PIÑATA

123 1 0
                                    

Por Joselo Rangel

Wednesday, January 15, 2014 



Dale dale dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino; ya le diste una, ya le diste dos, ya le diste tres y tu tiempo se acabó.

Para esas alturas la única persona que cantaba era un papá apellidado Paniagua, que se tomó muy a pecho el ritual de la piñata en el cumpleaños número siete de Estelita. Este papá, que no era muy amigo de la familia de la niña festejada, estaba salvaguardando el turno de cada niño formado, cuidando que todo tuviera un orden.

Los primeros en pegarle a la piñata que tenía la forma de Campanita habían sido los mas pequeños, a quienes todos los presentes les cantaron las famosas coplas para acompañarlos en su intento.

Después de los mas chiquitos la gente dejó de cantar, así que Paniagua, sabiendo que si él no lo hacía la fiesta se haría un desgarriate, los deleitaba a todos con su linda voz. Dale dale dale, no pierdas el tino.

La piñata de Campanita estaba muy bien hecha, tal vez demasiado. Los niños pequeños no le habían hecho ni un solo rasguño. Fue uno más grande y robusto, Pablito, quien le arrancó por fin de un palazo una pierna que voló a las manos de la cumpleañera, quien se quedó con ella.

Pablito tenía un buen swing. De haber nacido en otro país seguramente hubiera sido reclutado en las fuerzas básicas de algún equipo de beisbol para llegar a ser una gran estrella del rey de los deportes. Pero en un lugar en donde principalmente se juega futbol, Pablito estaba destinado a ser solamente un buen destructor de piñatas.

Los niños y niñas estaban formados por estaturas, y como en esa casa tenían una ética muy estricta con las reglas establecidas, Estelita, la festejada, no fue la primera en pegarle a su piñata. En otra familia hubiera sido la primera. Aquí tenía que esperar su turno como todos los demás, y como Estelita era una niña muy alta, primero pasaron muchas de sus amiguitas.

Pero algo pasó en el último momento, pues la cumpleañera hizo berrinche y no quiso pegarle a la piñata. Ni siquiera se dignó a agarrar el palo. Nadie supo bien por qué.

Había otros niños que tampoco quisieron pegarle, pero esos ni siquiera se formaron. De todos modos estaban ahí cerca esperando que alguien más la rompiera para aventarse a recoger dulces.

Pero la piñata de Campanita no se rompía. Ya habían pasado todos los niños y Campanita sólo estaba coja.

Paniagua propuso que hubiera una segunda vuelta. Los papás de Estelita, Roberto y Lucía, inexpertos en fiestas infantiles, dejaron que este papá entusiasta decidiera por ellos.

Paniagua los volvió a formar por estaturas, o al menos lo intentó, pues muchos niños imitaron la actitud apática de la festejada y se negaron a pegarle de nuevo a la piñata, lo que querían eran los dulces. Ya. Inmediatamente.

Paniagua propuso que a Pablito se le cantara dos veces el dale dale, tal vez con eso fuera suficiente para destrozar la piñata y acceder a las ansiadas golosinas. Pablito tomó el palo como si se tratara de un bat. Ninguno de los papás presentes sabía mucho de la historia del beisbol, pero el niño era una copia fiel en chiquito de Babe Ruth ¿sería este jugador reencarnado? Si era así, los dioses le jugaron una mala broma al alma de este jonronero, pues lo hacieron volver a nacer en un lugar y en una época en donde su talento jamás iba a florecer.

Aunque Pablito le dio sus buenos batazos a Campanita, esta seguía sin romperse.

Paniagua, a quien no le faltaban ideas, propuso una un tanto inusual.

—Pase usted, Lucía. De alguna manera también debemos festejarla. Siempre he pensado que en los cumpleaños a quien deben hacerle fiesta es a la mamá y no a la hija ¿no cree?

—¿Yo? —dijo la mamá de Estelita. Pero por la expresión que hizo, mezcla de asombro y alegría, se notaba que Paniagua había tocado un punto sensible.

Todos aplaudieron entusiasmados. Las demás mamás comenzaron a corear al unísono: ¡Lu-cí-a! ¡Lu-cí-a! ¡Lu-cí-a!

—Ni te vamos a cantar. Pégale hasta romperla y sacarle todos los dulces. —le dijo Paniagua, feliz de que todos celebraran su idea.

La mamá de Estelita tomó el palo que habían dejado en el suelo tirado pensando que este papá ¿Paniagua se llamaba? tenía razón. Ella se merecía que la festejaran. Mejor un tipo que apenas la conocía le daba el lugar que se merece, algo que su esposo jamás había hecho. Nadie se daba cuenta del esfuerzo diario que implicaba educar a una hija y mantener la casa limpia y ordenada. Orden que todos se dedicaban a destruir apenas llegaban. Parecían confabularse en su contra para tenerla atareada todo el día.

El primer golpe dio en la espalda de Campanita, rompiendo sus alas y su espina dorsal. Los niños gritaron de felicidad pues los dulces no tardarían en caer.

Además nadie se daba cuenta del esfuerzo que había puesto en esta fiesta de cumpleaños de su hija. Había cuidado hasta el mínimo detalle, pero nadie, ninguna de sus amigas, ni las mamás de los otros niños le habían dicho nada. No se daban cuenta que los platos eran ecológicos, mucho más caros que los de plástico. Además no había ni un solo vaso de unicel.

El segundo golpe llegó seco a la cara de Campanita destrozando su linda sonrisa, su nariz respingada y sus grandes ojos. El golpe fue tan salvaje que una de las niñas más pequeñas se puso a llorar. La niña berreaba gritando:

—¡Que ya no le pegue a Campanita, que ya no le pegue a Campanita!

Pero Lucía no podía parar. El tercer, cuarto y quinto golpe destrozaron la panza del hada, desparramando la mayoría de los dulces en el suelo. Pero todos los adultos, mamás y papás, detenían a sus hijos para que no se acercaran pues peligraban de ser golpeados por Lucía, quien seguía masacrando a Campanita hasta dejarla irreconocible.

Lucía seguía pegándole. Campanita era ya un amasijo de pedazos de cartón con un poco de color verde por aquí, color carne por allá.

Nadie se atrevía a acercarse a Lucía para detenerla, así que Paniagua tuvo otra de sus ideas: se puso a cantar.

Dale dale dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino.

Todos los papás, mamás y niños presentes se fueron sumando al canto. Por fin estaban participando todos.

Ya le diste una, ya le diste dos, ya le diste tres ¡y tu tiempo se acabó!

Gritaron todos esta última frase.

Como si nada hubiera pasado, Lucía dejó de pegarle a la piñata diciendo:

—Ah, por fin se rompió. Hacen demasiado duras estas piñatas ¿quién quiere pastel?, voy corriendo por él.

Cuando regresó al patio con el pastel, ya con las velas encendidas la mayoría de los invitados se habían ido. Lucía parecía no darse cuenta. Estaba feliz.

Mientras le cantaba las mañanitas a su hija, tal vez más fuerte de lo normal, decidió que el próximo año, en la fiesta de los ocho años de Estelita, no solamente compraría una piñata.

Compraría dos.

Textos Mutantes (Cuentos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora