Capitulo veintidós: una noche para recordar

11.6K 388 180
                                    

–¿Cómo que no vais a poder llegar hoy? –exclamó un enfadado William al teléfono–. Pues que lo lleve al mecánico, Jack. Y que Matt deje de cabrearse tanto por nada, que tu no eres mecánico. Llamad a la grúa y venid cuando podáis –Jack debió decirle algo a William que no le gustó, porque éste frunció el ceño–. Dile a Stacy que se calme, que la oigo gritar desde aquí No, no me la pases. Jack, no... –suspiró y se apretó el puente de la nariz–. Hola, cariño. Sí. Estamos bien, sí. Ajá. No, no vamos a volver solo porque a ti te apetezca. Ya vendréis cuando podáis. Y no me grites.

Me mordí el labio inferior, sin poder dejar de escuchar la conversación tan divertida que estaba teniendo Will por teléfono. Por lo que había podido deducir, el coche donde iban Stacy, Matt, Karen, Sophie y Jack, que era el coche de Matt, no había tenido solo un fallo de rueda, y se habían quedado tirados en medio de la carretera. Matthew se había cabreado con Jack por haber cambiado la rueda mal, aunque Jack estaba seguro de que algo le debía pasar al coche, más grave que una rueda. Stacy estaba cabreada, en uno de sus brotes psicóticos habituales, porque no le gustaba nada la idea de llegar más tarde a la casa de la playa y dejarme a solas con su novio. Por como actuaba William, podía adivinar perfectamente que la capitana del equipo de animadoras le estaba montando un pollo al otro lado de la línea.

–Voy a colgar, Stacy. Sí, lo voy a hacer. No, no es porque no te quiera. Es porque me estás dando dolor de cabeza. Cuando te tranquilices, ya hablaremos.

William se apartó el móvil de la oreja con una mueca de desagrado y colgó.

–Vaya pollo se ha montado. ¿Qué ha pasado?

–El coche de Matt se ha quedado tirado en medio de la autopista, y han llamado a la grúa. Jack dice que probablemente no puedan venir hasta mañana, así que... –William puso los ojos en blanco–. Tendremos que pasar la noche tú y yo juntos.

–Vaya, no se me ocurre plan mejor –ironicé.

Genial, así Stacy tendría otra razón más para matarme por la noche o raptarme y utilizarme como conejito de indias en uno de sus perversos experimentos –los cuales estoy segura que hacía– para mantener el cutis perfecto.

Yo no dije nada más, y William no parecía receptivo a empezar un nuevo tema de conversación, así que una vez aparcado el coche, fuimos hacia la casa de Jack.

En cuanto la vi, flipé en colores. Para llegar hasta ella, tuvimos que andar unos diez minutos por un bosque. El dolor de pies provocado por clavarme piedras y palos en la fina suela de las chanclas de playa había valido la pena.

Cuando Jack había dicho que nos invitaba a su "casa de la playa" me había imaginado el típico apartamento en una zona turística, y no una casa minimalista de por lo menos cuatro plantas, con vistas directas a la playa y una piscina enorme. Y cuando digo "piscina enorme" me refiero a que la maldita piscina, con leds incluidas, medía por lo menos lo mismo que todo mi piso de Madrid entero.

–Joder –silbé, impactada–. La gente que dice que el dinero no da la felicidad es porque no han visto esto.

William sonrió de lado.

–Es precioso –murmuró, con la vista perdida en algún lugar, mientras abría la puerta y colocaba la contraseña adecuada en una minipantalla, que supuse que era la alarma de la casa–. Siempre veníamos de pequeños, con Jack. Ahora se a convertido en una especie de retiro espiritual.

Si la casa por fuera era increíble, por dentro era como sacada de un sueño. La entrada daba a un salón enorme, todo decorado de blanco y azul, en un estilo muy caribeño. Había dos sofás blancos preciosos que estaban de frente a la televisión más grande que había visto nunca. La cocina, al lado del salón, era muy moderna y abierta, y la cerámica era blanca, al conjunto con el resto de la casa.

An Endless Summer Love | DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora