Capitulo uno: Sweet Home EEUU

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Nunca había estado en Estados Unidos, y a decir verdad, cuando bajé del avión, cumplió cada una de mis expectativas.

Pero no las expectativas positivas, sino las negativas.

Para llegar a la dichosa academia que me acogería durante tres meses, necesitaba un jodido taxi, y parecía imposible subirme a uno. No sabía si es que los taxistas no querían que yo me subiera a su vehículo -supongo que por las pintas de vagabunda que llevaba de acabar de salir de un avión de ocho horas- o si, simplemente, en ése país los habitantes eran irremediablemente gilipollas.

Ah, sí: también descubrí que no tenían sentido de la educación.

-¡Taxi! -exclamé en inglés, cuando vi uno suficientemente cerca de mi. Benditos Dioses, por fín pordia coger uno. Decir que corrí hacia él no sería preciso, mejor dicho, me avanalcé hacia él como un alma en pena-. ¿Podría llevarme a...?

Justo entonces vi como alguien se entreponía entre mi y el taxi, y sin decir nada, entraba dentro de él. Dentro de MI taxi, que me había costado más de media hora localizar.

El taxista me dedicó una mirada lastimera y se encgió de hombros, para después subir la ventanilla y dejarme tirada.

Mirad, yo no soy de esa clase de chicas que pierden el autocontrol muy fácilmente, pero tampoco se me conoce como la mujer con el temperamento más angelical de España. Y en ese momento, estaba hasta los mismísimos huevos de que los malditos estadounidenses pasaran de mi culo.

Para decirlo de otra forma más específica, tenia ganas de arrancarle la cabeza a ese robador de taxis y comermelo para la cena, en plan Joffrey Dahmer.

Así que no sentí pena alguna cuando aporreé sin piedad la ventanilla trasera.

-Como no me abras, pedazo de imbécil robador de taxis, voy a castrar tu juguetito favorito -amenacé, en un español muy marcado.

Cuando la ventanilla trasera se bajó, lo atribuí a que mis amenazas lo habían asustado. Aunque más tarde descubrí que no es que se trataran de mis amenazas, sinó de su tremendo ego.

-¿Querías algo? -dijo una voz grave y gutural, que venía del chico a través de la ventanilla.

Lo adiviné al momento: era inglés. De entre todas las cosas, tenía que ser un inglés quien había robado mi taxi. Sabía que no tenía demasiada suerte en la vida, pero aquello era una jugarreta del karma en toda regla. Por si ese momento no fuera terriblemente terrorífico, se trataba de el chico más guapo que había visto jamás.

Y antes de que digáis nada, dejad que os cuente que yo tengo mucha experiencia viendo chicos guapos: aficionada a las películas americanas desde pequeña, he tenido mil crushes distintos, y he stlakeado a más hombres de los que puedo llegar a contar.

Cuando digo que el roba-taxis inglés -ahora bautizado de esa forma, hasta que consiguiera su nombre, o su número- era el tío más guapo de, probablemente, la faz de la tierra, NO estaba exagerando.

Tenía el pelo de color negro y ondulado, y le caía sutilmente sobre los ojos. Lo tenía suficientemente largo como para agarrarlo en una coleta chiquitita, y le daba todo aquél aire de "chico misterioso" y "bad boy" que arrasaba en las revistas de moda. Además, su color de pelo contrastaba a la perfección con sus ojos azules, de una tonalidad completamente distinta a la que había visto jamás.

Eran azul pálido, y se podrían confundir con gris dependiendo de la luz que le tocara. Pero no se acababa ahí, sinó que además de tener unos ojos perfectos, también tenía la nariz más recta que había visto jamás, que conjuntaba a la perfección con sus labios carnosos.

An Endless Summer Love | DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora