34: Decisiones y promesas

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El mundo era una confusa neblina. Cada vez que intentaba enfocar mi vista, todo parecía desdibujarse en un torbellino de colores y sombras. Mi cabeza palpitaba con un dolor que parecía provenir del mismo núcleo de mi ser. Intenté moverme, pero un peso en mi pecho me lo impedía.

El chirrido de unas zapatillas contra el suelo de baldosas me alertó. Alguien se aproximaba. Parpadeé varias veces, tratando de aclarar mi visión. Finalmente, cuando el mundo se centró y los contornos se definieron, reconocí que estaba en una habitación blanca, iluminada por la suave luz del sol que se filtraba por una ventana. Una bolsa de suero colgaba a mi lado, y los monitores alrededor de la cama emitían un sonido constante, una especie de latido electrónico.

Una figura familiar emergió desde el borde de la cama. Mi madre. La misma mirada cariñosa, aunque ahora marcada por el cansancio y la preocupación. Se inclinó hacia mí y, con manos temblorosas, me acarició el rostro.

–Hija mía –susurró, sus ojos llenos de lágrimas–. Dios mío, cariño. Por fin despiertas.

Carraspeé: notaba la garganta seca.

–¿Mamá? ¿Dónde...?

–Estás en el hospital –dijo con voz suave, tratando de transmitirme calma–. Te dispararon en el baile de graduación. Una tal Stacy Parks sacó una pistola y te pegó un tiro.

–Me acuerdo –conseguí decir, frunciendo el ceño.

Los recuerdos afloraron en mi mente como si fuera un sueño lejano: me acordaba de haber ido al baño, y de que Stacy me había seguido. Habíamos discutido, ella había sacado una pistola... y me había disparado.

–Jack... ¿dónde está Jack?

Mi madre suspiró con pesar y me acarició el cabello.

–Jack ha estado viniendo cada día a verte. Incluso se quedaba a dormir. Estaba muy preocupado por ti. Él está bien, Noah –me tranquilizó mi madre–. Salim, su guardaespaldas, desarmó a Stacy y la retuvo hasta que vino la policía y se la llevó.

Hice un esfuerzo por sentarme, aunque el dolor me lo impedía.

–¿Qué... qué día es?

Mi madre tragó saliva dificultosamente.

–Hay algo que necesitas saber –Su voz tembló ligeramente–. Has estado en coma durante más de una semana. Las cosas... las cosas han cambiado.

Abrí los ojos, sorprendida. Había estado una semana en coma... y a mi todo me parecía difuso, como si me acabara de levantar de un sueño muy profundo.

–¿Qué quieres decir? –pregunté, sintiendo el miedo en la punta de la lengua.

Noté el pánico apoderándose de mí cuando mi madre hizo un mohín con los labios y anunció:

–Tu tiempo aquí ha terminado, Noah. Nos vamos de vuelta a España. Hoy se cumplen los tres meses desde que llegaste aquí. Es hora de volver.

El peso de sus palabras me cayó encima como un yunque. ¿Volver a España? ¿Tan pronto? Estaba confundida y abrumada, y mi cerebro estaba haciendo grandes esfuerzos por asimilar todo lo que había pasado.

Mi madre me tomó de la mano, apretando con delicadeza.

–Vamos a superar esto juntas, Noah. Siempre lo hacemos, y esta vez no va a ser diferente. Esa chica va a pagar por lo que ha hecho.

Asentí, notando cómo las lágrimas se me aglomeraban en los ojos. Mi madre me abrazó con delicadeza y yo sorbí mocos por la nariz. Me acarició la mejilla con cariño.

An Endless Summer Love | DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora