47. Un mundo lejano

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Vanessa

Estoy en el jardín de mi casa viendo hacia la nada, pero consciente de cómo el frío entume mi piel y se cuela bajo mi ropa calientita.

Abrazo mis rodillas con fuerza y escondo mi rostro entre ellas. Suspiro hondo y lo libero de a poco. Se supone que la navidad sería para estar feliz, para disfrutar con mi familia y amigos, pero todo lo que puedo hacer es estar aquí, perdiéndome del calor que hace dentro de mi casa, evitando ver los rostros felices de mis seres queridos cuando abren mi regalo o cuando A7 canta los villancicos.

Llevo una mano a mi vientre y lágrimas comienzan a caer sin proponérmelo. ¿Por qué? ¿Por qué no me di cuenta que cargaba a alguien dentro de mí? ¿Por qué tuve que perderlo sin conocerlo? No lo entiendo, y nunca lo voy a entender. Seguro este es mi karma por lo que pensé aquel día que fui con mi tía Rebecca, por preferir estudiar y ser alguien en la vida antes de cambiar pañales con popó.

Duele, quema, arde saber que perdí un pedacito de cielo tan hermoso, duele saber que es algo que cargaré en mi consciencia porque no pretendo ni voy a compartirlo con nadie salvo con Adrik. No quiero sus condolencias, no quiero que me vean con lástima o especulen cosas. Mucho menos necesito que juzguen.

Era mío.

Mi bebé, mi sangre.

No puedo...

No puedo siquiera tolerar verme al espejo, y eso es grave. Muy grave. No soy de las que se derrumba fácil, siempre ando buscando hacer sonreír a los demás a pesar de las desgracias. Ser débil no va con mi nombre, pero hoy, ahorita, siento que soy todo lo que odio. Me siento frágil, expuesta, una maldita luz apagada y lo peor es que mis padres lo notan, todos lo notan, pero son tan discretos para no preguntar nada. Sé los agradezco.

—Nena... deberías volver. Te vas a resfriar —la preocupación en su voz no me conmueve, no me produce nada. Solo es una voz más entre tantas. No hay nada que pueda decirme para hacerme sentir mejor.

Muchos me llamarán dramática, idiota, ilusa, pero me vale un kilo de zanahorias. Nadie está en mis zapatos, nadie sabe lo que es enterarte de algo cuando ya no puedes siquiera luchar por ello. Así que nadie puede juzgarme ni pedirme que me anime cuando siento que he muerto junto a ese bebé que jamás tendré el placer de conocer.

—Si él o ella hubiese tenido oportunidad de desarrollarse tú... ¿lo habrías querido? —Me sorprendo ante mi pregunta. Resoplo sin ganas y alzo la vista. Nuevamente la pierdo en la nada y espero mi respuesta. Una calidez en mi costado me hace girar. Adrik se ha sentado a mi lado.

—Por supuesto, nena. Lo habría querido con todo mi corazón —asegura y le creo. Sonrío con debilidad—. Los hijos vienen a la vida para hacernos felices, y yo a ese pequeño o pequeña lo hubiese amado tanto como te amo a ti.

—Yo también lo hubiera amado mucho.

Sus dedos rozan mi brazo, pero lo alejo con todo el asco del mundo. No quiero sentir su tacto, no hoy, no en un futuro cercano. Sé que mi rechazo lo lastima, pero no puedo y no quiero evitarlo.

Tal vez nunca pueda corresponder a sus deseos ni necesidades carnales pues siento asco, muchísimo asco, no de él, pero sí de mi cuerpo, de lo traicionero que fue. ¿Cómo voy a permitir que él toque algo que justo ahora odio? ¿Cómo voy a buscar consuelo si lo único que deseo es derrumbarme, lastimarme?

—Deberías volver adentro. Tus amigos están allá —sugiero con un nudo en la garganta, pero sonando lo suficientemente gélida, distante.

«Vete por favor», es lo que quiero decirle, pero no puedo lastimarlo, no soy la única doliendo, él tampoco lo tomó bien.

De hecho, en su pérdida de control terminó con puntadas en los nudillos de tanto que golpeó el piso. Aun así, quiero estar sola. Teniendo mi duelo, pero sola.

—Esto me hará sonar muy hijo de puta, pero no me importan, nena. Ahorita todos ellos me valen mierda, yo quiero estar contigo. No puedo simplemente fingir que es la mejor navidad de todas cuando siento que me quiebro. —Intenta acariciarme otra vez, pero me hago ovillo—. Si me permites... quiero quedarme aquí.

—Haz lo que quieras. —Es mi vaga y dura respuesta.

Lo escucho suspirar y después solo somos dos almas rotas en medio de este arrollador invierno. Pronto copos de nieve caen sobre nosotros, pero no me muevo, no quiero moverme. Y Adrik no parece dejarme sola. Por tercera vez intenta tocarme y esta vez lo dejo, me atrae hasta su pecho, recargo mi cabeza en su pectoral y cierro los ojos. Poco a poco voy cediendo a sus caricias sanadoras, al pesado sueño que sienten mis ojos.

Me pierdo en un mundo lejano a mi realidad.

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Un capítulo más para el final :(

¿Están listos para despedirse de ellos?

La favorita del guitarristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora