21 | Eres mi persona

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21| Eres mi persona

Enzo:

El amor era raro.

El amor está roto.

Eso era lo que me habían enseñado de pequeño: que por mucho empeño que pusieras en intentar cuidar una relación, cuando esta estaba muerta no había nada que hacer para salvarla.

Y eso se convirtió en la mayor tragedia de la historia. Vivir sabiendo que, con esa premisa, estaba condenado y destinado a ser un repudiado.

Por eso empecé a leer. Porque la primera vez que en clase nos asignaron una lectura obligatoria esta misma me enseñó que estaba equivocado y que sí que era posible amar y ser amado.

Me enamoré del amor. Me enamoré de sus destrezas y habilidades y me convertí en un chico solitario que solo buscaba que alguien le quisiera de la misma manera en la que el amor era descrito en los libros.

Era difícil explicar por qué se amaba cuando nadie había sabido quererte, cuando nadie lo había intentado.

Cualquiera podría asegurar que de amor se compone la vida, y que amamos porque es imposible escapar del amor, que te atrapa e impregna cada uno de tus sentidos hasta dejarlos hechos polvo. Que es un hechizo del que no te puedes desprender.

Cualquiera podría decir que era fácil.

Y, sin embargo, aquí estaba yo, que, después de pasarme la vida persiguiendo una ilusión, después de haber pasado años deseando que alguien me amara lo suficiente como para querer estar conmigo, había cambiado de opinión.

El amor era la condena de mi vida.

Y no al revés.

Era la maldición más deprimente.

El veneno más letal.

Uno sin antídoto.

El amor no había hecho que mis padres me quisieran. Y, para colmo, me había condenado a la mayor tragedia de la historia: a la muerte de un corazón.

Era difícil explicar por qué se amaba, por lo menos para mí, que nunca había amado.

Pero era más difícil todavía explicar un corazón roto.

Sobre todo, si aquel corazón roto y descompuesto parecía haberse roto solo, sin que ningunas manos invisibles hubiesen jugado con él para terminar dejándolo maltrecho.

Deneb había llegado a mi vida como un huracán, agarrándome de las solapas de mi camisa aquel día en la librería y suplicando por mi ayuda. No pasó mucho tiempo hasta que me tuvo rendido a sus pies, y era irónico que ahora fuera yo el que estuviera suplicándole clemencia.

Tenía una de esas presencias que hacían que el espacio quedase reducido a sus pies desde el minuto en el que entraba en una habitación. Cuando ella estaba presente el sol brillaba con más intensidad, la brisa era placentera y el aire podía respirarse mejor. Me hacía querer ser mejor, esforzarme por querer, esforzarme para volver a perseguir sueños, como aquel de la búsqueda del amor.

Y supe desde que nuestros caminos se cruzaron en la librería que jamás iba a poder volver a ser el mismo sin ella.

Su melena rebelde y llena de rizos era todo lo que esperaba encontrar cada vez que visitaba la librería, su risa era algo que me gustaría dejar de escuchar solo en sueños y su misterio era el que más ganas tenía de resolver.

Me preguntaba por qué ocultaba su verdadero nombre y si sería aún más bonito que el que había escogido para esta nueva identidad que por algún motivo necesitaba.

Los desperfectos del amor ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora