Capítulo 35

2.7K 365 145
                                    

Trey Joyce

Lo primero que noto al despertarme son unos pinchazos dolorosos en la zona de mi abdomen, como si me estuvieran apuñalando de nuevo. Respiro con dificultad, con miedo de dañarme más de lo que ya estoy. Entreabro mis ojos, encontrándome con los ojos cafés de mi madre. No me esperé encontrarla aquí, pienso que se trata de un sueño, aunque el dolor me advierte que no lo es. Su mano acaricia con gentileza mi mejilla mientras sus labios me dan una amplia sonrisa.

No tengo fuerzas para decirle que se vaya de aquí, no creo ni poder soltar una sola palabra por mi boca. Me encuentro cansado, sin energía. A pesar del dolor que siento, quiero volver a dormirme. Tengo frío, demasiado. Noto que estoy sudando y a la vez, ardiendo en fiebre. No me encuentro nada bien. Todo me da vueltas.

—¿Cómo estás, cariño? —pregunta mi madre.

—Mal —confieso—. ¿Y Daryl?

—Él está con el doctor que te atendió.

—¿Arlette?

—Ella está bien, no te preocupes por tu hermana.

—¿Le pasó algo? ¿Dónde está?

Mi preocupación por ella aumenta con el silencio de mi madre, está buscando alguna excusa que decirme. Intento incorporarme en la camilla, quedándome sentado, pero no puedo. Una fuerte punzada me derriba, quedándome de nuevo en mi sitio, teniendo que estar acostado para no aumentar el dolor.

—Voy a ser sincera, porque te mereces saber lo que pasó. Tu amigo Marcus encontró a Arlette inconsciente en su cuarto, la llevó al hospital y aunque ahora está estable, parece que alguien intentó matarla.

—Joder, no... ¿Está bien de verdad?

No debí dejarla sola, joder.

—Sí, está bien de verdad —me despreocupa—. Puede que le den el alta esta tarde. No quiero que te alteres, cariño. Recuerda que ahora el más grave de los dos eres tú. Ayer casi... te mueres. No sabes el susto que me diste —dice, realmente afectada por lo que me sucedió.

—¿Por qué estás aquí? ¿Quién te llamó?

—Ese amigo tuyo que se llama Daryl. Me contó lo que estaba pasando contigo porque... necesitabas una trasfusión urgente de sangre. Y como Arlette estaba en el hospital, tu padre encerrado en la clínica, solo... quedaba yo. Sé que todavía estás molesto conmigo y si quieres que me vaya, me iré. Solo vine aquí para saber cómo estabas y para ayudarte, porque aunque creas que no, te quiero mucho, hijo.

—No estoy enfadado contigo, pero sí molesto —admito—. Todavía pienso en todos los años que nos has abandonado y... no puedo perdonarte tan fácil aunque me hayas salvado la vida. No quiero hablar de ese tema ahora porque no me encuentro demasiado bien y necesito pensar en lo que me ha ocurrido. Y sí, creo que es mejor que te vayas. Quiero un poco de tranquilidad.

Ella asiente, comprensiva. Se inclina hacia mí para depositarme un beso en la frente y, aunque tiene ganas de llorar, se reprime esas lágrimas.

—Espero que... me llames pronto, para hablar.

No digo nada, tan solo espero su ida. Se da media vuelta, abandonando la habitación para dejarme solo. En su lugar, veo a ese pelinegro de ojos grises entrando al cuarto. Frunce el ceño al ver a mi madre marchándose, pero no comenta nada por el momento.

—¿Cómo estás? —pregunta, acercándose a mí. Pone el dorsal de su mano en mi frente, comprobando mi alta temperatura—. Mierda, estás ardiendo —murmura, deslizando su mano hasta mi mejilla—. Antes de que despertaras el doctor te inyectó algo para calmar la fiebre, todavía tiene que hacer efecto.

La debilidad de Daryl ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora