13 | Mala consejera

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13| Mala consejera

Deneb:

El día había sido una lenta tortura. Desde que me había despertado en la cama de Koen con mi cabeza en su pecho y había dejado su habitación para prepararme para el turno de mañana mi cabeza no había descansado ni un segundo.

Anoche terminamos tocando acordes sin sentido en su cama cuando pensamos que íbamos a volvernos dementes si tocábamos una sola canción más del repertorio. En algún momento tuve que quedarme dormida y el pelinegro se tomó la licencia de retirar la guitarra y dejarme descansar. Lo que no me esperaba era que anoche fuera a llevarnos a eso.

O que me sentiría tan viva que daba miedo.

Enzo se había marchado para cuando llegué a la planta baja, por lo que pude empezar la jornada rodeada de paz en el exterior y de miedos en mi interior.

No podía parar de mirar al reloj de la planta baja mientras los clientes iban y venían y el tiempo se ralentizaba cada vez más y más. Pensé que acabar el turno sería la parte más difícil del día, porque mi ansiedad amenazaba con devorarme antes del final, sin embargo, eran pensamientos ingenuos, porque cuando me tocó elegir vestuario una hora antes de llegar a Prince descubrí lo que era verdaderamente difícil.

Aquello sí que fue un verdadero desastre.

No tenía nada medianamente decente que pudiera ir a juego con la energía que 305 daba durante sus conciertos. Además, el código de vestimenta para días de versiones era el azul, algo de lo que el pelinegro me avisó justo después de salir de la ducha.

En una llamada desesperada, mis instintos me hicieron llamar a Niamey y suplicarle por algo de su armario. Apareció media hora después con un vestidazo azul oscuro que, al lado de Koen daba una mejor imagen que mis vaqueros desteñidos.

Gracias a este cambio de vestuario y a mi obsesión por plancharme el pelo y parecer una persona completamente distinta —por motivos personales y para evitar ser descubierta por la prensa—, llegaba bastante tarde y Nia se ofreció a llevarme a Prince en su coche cuando Koen me dijo que debía estar ahí para ayudar a Enzo a organizar. Así fue cómo terminé llegando al bar a tan solo quince minutos del espectáculo.

No estaba siendo un día bueno para ninguno de nosotros.

No había ni rastro de Enzo, Niamey había estado actuando raro desde que había visto a Koen en la librería, este estaba demasiado nervioso como para ser capaz de enlazar tres palabras coherentes y Nicola estaba a punto de desmayarse cuando lo vimos en la zona del reservado de 305.

Este último tenía cuatro vasos vacíos en la mesa y, cuando sus ojos se encontraron conmigo y con su guitarra, exclamó:

—Joder, pensábamos que no llegabas.

—¡Lo siento! —me disculpé.

—Ve al camerino, Enzo va a vomitar si no te ve.

Asentí y, corriendo, traté de hacerme paso entre la gente hacia el camerino al que Enzo me llevó hacía semanas cuando nos enfadamos el uno con el otro. Al llegar a aquel pasillo oscuro, las voces del bajista llegaron a mis oídos a través de las paredes.

—¿Dónde está?

—No lo sé, Enzo, ha tenido un problema con el vestuario, no debe tardar en llegar.

—¿Y si le ha pasado algo? Ayer estaba muy nerviosa.

—¿Crees que se ha arrepentido?

—No, Koen —exclamó el bajista—. Discutimos por falta de confianza, sé más que eso y, conociéndola, nos habría avisado. ¿Quién conducía?

Los desperfectos del amor ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora