Capitulo veintiuno: unas pequeñas vacaciones.

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Lo que más odio del planeta Tierra es que me despierten temprano. Si cometes la osadía de hacerlo, puede que despiertes a la bestia que vive en mi interior y acabe cortándote la cabeza en plan asesina serial. Pero si a todo lo anterior le sumas que me despiertes un sábado por la mañana temprano, no hay forma de escapar de la ira que se va a cernir sobre ti.

Sentí la luz antes que la mala leche. Alguien –presuntamente alguno de mis dos queridos compañeros de habitación, nótese la ironía– había decidido que su plan para amargarme el fin de semana era abriendo las personas de la habitación a toda leche y dejar entrar toda la luz directamente a mi cara.

–Buenos días, bella durmiente –oí que decía alguien burlonamente.

A estas alturas, podía reconocer esa voz en cualquier lado del mundo. Se trataba ni más ni menos de la voz de William Adams, el demonio personalizado que Satanás había enviado a mi vida para purgar todos los pecados de mi otra vida, o algo así.

No creía en el karma antes de llegar a Élite, pero estaba empezando a pensar que algo muy malo había hecho yo en mi vida anterior como para ser castigada de esa forma.

Me tapé la cabeza con las sábanas.

–William Adams, eres la maldita reencarnación del mal. Debes ser el integrante perdido de la familia Adams, o algo por el estilo. ¿Seguro que no eres adoptado?

Me imaginé a William plegado de hombros y sonriendo con esa sonrisa fantasma que lo caracterizaba.

–Son las diez. ¿No crees que es demasiado tarde para estar en la cama?

–Nunca es demasiado tarde para despertarse, capullo. Y tú, ¿no crees que es demasiado temprano para molestarme?

–Resulta que molestarte se ha convertido en mi pasatiempo favorito.

Rodé los ojos con exasperación.

–Vete a freír espárragos –le maldije, en español.

–No sé qué quieres decir con que vaya a freír unos espárragos. Si te apetecen, ve a comprarlos tú misma.

Saqué la cabeza del edredón y observé a mi compañero de habitación con los ojos entrecerrados.

–¿Hablas español? –le pregunté en mi lengua materna.

–Perfectamente –me respondió en español, con un marcado acento inglés–. Aunque no se me dan bien las frases hechas.

–Lo hablas jodidamente bien. ¿Se puede saber dónde aprendiste?

Los ojos de William se oscurecieron momentáneamente.

–Mi madre insistió.

Extrañamente, había aprendido que, aunque a WIlliam se le daba genial esconder sentimientos y emociones –y ya no hablemos sobre esquivar temas que no le apetecía hablar, en eso era un maldito maestro– cuando le preguntaba algo relacionado con su familia, su mirada se oscurecía y empezaba a ponerse malditamente borde. De hecho, malditamente borde se quedaba pequeño. Más bien se ponía igual de frío que los icebergs donde la ardilla de Ice Age perdía su bellota. Esta definición se acercaba mejor a la realidad.

–¿Hablas más idiomas?

–Un par más –divagó él, sin entrar en el tema–. ¿Esto es un interrogatorio? ¿Tanto te gusto, Noah Váquez?

–En tus mejores sueños, William. Un inglés estirado no entra dentro de mi tipo, lo siento.

William alzó las cejas.

–Yo soy el tipo de todas.

–Pues lo siento, pero no el mío.

–¿Y cómo es tu tipo?

An Endless Summer Love | DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora