Capitulo catorce: entre falsedades y corazones entrelazados

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Cuando llegamos al comedor, el ruido y la animación llenaron el ambiente mientras los estudiantes ocupaban las mesas y cogían sus bandejas para llenarlas de comida –si es que al potingue de hoy se le podía llamar comida–.

A medida que cruzamos la puerta, noté cómo las miradas se clavaban en mí. Era como si todo el lugar se hubiera detenido por un momento para observarme. El peso de sus miradas se arremolinaron dentro de mi barriga y sentí una sensación desagradable en el estómago.

Avanzamos hacia la fila de bandejas donde se servía la comida, y mi estómago se revolvió aún más al ver lo que se ofrecía ese día. Lo que faltaba: el día ya era suficientemente horrible como para tener que comer estofado... ¿eso era estofado de color verde? Ugh. Realmente, el olor desagradable que se alzaba en el aire prometía la peor de las torturas gustativas.

–No sé cómo le podéis llamar a esto –gruñí, mientras cogía un cucharón y me servía un poco de ese estofado infernal– comida. ¿Desde cuando los estofados son verdes?

–Huele que alimenta –Emily ahogó una arcada al ponerse estofado en su plato. Lucas se apretó la nariz con los dedos–. Parece que hoy no es nuestro día de suerte.

–Dentro de nada será martes 13 –puntualizó Lucas, con una expresión de terror en el rostro–. Quien sabe, tal vez esta semana sea la semana de los horrores.

Reprimí un escalofrío. En lo que a mi se refiere, no podía tener más mala suerte que la que ya estaba teniendo.

Iba a coger una manzana de postre cuando sentí un empujón en mi hombro. Giré la cabeza y me encontré con la mirada maliciosa de una chica. No hacía falta conocerla para saber exactamente quién debía ser: una de las admiradoras de Jack, quien claramente me tenía rabia después del beso que compartimos en la fiesta.

Sus palabras resonaron en mis oídos con veneno.

–Mira por donde vas, nueva –dijo con sarcasmo antes de alejarse, dejándome allí, aturdida.

Apreté los puños con rabia.

–Esto apesta –gruñí, mientras mis amigos y yo nos dirigíamos hacia nuestra mesa–. Y no hablo solo de la comida.

Noté la mano de Emily encima de mi hombro; un apretón reconfortante.

–No le hagas caso, Noah. Esas chicas no merecen ni un segundo de tu tiempo.

–Esa solo está celosa porque seguro que tiene sueños húmedos con Jack Taylor que no puede llevar a la vida real. Es la frustración lo que la lleva por el camino del mal.

–Creo que ya deberías ser psicólogo, Luc –bromeé, señalándole con un tenedor–. Se te daría bien.

Me respondió con una sonrisa burlona. Yo le sonreí y cogí la cuchara, dispuesta a probar aquél estofado que prometía causar una muerte intestinal. Ni siquiera me lo llevé a la boca cuando noté un aliento en mi oreja.

–Buenos días, gatita.

Ahogué un grito y la cuchara salió volando muy lejos. No sé dónde aterrizó, ni quería saberlo: conociendo mi mala suerte, incluso podía haber ido a parar a la cabeza de Stacy Parks. Y en mis planes no estaba ni de broma hacer rabiar más a la capitana de las animadoras. Suficientes dolores de cabeza –literalmente– había tenido ya por su culpa.

–Jack Taylor, ¿quieres matarme del susto?

–Tal vez –me guiñó el ojo–. ¿Te gustaría que lo hiciera?

–No –entrecerré los ojos–. La verdad es que aprecio mucho mi vida, gracias.

Él señaló el estofado.

An Endless Summer Love | DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora