Capitulo diecisiete: un beso con sabor a mar

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-¿Noah? ¿Noah? -oí que alguien me llamaba insistentemente-. Joder, Noah, contéstame.

Sentí que unas manos me recorrían el cuerpo con delicadeza. Era un tacto cálido que contrastaba con el frío que sentía en todos los rincones de mi cuerpo. Aquella voz volvió a gritar, pero no podía reconocer nada de lo que decía.

Tenía tanto frío... sentía cómo mi cuerpo se sacudía en temblores; los notaba en todas partes, en cualquier esquina. Era un frío que arrasaba con todo a su paso, gritándome que cerrara los ojos y me adentrara en un profundo sueño que me seducía desde muy dentro.

Aquellas manos cálidas recorrieron mi nuca con desesperación, y noté unos labios encima de los míos, que soplaban con fuerza. ¿Qué estaba pasando?

No sé si podría llamar a aquello un beso, porque era muy diferente a los que me habían dado hasta ese entonces. No había lengua ni deseo: simplemente eran dos bocas que chocaban entre sí. Noté cómo los labios que estaban encima de los míos soplaban con fuerza, casi con desesperación.

Una ventolada de aire entró en mis pulmones de forma brusca y repetida. Una vez, dos veces, tres. Perdí el recuento de cuántas veces chocaron nuestros labios, perdí la noción del tiempo. Solo existíamos nosotros, nuestros labios. Solo existía aquél aire insistente que entraba en mis pulmones forzosamente.

Me incorporé y tosí violentamente, sacando toda el agua salada de mi cuerpo. Abrí los ojos, asustada, y empecé a ver todo lo que se cernía a mi alrededor. Poco a poco, todas aquellas sombras borrosas empezaron a volverse nítidas. Pude reconocer a Jack, quien estaba a mi derecha, agarrando mi cuerpo con fuerza. Mi cabeza descansaba en sus rodillas. Y sus ojos me miraban con... una mezcla de preocupación, felicidad y horror.

    -¿Jack?

    -Gracias a Dios que estás bien -exclamó, y se abalanzó sobre mí como un oso-. Por favor, quédate conmigo. Quédate conmigo...

    Reconocí aquella frase: eran las palabras que había estado oyendo durante todo el rato que había estado inconsciente, con el cuerpo debatiéndose entre vivir o morir. Jack había estado gritando esas cuatro palabras como un mantra, como si fuera una oración.

    Sus fuertes brazos rodearon mi cuerpo y me abrazó con una delicadeza extrema, como si temiera que me fuera a romper en cualquier momento. Fui consciente de la poca ropa que llevábamos los dos: prácticamente estábamos desnudos el uno contra el otro, piel con piel. Los bañadores eran lo único que nos separaba.

    Pensé que nuestros cuerpos encajaban a la perfección, como si ambos se trataran de dos piezas de un puzle destinados a cuajar juntos.

    Jack me soltó lentamente, como si él también pudiera sentir aquella descarga de electricidad que me había recorrido el cuerpo, pero no se separó ni un milímetro de mí.

Nuestros rostros estaban tan cerca que podía sentir su aliento cálido contra mi mejilla.

-¿Qué ha... pasado? -conseguí verbalizar.

-Tu estabas en la tabla y... vi como aquella ola te comía entera -dijo frenéticamente; todo su cuerpo temblaba y sus ojos estaban completamente desorbitados-.  Estabas a punto de ahogarte. Nadé hasta que te encontré y te saqué a rastras hacia la orilla y yo... Yo no puedo perderte, no puedo...

A medida que la conciencia regresaba en mi lentamente, mis ojos se encontraron con los suyos. Su mirada era intensa y sus ojos estaban enrojecidos como si hubiera llorado. Una oleada de emociones me inundó y no pude resistir el impulso de acariciarle la mejilla con una mano temblorosa.

-Jack... gracias -Él abrió mucho los ojos al notar mi mano sobre su rostro-. Estoy... estoy bien ahora.

Él me abrazó con delicadeza, envolviendo todo mi cuerpo en su cálido abrazo. Sentí su corazón latir fuertemente junto al mío. No había deseado tanto la cercanía humana tanto como en aquel momento.

An Endless Summer Love | DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora