08 | Estar ahí

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08| Estar ahí

Deneb:

«Está borracho».

«Entonces vas a tener una noche muy larga, estrellita».

Llevaba varios minutos observando el mensaje. Hacía horas que Enzo me lo había mandado, prácticamente segundos después de que le hubiese escrito, como si hubiera estado pendiente de mí todo este tiempo.

Y, tal y como había dicho, la noche había sido larga.

Koen estuvo llorando contra mi hombro durante media hora, y no hubo absolutamente nada que yo pudiera hacer o decir para calmarle. Mi pecho se encogió aún más cuando empezó a dar sacudidas y a aferrarse a mí como si fuera lo único que le quedase en el mundo.

No quiso escucharme.

Y, en aquellos momentos, yo comprendí que era mejor dejarle solo con sus pensamientos, aunque físicamente no pudiera apegarlo más contra mí.

No podía hablarle de lo de Niamey hasta que no volviera a estar medianamente decente, porque una persona borracha tendía a desdibujar la realidad y había mucho que procesar en esto. Así que, a pesar de mis intentos por terminar consolándolo solo pude estar ahí.

Nunca me había sentido tan inútil como en aquellos momentos.

Además, mi corazón no hacía más que darle vueltas al asunto de contarle lo sucedido o fingir, tal y como me había pedido Niamey. Sin embargo, me había decidido por la verdad porque Enzo llevaba razón. Si iba a romperle el corazón a una persona no iba a arriesgarme a quebrarlo una segunda vez. Porque Koen era mi amigo, y estas semanas había sido mi mayor apoyo en la librería y en mi vida. No podía verle así, y mucho menos quería volver a pasar por esto.

El pelinegro no preguntó nada durante aquellos momentos que pasamos apoyados contra la puerta de mi habitación y, cuando su llanto cesó, me di cuenta de que era porque se había quedado dormido.

Levantarlo y llevarlo hasta su cama fue una parte complicada.

Una vez lo dejé en su habitación, le dejé una nota en la que ponía «buenos días, Ké, si te despiertas y sigo dormida ven a hablarme :) <3», y me marché a mi habitación. Sin fuerzas para continuar con el día, dejé el teléfono a la mesa, me puse el pijama prometiéndome que mañana por la mañana me daría una ducha, y me dormí nada más rozar el colchón.

Me desperté horas después cuando los primeros rayos de solo iluminaron mi habitación y lo sentí hundiéndose bajo el peso de otra persona y, en cuanto un brazo me rodeó la cintura, supe que se trataba del pelinegro.

—Me daba apuro despertarte —susurró—. Pero llevo varias horas despierto y no puedo dejar de dar vueltas en la cama.

Me rodeé para mirarle con los ojos entreabiertos, todavía adaptándose a la poca claridad que entraba por la ventana.

—No te preocupes —dije—. ¿Cómo estás?

—Muy mal.

Le acaricié la mejilla como gesto de confort antes de abrazarle durante unos segundos antes de decirle:

—No te va a gustar, pero necesito que lo comprendas.

—Creo que puedo hacerlo.

Sonreí.

—Con que lo intentes me vale.

Koen permaneció escuchándome, durante el rato en que estuve contándole lo sucedido, sin articular palabra. Tan solo estudiándome con esos ojos marrones suyos que me hacían ser significante en la habitación o en su vida; con esos ojos marrones que eran incapaces de ocultar sentimientos y que me dejaban ver cuándo su corazón se ralentizaba o latía más deprisa a causa de mi relato.

Los desperfectos del amor ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora