3. Odio ser pobre

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Vanessa

—¡Una hamburguesa con triple carne para la mesa cinco! —me encuentro gritándole a Kevin quien maldice por lo bajo y después sale espabilado hacia los refrigeradores. Suelto la carcajada. Eso le pasa por distraerse en el teléfono.

La jornada laboral en mi trabajo es algo ajetreada, principalmente porque es en las noches cuando más clientes hay. Hace poco despaché quince hamburguesas simples a un equipo de fútbol y ahorita ha llegado otro, pero es de esperarse, hace una hora, según me informó Frida, terminó el campeonato de fútbol donde nuestros Pumas fueron victoriosos. Me hubiera gustado ir a deleitar mi pupila con esos jugadores guapos, pero no pude. En cuanto obtuve la playera de ese hombre en el supermercado me vine directo a Deliburger, restaurante de comida rápida donde llevo trabajando dese hace dos años.

—¿La hamburguesa va con todo? —pregunta Kev, giro sobre mis talones y alzo ambos de mis pulgares en una seña afirmativa. En cuanto regreso a mi posición un señor mayor me sonríe.

—Bienvenido a Deliburger. ¿En qué puedo ayudarle? Tenemos muchos especiales —digo sonriente, colocando mis manos sobre la caja registradora. Los ojos negros del cliente me regresan la sonrisa.

—Me gustaría el número cinco y siete para llevar, por favor. Con papas extras.

—¡Entendido! ¿De qué quiere sus refrescos?

Se queda pensando unos instantes antes de responderme. Mientras tanto, la campanilla del restaurante vuelve a sonar y comprendo que tendré mucho más trabajo. Solo espero que ya no lleguen más equipos de fútbol o una manada grande de personas porque en serio no aguanto mis talones. No he tenido ni tiempo de sentarme un rato, mucho menos he cenado.

Esto de ser pobre y trabajar para ser independiente no está resultando como esperé. Seriamente estoy odiando la vida adulta.

—Qué sea un Sprite y una Coca Cola. Eso sería todo —comparte el señor canoso mientras saca su tarjeta de crédito la cual me entrega.

—Bien, serán treinta dólares con cincuenta centavos. —Paso el plástico por el aparato registrador. El cliente procede a firmar y segundos después sale su recibo de lo que ha comprado—. En unos diez minutos tendremos su orden lista. Por favor pase a disfrutar de nuestra cómoda sala. ¡Ah!, y no pierda el numero de la orden. Qué tenga buena noche.

En cuanto el señor amable se da la vuelta yo hago lo mismo y camino hacia la cocina para avisarles a mis colegas las ordenes que hicieron. Kevin me sonríe al momento que entrega el pedido anterior en una gran bolsa con el logo del restaurante. Toco la campanilla y abro la venta que da al Drive Thru y entrego la comida. La joven que recibe la orden me regala una sonrisa y acerca su mano con los diez dólares de la compra. Cierro la ventanilla y me recargo en la pared, exhausta.

—¡Esta noche está de locos! —escucho a Catia refunfuñar desde la cocina donde frita unas patatas. Flexiono un poco mi cuello y alzo un poco la pierna para que mi talón descanse de la presión que le da mi peso. El alivio es casi instantáneo.

—No soporto un minuto más estar de pie —comento sintiendo un calambre en mi chamorro y varias punzadas la espalda—. ¿Por qué tenían que venir tantos jugadores?

—Porque somos el mejor restaurante de todo California, Van —espeta Kevin desde la parrilla, dándole vuelta a las carnes que prepara. El pobre está rojo de tanto calor que provoca la estufa—. Además, entre más clientes tengamos, mejor nos sale el sueldo.

—¡Ya lo sé! Pero estoy exhausta.

—Si quieres ve y toma tu descanso, Vane —dice Catia vaciando las patatas en un grande recipiente y metiendo más. Se limpia las manos en su delantal y viene a mí—. Yo te cubro.

La favorita del guitarristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora