Por Joselo Rangel
Wednesday, May 14, 2014
Ya llevaban más de medio año saliendo, pero no fue hasta que ella se echó un pedo en su presencia que él sintió que por fin estaban juntos. No importaba que hicieran el amor apasionadamente desde el principio de su relación, repasando todas las posiciones que entre los dos se sabían, ni que ella se quedara a dormir en su departamento los fines de semana, y que ya tuviera un cepillo de dientes propio junto al suyo. Tampoco fue tan trascendente que dejara colgando sus calzoncitos húmedos en una de las llaves de la regadera, ni que tuviera una bolsa de Kótex en el mueble del baño. Fue hasta que escuchó un pequeño sonido como de trompeta, muy bajito pero extrañamente sonoro, que Artemio sintió que habían cruzado todas las barreras que los separaban y que por fin se encontraban unidos.
Romina se sonrojó, pero tampoco tanto, sólo un ligero rubor le cubría las mejillas, y una sonrisa más pícara que avergonzada se dibujaba en su rostro. Perdón, dijo coquetamente. Artemio le dio un beso en el cachete como diciendo no te fijes, y siguieron viendo la tele. Ella se acurrucó en su hombro, pero con su mano le acariciaba la pierna. Las caricias resultaron no ser tan inocentes, porque dejaron de ver el capítulo de la serie que tanto les gustaba, y se pusieron a hacer el amor en el sofá olvidando lo que sucedía en la pantalla. Artemio nunca se lo pudo relatar a sus amigos pero le hubiera gustado hacerlo, que buena anécdota contarles que una flatulencia los había puesto tan cachondos a los dos.
Cada día que pasaba Romina iba soltando gases menos discretos. En el baño, en la sala, en la cocina. En el momento menos esperado una trompetilla sonaba a la distancia. Porque claro, aunque Romina sabía que Artemio la podía escuchar tenía la educación de no hacerlo enfrente de él. Hubiera podido, a él no le importaba, hasta de algún modo lo agradecía. Ahora eran íntimos pero no de un modo grosero, grotesco. Estaba feliz, era lo que siempre había soñado, estar con alguien a ese nivel de confianza. Él, por supuesto, no se echaba pedos enfrente de ella. Primero porque no tenía tantos, y segundo, si lo hubiera hecho, resultaría un acto muy vulgar, al contrario de lo que hacía ella, que él consideraba incluso tierno.
Pero la felicidad no le duró mucho tiempo porque un pensamiento comenzó a obsesionarlo más y más: durante los casi nueve meses que llevaban de noviazgo, Romina se había aguantado esos gases que la comida le producía. No era posible que antes no los tuviera y de repente, desde esa vez en el sofá, su cuerpo los produjera en cantidades industriales. Era obvio que los pedos siempre habían estado ahí, la diferencia es que ella no los mostraba abiertamente, se escondía para echárselos, los camuflaba de alguna manera. Y lo había hecho bien, demasiado bien, pensaba Artemio.
De no encontrarle defecto alguno, de amarla con locura, pasó a ver a Romina como una hipócrita ¿Por qué no se aventó un pedo la primera vez que salieron? Por cómo se comportaba en los últimos tiempos ahora se daba cuenta que eso era un rasgo muy importante de su personalidad. Porque con tanta flatulencia se notaba que desde chiquita había sido muy pedorra.
¿Qué otras cosas escondía este ser que antes consideraba angelical? ¿Tendría algún secreto escondido de la misma forma que se había guardado los gases estomacales durante tanto tiempo? ¿y si poco a poco surgían nuevas costumbres hasta transformar a su novia en alguien completamente distinto?
Ya no estaba tan seguro de querer seguir. La vida le estaba haciendo un chiste muy cruel, pensaba Artemio, pues habían comenzado a tener pedos, cuando llegaron los pedos.