25| El tiempo que me queda
Deneb:
El ruido de mi teléfono nos despertó a ambos.
Mi reacción fue soltar una maldición mientras que la del castaño fue apretujarme más contra sí y enterrar su cabeza en mi cuello como si pudiera refugiarse del ruido así.
—Hazme el favor de apagar ese trasto —susurró con la voz adormilada y el contacto de sus labios contra mi piel logró estremecerme.
Enzo siempre había respetado sus horarios interminables de sueño porque, de lo contrario, no era persona por la mañana.
Alcancé mi teléfono de la mesita para hacerle caso, porque la verdad era que no me apetecía hablar con nadie, pero, al ver el nombre de mi madre en el teléfono supe que tenía que contestar. Tenía muchas llamadas de ella anoche y una parte de mí pensó que, a parte de exigir explicaciones sobre lo del soborno, quizás podría haberse enterado de lo de la fundación después de todo.
Me desenrosqué de un reticente Enzo, que comenzó a preguntar adónde iba, y cerré la puerta de la habitación, quejándome del dolor de mi rodilla.
En algún momento de la noche Enzo y yo nos habíamos quedado dormidos sin preocuparnos por compartir o no la misma cama, pero no era el momento de preocuparme por eso, sino por las explicaciones que debía darles a mis progenitores.
—Hola, mamá.
—Hola, estrellita. ¿Serías tan amable de explicarme qué ocurrió ayer? Me diste un susto mortal.
—Es una larga historia.
—Estoy en casa trabajando en las posiciones para el grupo que va a las regionales, así que tengo todo el tiempo del mundo para escucharte.
Y yo resoplé sin saber muy bien cómo empezar a explicarle lo sucedido.
—Ayer por la tarde estuve ayudando a unos amigos a hacer una sesión de fotos. Nia, la fotógrafa me necesitaba como modelo —dije, y antes de que pudiera decir nada, añadí—: Le pedido que censurasen mi cara.
—No tenías por qué...
—Lo sé, pero mi vida está bien ahora, he aprendido a respirar sin fotógrafos en las puertas, no quiero arriesgarme a tener que volver a empezar —susurré esa última parte porque, aparte de que Enzo se encontraba a una puerta de distancia, mi encontronazo de ayer con el paparazzi seguía presente en mi cabeza y no sabía con exactitud cuánto tiempo más de libertad me quedaba.
—¿Dónde estás y por qué estás susurrando? Koen tiene el sueño pesado.
Y la habitación insonorizada.
Mi madre tenía una memoria prodigiosa para todos los cotilleos que le contaba. Y lo cierto es que Koen era un dormilón al que, si le sumábamos ese detalle de su habitación, perderíamos de vista durante días si no fuera por Peter.
El único que verdaderamente era una persona madrugadora era Nicola, por lo que había podido comprobar. Dios lo tuviera en su gloria.
—Ese no es el caso.
—Pandora, ¿has pasado la noche en casa de un chico? —preguntó—. Quiero saber todos los detalles.
—Deberías estar echándome la bronca por esto, mamá, no marujeando.
—Tienes veinte años, creo que puedes encargarte de tu vida por tu cuenta siempre y cuando tengas cuidado y me cuentes qué ha pasado.
Reí.
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Los desperfectos del amor ✔
RomanceCon una identidad magullada y un pasado doloroso, Deneb tendrá que embarcarse en la mayor aventura de su historia para descubrir cuál es su propósito en la vida. Y cuando se tope con 305, la banda que revoluciona a toda la ciudad de Sídney, sus prob...