Por Joselo Rangel
Wednesday, April 1, 2015
A Estela le daba vergüenza hacer tal cosa, pero era tanta su desesperación que quiso intentar. Dispuso en la mesa lo que había comprado en el Mercado del barrio aledaño. Su colonia era más bien de clase alta, así que sólo había unSupermarket Gourmet, pero caminando unas cuadras comenzaba una zona más modesta en donde había un Mercado en el que podía comprar frutas mucho más baratas, por ejemplo, y los utensilios necesarios para por fin lograr su cometido: encontrar novio. Así consiguió una veladora, un listón amarillo, una pluma roja, unos cerillos.
En el listón amarillo debía escribir todos los atributos del hombre deseado. Compró un listón largo de verdad. Cuando la dependienta de la mercería le preguntó que cuánto quería no supo que contestar ¿qué medida necesitaba? Eso no le habían dicho, pero supuso que lo que esperaba de un hombre eran muchas cosas, así que pidió tres, no, mejor cuatro metros. No tenía ni idea de lo que era eso hasta que la señora lo cortó, lo fue enrollando y se lo dio. Ahora estaba en la mesa escribiendo con la pluma roja cada una de las cosas que quería. El bolígrafo fallaba mucho. Cada dos o tres letras la tinta se corría o no escribía absolutamente nada. Le dijeron que fuera lo más explícita posible. Cada característica debía estar en el listón, y una vez terminado debía amarrarlo a la veladora y encenderla, no con encendedor, sino con cerillos rigurosamente de madera. Para llegar a eso faltaba mucho. Estaba todavía escribiendo las cualidades de quien sería su pareja. La veladora debía quedarse encendida toda la noche, así que lo mejor era ponerla en un plato hondo lleno de agua, para evitar que se incendiara su departamento. Aún lo estaba pagando, y estaba más preocupada por lo invertido, que por morir toda chamuscada.
Después de escribir la altura (1 metro 77 centímetros), el peso (80 kilos), la talla (M), y los gustos literarios (Murakami), se sintió ridícula. ¿En realidad estaba haciendo todo esto para conseguir un novio? Se detuvo un rato para prepararse un té de Siete Flores que la ayudara a calmarse un poco. Todo esto la había estresado mucho. La culpa la tenía Gerónimo, el novio de su mejor amiga. Todos en la fiesta habían estado hablando sobre rituales, magia blanca, encantamientos pop: que si poner un santo de cabeza, que si San Charbel, que si el libro El Secreto. Todos métodos infalibles para conseguir novio, y algunos hasta para adelgazar (si así lo pedías). En la mesa había varias solteras. Solteros también, pero a los hombres parecía no preocuparles su estado civil. A las mujeres sí, pero pocas lo demostraban. Todos se conocían de la Uni, habían estudiado juntos cuatro o cinco años. Las bromas estaban permitidas, así que no había ningún problema en mostrar la verdad. Estela lo admitió sin problema: necesitaba un novio, urgente. Todos hicieron bromas, albures, chistes subidos de tono. Ya llevaban varios tequilas algunos, vodkas, cerveza light. No le dio pena que se rieran a su costa, en realidad ese era su papel desde siempre, ser el alma de la fiesta, crear la diversión alrededor de ella. Era mejor eso a que supieran que estaba triste; que se sentía sola; que la broma de la urgencia de novio era algo que le sentaba pésimo; y que la estaba llevando a una depresión profunda.
Gerónimo le fue diciendo los materiales que necesitaba. Deja apuntarlos, dijo bromeando, y sacó su celular. Todos rieron. Una veladora. Un listón amarillo. Una pluma de tinta roja. Cerillos de madera. Escribes cada una de las características lo más detalladas posibles. Al poco tiempo llegará ese hombre.
¿Sería posible? le daba la impresión de que Gerónimo se le estaba insinuando. Apenas lo acababa de conocer, su amiga no llevaba con el más de algunos meses. No se lo había presentado antes pues ya no se juntaban tan seguido. Los mensajes por whatsapp cumplían la función que antes tenían las reuniones para chismear. Claro que lo había visto en fotos: en la de perfil en donde aparecían juntos, que cambiaban cada semana. En docenas de posts en FB e Instagram había seguido, como todos, el noviazgo de su amiga. Quizá esta era la razón por la que Estela ahora se sentía sola. Antes de eso no le afectaba moverse a su aire, sin tener que hacer planes con alguien más. Era consciente de que el amor o, mejor dicho, tener una pareja también conlleva un sin número de problemas que van surgiendo con el tiempo, el irse conociendo: el sexo, las peleas, los desencuentros. Tantas cosas que por un lado era increíble vivirlas pero por otro le causaban terror: ¿y si no estaba a la altura? No se sentía capaz de vivir otro rechazo. Pero ver a su mejor amiga acompañada en todas sus selfies la ponía de un modo extraño. La envidia no estaba en su vocabulario de sentimientos, al menos eso creía ella, pero algo la hacía intuir que esa palabreja se estaba colando al primer puesto.
Y ahora Gerónimo coqueteaba con ella. Al menos eso parecía. Estaban todos en la mesa, hablando sobre el mismo tema: los novios, la soltería. Las miradas y la forma de hablar de Gerónimo no dejaban lugar a dudas de su flirteo. Su amiga no lo notaba, porque Gerónimo estaba apoyado sobre sus manos, sus codos muy adelante en la mesa y la novia recargada en su silla, atrás. Sólo Estela veía sus ojos, sus miradas. Todo parecía broma. Todos bromeaban igual.
Prefirió salirse del juego y dijo que iba a servirse algo a la cocina. Su trago ya se había acabado. ¿Alguien quiere algo?, preguntó. Su mejor amiga dijo que otra chela, y Gerónimo se ofreció a ir con Estela a ayudarle.
Llegaron juntos a la cocina. Estela prefirió no hablar, concentrarse en la preparación de su Gin&Tonic, bebida a la que se estaba aficionando peligrosamente.
— Deberías hacerlo. En serio — le dijo Gerónimo mientras destapaba dos cervezas. — Parece broma pero funciona. Sobre todo escribir lo que deseas de esa pareja. Te puedes sorprender. Seguramente crees que no sabes qué hombre estás buscando. Puede que incluso ya lo conozcas.
Salieron de la cocina y la fiesta siguió por distintos rumbos. Gerónimo sacó su iPad y se puso de DJ. Realmente era bueno. Puso a bailar a todos y hasta él mismo lo hizo. En cierto momento Estela sintió que bailaba con ella y no con su novia, pero de esto ya no estaba tan segura. Quizá se le había pasado la mano con la Ginebra.
No se dio cuenta de que estaba buscando una veladora en elSupermarket hasta que supo que no había. Antes sí vendíamos, le dijo una cajera, pero nadie las compraba. Hay velas.
Caminó varias cuadras y encontró lo que buscaba en el Mercado. Parecía que todo ahí estaba destinado a ser parte de rituales de brujería: yerbas, estampas de santos, telas, listones, huevos, gallinas. Era un Mercado común, pero todo parecía tener un significado oculto, un doble cometido. Cada producto podría ser empleado para su uso cotidiano, y al mismo tiempo para mover otros hilos: los del destino, los del futuro.
Se había pasado la tarde y parte de la noche precisando los detalles. Incluso describió el tipo de dedos y uñas de los pies del hombre que buscaba. No se había preocupado por leer lo que llevaba escrito. Fue hasta que le puso punto final a su petición que decidió darle un último repaso a la lista de deseos. Entonces se dio cuenta. El hombre que describía era Gerónimo. La mayoría de los detalles coincidían con su persona: los bíceps, el color de ojos, la forma de los labios. No sabía si los más íntimos aspectos también, pero intuía que sí. Gerónimo era el hombre que estaba buscando, el que ella quería. Rodeó la veladora con la cinta amarilla y la amarró lo mejor que pudo ¿cómo sabía Gerónimo que la persona que ella buscaba era él? Por eso le dijo que hiciera esto, para que abriera los ojos. Todo había sido parte del flirteo. Ahora estaba más que claro.
Prendió un cerillo y se dio cuenta que la mano le temblaba. Su vida estaba a punto de cambiar. Iba a influir en la realidad con su acto. Dudó. El cerillo se le apagó en la mano sin llegar a la veladora. Se dio cuenta entonces de que había algo que le faltaba escribir. Algo muy importante. Desató el listón amarillo y en el último pedazo libre escribió con la letra más legible que pudo: Quiero un hombre que sea fiel.
Después de eso, una vez amarrado nuevamente el listón, pudo encender sin problemas la veladora. Esa noche dormiría tranquila, seguramente Gerónimo se sorprenderá al verla con alguien tan parecido a él, y a la vez tan distinto.