Por Joselo Rangel
Wednesday, April 29, 2015
Era un término muy anticuado pero lo portaba con orgullo. Significaba, entre otras cosas, que ella sola se hacía cargo de su hijo. Si bien el padre había sido necesario —necesarísimo— para la procreación de su pequeño, no lo era tanto a la hora de alimentarlo, bañarlo, dormirlo, educarlo, y sobre todo, hacer de él un hombre de bien. Nadie mejor que ella lo iba a formar para no ser el típico macho que deja botadas a las mujeres. También entre sus planes estaba enseñarlo a hacer pipí dentro de la taza del baño. Parecía poca cosa, un chiste, pero algo tan insignificante tenía repercusiones inmensas. Martha suponía que para eso era mejor ser su única guía. Estaba segura de que la influencia de un hombre, un padre, llevaría a su hijo a hacer cosas que no le gustaban en lo absoluto, como (sí, está bien, estaba obsesionada con eso) no atinarle a la taza.
No se había separado ni divorciado. El papá de su hijo, desde que supo que ella estaba embarazada, se desentendió de todo. Desapareció. Siempre estaba de viaje, decía, y se fue a uno del que no volvió. ¿Ah sí? pues entonces el niño no iba a llevar su apellido, de eso se iba a encargar ella. ¿Que no quería dar nada para la manutención? No importa, ella era lo suficientemente capaz de hacerlo sola. Muchas veces pensó que había buscado a un hombre sólo para que le diera un espermatozoide, y nueve meses después poder tener en sus brazos a la criatura. Le habría gustado no precisar de esa diminuta contribución masculina que viajó por su trompa de Falopio, le ganó la carrera a otras miles de viboritas con cabeza enorme, se unió a su óvulo y lo fecundó, pero el momento en donde las hembras humanas no necesiten de un macho aún no ha llegado en la evolución de la especie.
Madre soltera, le dijo a la persona que le mostraba el departamento. Hasta ese momento el casero se había mostrado muy amable, le enseñó todas las habitaciones (tres), y le dijo que uno de los cuartos podría ser para el niño, que en ese momento jugaba en el piso con un carrito que le había salido en un Huevo Kínder. La otra habitación podría ser utilizada por el papá como estudio, hasta que llegara la parejita. Martha no dijo nada, ya llegaría el momento, el instante de enarbolar bien alto su bandera y decirle al casero que no había un marido que ocupara el estudio, y que tampoco estaba en sus planes "la parejita".
Dejó que todavía le mostrara la cocina. Lo hizo con tanto esmero, como si estuviera seguro de que ese sería el lugar que ella ocuparía día y noche, noche y día, haciendo el desayuno del marido para que se fuera a ganar el pan. La cocina, el lugar en donde ella sería La Reina, no en el estudio, no afuera trabajando, esas eran funciones del hombre de la casa.
Así que cuando dijo Madre soltera, como solía decirlo siempre, con orgullo, el casero comenzó a ponerle peros a algunas cosas. Martha se dio cuenta inmediatamente. Tenía experiencia en esos asuntos. Aunque su hijo apenas había cumplido un año, identificaba perfectamente el impacto que causaba ser y decir que era madre soltera. No era solamente que para el casero significara que no tenía solvencia económica (aunque en el trabajo ganara más que muchos de sus compañeros hombres) sino que ponía en entredicho su moralidad. Según él ¿En qué casos una mujer se convierte en madre soltera? En uno solo: andando de casquivana, siendo alguien que va por el mundo engatusando a los hombres.
El casero, fresco como si hablara del clima, le dijo que en ese edificio todos los departamentos estaban ocupados por familias decentes, que nunca había habido chismes como en otros condominios en donde incluso hay casos de infidelidad en que una mujer le arrebataba el marido a otra. Martha estuvo a punto de contestarle su majadería con otra igual, pero tenía la ligera esperanza de que, por alguna inexplicable razón, le dieran el departamento que tanto deseaba.