librería mientras la brisa de la noche profunda me decía que debía regresar a mi habitación para evitar un resfriado, los intentos que antes me habían ayudado a dormir no hacían más que fracasar. Y mi libreta estaba llena de círculos de tinta que no habían calmado mi ansiedad.

¿Quién era yo?

Una ciudadana del mundo, una persona errante que inventaba realidades para dibujar perfecciones que ocultasen lo doloroso que era estar en mis zapatos.

Alguien que quería huir de los fantasmas del pasado y de un destino sofocante.

Una mentirosa.

Alguien completamente incompetente.

Y, por primera vez desde que era pequeña, deseé que las estrellas pudieran darme una respuesta más reconfortante. Una que me hiciera darme cuenta de lo equivocada que estaba, si es que ese era el caso.

Bajé la vista del cielo para estudiar mis garabatos. Podría contar con los dedos de las manos a las personas que sabían de mi método para aliviar mi ansiedad. Sin embargo, a veces me gustaría que fuera algo de conocimiento general, para que, si alguien veía mi señal de socorro, viniese a ayudarme.

Estaba harta de afrontarlo todo sola.

Cansada de tener que gestionar mis emociones a cada momento del día.

Harta de no ser yo misma.

Saturada de Deneb Parks y anhelante de Pandora Johns, una figura desdibujada en el horizonte, que parecía ser alguien a quien rendirle culto más que una identidad perdida. La mía.

Suspiré y me incorporé despacio para no tropezar con las tejas que ahora me servían de suelo. Poco a poco, conseguí bajar a mi balcón y regresar a mi habitación entre temblores provocados por el frío del exterior. Me cubrí con una sudadera vieja de mi madre que había traído de casa mientras trataba de descifrar qué más debería hacer para conseguir dormir.

Adelantar trabajo fue todo lo que se me ocurrió. Las tareas mecánicas me permitían desconectar de mis problemas y a veces cansaban a mi cabeza con tanta monotonía, por lo que, después de dejar mis garabatos en la mesa, me encaminé a la parte inferior de la librería.

La parte superior no estaba insonorizada por si teníamos la mala suerte de que un ladrón intentase acecharnos por las noches, sin embargo, era consciente de que la música no se escucharía a volumen bajo y de que la necesitaba para no tener miedo en aquel lugar tan silencioso y desierto.

Así que, tras encontrar algunas de las cajas que Koen y yo habíamos dejado para colocar al día siguiente durante nuestros respectivos turnos, conecté uno de los altavoces más lejanos a la planta alta y me puse manos a la obra.

Los desperfectos del amor ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora