5. Ojos en la espalda

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Vanessa

Las gotas de lluvia deslizan por el gran ventanal ovalado que tiene Jassiel en su habitación. Estoy de pie frente a ella, con la palma de mi mano abierta y adherida contra el cristal, sintiendo su frescura pues estamos en invierno y los objetos inanimados se impregnan de ello.

Mi rostro se refleja en el cristal y también el de él ya qué está tras de mí, abrazándome de la cintura, con su barbilla apoyada en mi cabeza. Nuestras respiraciones son un caos porque hace nada estuvimos a puntos de besarnos y... algo más. Pero él se frenó, dijo que esa línea no podía cruzarla conmigo por más que su cuerpo lo deseara y debo admitir que me siento mal. ¿Es que acaso soy fea? ¿Es porque estoy gorda que no desea hacer el amor conmigo? Todas mis compañeras de clase ya lo han hecho, incluso Frida quien tuvo su primera vez a los quince. Entonces, ¿por qué yo no puedo estar así con Jassiel? No soy una niña, estoy a meses de cumplir los dieciocho así que sé tomar mis propias decisiones.

Sé que no debería estar aquí, papá y mamá me han dicho que una chica de mi edad no debe estar con alguien que me lleva diez años porque es incorrecto considerando que soy una adolescente, sin embargo, poco me importa ya que Jassiel lo es todo para mí. Jamás me ha hecho comentarios sexuales, jamás me ha tocado contra mi voluntad, todo se limita a abrazos y besos en la frente o mejilla, pero nada más.

—¿Me quieres, Jass? —cuestiono en un susurro, como si fuera algo confidencial, algo que nadie debería saber porque es especial.

Mi corazón empieza a latir furioso contra mi pecho y sé que se debe a lo que hace poco descubrí: estoy enamorada de él. Todo mi ser lo reclama, pero él simplemente no corresponde.

—Te quiero mucho, Ness. Más de lo que imaginas y no sabes lo que me duele no poder...

—Nunca te dolerá más que a mí —lo corto, girando para quedar frente a frente. Alzo las manos para tocarle ese varonil rostro que es mi perdición, sus ojos grises rutilando con ese tormentoso sentir que se carga—. Solo respóndeme algo, Jass.

—Dime.

Mis labios se alzan en una triste sonrisa.

—¿Siempre estarás a mi lado?

—Hasta que la muerte nos separe, nena.

—¿Lo prometes?

—Te lo juro.

Y la muerte nos separó.

Él sí que cumplió su juramento cómo siempre lo hacía. Estuvo conmigo hasta que ese trágico accidente se lo llevó, pero ahora cargo con tantos «qué hubiera pasado sí...» que duelen.

Me habría gustado tanto que él hubiera roto aquel juramento, tal vez su destino no habría sido marcado o yo qué diablos sé, pero desde entonces no me atrevo a sostener uno de ellos por miedo pues aprendí a la mala que jurar equivale a destrucción, al menos para mí.

Suelto un grande resoplido y observo mi reflejo en el grande espejo que tengo colgado en la puerta del armario. Hoy es la fiesta en honor al cáncer de mama, por ello, decidí ondularme el cabello logrando que caiga como una bonita cascada sobre mi espalda de modo que roza con la parte superior de mi trasero.

En el rostro llevo una capa de polvo y corrector para esconder las ojeras. Mis parpados están pintados de un rojo fresa, mis pestañas se encuentran cubiertas con rímel negro para hacerlas lucir más grandes y bonitas mientras que mis labios carnosos portan un labial rojo vino, tan oscuro que hace verlos más prominentes y pomposos.

Nunca me gustó el maquillaje, odiaba tener que aprender cómo hacerlo con decencia para no lucir como un payaso de circo, pero cuando Jassiel murió, cuando la tristeza se enroscó en mi cuerpo como una soga de tortura, me dediqué a mirar infinitos tutoriales en internet para aprender a esconder mi sentir de modo que le di vida a las «Máscaras de la depresión». Con ellas logré disimular demasiado bien los sentimientos que me ahogaban ya que no deseaba preocupar a mi familia, pero eso de nada sirvió porque ellos me conocían y conocen muy bien. Intentar engañarlos es como pretender que dos gallos de pelea no intenten matarse: algo imposible.

La favorita del guitarristaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora