19 | Impostora

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Deneb:

Había dormido fatal.

Compartir cama con Enzo habría sido otra cosa bastante distinta si no hubiese estado muerta de la preocupación toda la noche. No sabía qué narices había tomado y él había sido incapaz de darme respuestas, por lo que no estaba segura de los posibles efectos y consecuencias que eso podía tener.

Había ido varias veces a echarle agua en la cabeza cuando la temperatura de su cuerpo había aumentado tanto que parecía que tenía fiebre.

Y luego estaba el hecho de todo lo que él me había confesado antes de dormirse y de lo que yo le había respondido.

«Es un nombre falso».

«Mi madre tiene cáncer de pulmón».

«No hay solución».

«No vayas a decir que lo sientes. Yo no siento nada».

«Mi madre tiene cáncer de pulmón».

«No hay solución».

«No hay solución».

«No hay solución».

No había mucho más que explicar para saber que estos días habían sido de los más duros de su vida, aunque aquello no me quitaba el derecho a estar enfadada por la solución que había encontrado para ello o por la manera en la que se había dirigido a mí cuando fui a buscarlo a aquel lugar que no tenía ni idea de que existía.

«El intercambio se ha ido a la mierda porque me quería. Está aquí por mí».

«Mi corazón es de otra persona».

«Te quiero demasiado como para decírtelo. Te quiero. Mucho».

Harta de dar vueltas en la cama, decidí que levantarme era la mejor opción. Y, como Enzo había pasado la noche en el lado de la cama que daba a mi pared, no me resultó difícil abandonarla para ir a la cocina a beber un poco de agua.

Caminé apresurada por los pasillos. Si alguien se daba cuenta de que Enzo estaba durmiendo en mi habitación, podría generar problemas. Sobre todo, con Anna, así que no podía permitirme tardar más de lo debido.

Después de beber agua y coger una pieza de fruta para desayunar en la habitación, caminé de vuelta y, nada más cerré la puerta, me encontré con el bajista pestañeando, un poco desorientado, como si no reconociese el sitio en el que se encontraba.

—¿Cómo te encuentras? —pregunté observándolo desde la puerta.

Muy mal —reconoció haciéndome sonreír, por lo menos estaba despierto, que era un logro bastante grande—. ¿Qué hago aquí?

—Evitar que Koen te diera una paliza por verte fumar porros —respondí sarcástica. Luego me despegué de la puerta y, caminando hacia él, expliqué—: En realidad, viniste a pedirme perdón anoche.

Se pasó las manos por el pelo antes de suspirar.

—Lo hice, ¿sabes? Te perdoné.

—No quería que lo hicieras porque me hubiese fumado nada —respondió—. Tampoco quiero darte pena.

—¿Por qué dices eso último?

—Porque a saber lo que te diría anoche para hacer que aceptases mis disculpas.

—Que te haya perdonado no quiere decir que no siga enfadada. —Y, antes de que pudiera seguir hablando, dije—: ¿Vas a llamar a tu padre otra vez? —le pregunté sentándome en el borde de la cama.

Los desperfectos del amor ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora