Capítulo 30

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Daryl Lombardi

Abandonamos el hotel donde pasamos la noche entera, pagando el precio de esas dos habitaciones, aunque tan solo hayamos usado una. Otro recepcionista se despide de nosotros con una agradable sonrisa y sus ojos entrecerrados por el posible sueño que tiene. Trey y yo salimos al exterior, donde mi coche permanece en el mismo sitio de anoche.

-¿No vas a decir nada? -le pregunto, observando su mudez.

-No hay nada que decir.

Le doy una palmada en el trasero antes de entrar al vehículo.

-¡Daryl!

-¿Te duele o qué? -cuestiono, burlón. Se sienta a mi lado como si le doliera algo, él me lanza una mirada amenazadora para que me calle-. Bueno, son las diez de la mañana. Supongo que la señora estará despierta para interrogarla, ¿no?

-Supongo.

Conduzco hasta la dirección que me pasaron, adentrándome a un pequeño pueblo donde no parecen haber demasiadas personas. No hay ni un solo coche en la carretera, vamos solo nosotros dos. Aunque en el interior de las tiendas observo a varias personas trabajando. Pero nada más. Parece un pueblo fantasma. El lugar perfecto para refugiarse de algo o... escapar de alguien. Tan solo me encuentro a un par de ancianos pasando un paso de peatones, caminando con lentitud.

-Mira, así caminas tú ahora -le digo a Trey, ganándome un golpe de él.

-Así vas a caminar tú la próxima vez -me asegura.

-¿Ah, va a haber próxima vez? -cuestiono, alzando ambas cejas.

Él maldice algo en voz baja, como si se le hubiera escapado por accidente el comentario que ha hecho. Me río por lo bajo, volviendo a proseguir con el camino que nos lleva directamente a la casa de esa señora. Me asombra no ver a nadie, ni en coche, ni andando. Me asombra no escuchar nada más que los sonidos naturales, como los pájaros cantando o el viento chocando contra los árboles. Este pueblo, al igual que el hotel, da escalofríos.

Nos adentramos por un callejón estrecho en el cual apenas cabe el coche, debo avanzar con cuidado para no provocarle ningún arañazo que joda el exterior.

Finalmente, salimos a una calle más amplia, donde hay varias casas en fila. Piso un poco más el acelerador, entrecerrando mis ojos para ver cuál de todas es la casa correspondiente a la madre de Cody Reed. Me dijeron que era la número cincuenta y dos, pero no la encuentro y al parecer, Trey tampoco.

-¡Ahí! -señala.

Detengo el coche frente a la casa que tiene el número cincuenta y dos. Lo aparco sobre la acera, sin temer que alguien venga a quejarse porque ni siquiera en esta zona pasa una sola persona. Trey y yo nos bajamos del vehículo, él con mucha más dificultad que yo, lo que me causa una leve carcajada.

-Voy a matarte -me amenaza.

-Ya no me río más -prometo, sonriente-. No digas tu nombre de verdad, por si acaso. Si nos pregunta intentaremos pasar del tema, decimos que venimos por un asunto relacionado con su hijo y que somos investigadores privados -le informo, pulsando el timbre un par de veces-. Le contaremos parte de la verdad, que el nombre de su hijo ha estado circulando en algunos asuntos de nuestro cliente y queremos saber a qué se debe eso -le guiño un ojo.

-Joder, lo tienes todo pensado.

-Siempre lo tengo todo pensado.

Una señora de mediana edad nos abre la puerta. Su cabello es castaño y sus ojos son de color avellana. Viste un jersey de color beige y unos pantalones de chándal de color oscuro, los cuales la abrigan del frío clima que hace aquí fuera. Frunce el ceño, extrañada al encontrarse a dos jóvenes desconocidos en su puerta.

La debilidad de Daryl ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora